En medio del celebratorio circo
de esta saciedad,
y en la insolencia grave,
timorata y maligna
de los culpables fastos del hartazgo,
nos hemos olvidado
de la escanda, del mísero
cordel de lacerados, mendicantes
en busca de una cura,
postrados ante el magno retablo milagroso,
del hedor deprimente
a hospicio, a la tristeza
ruin de las Casas de Misericordia,
al alforfón hervido
contra la hambruna helada de la estepa.
Reos de despilfarro,
vendidos al desastre de una definitiva
derrota del espíritu,
su pérdida abisal
por la depredación arrasadora
del desdichado mundo de los hombres.
Y sin embargo, contra
toda apariencia, sigue
aún oliendo el pan,
pero nunca el dinero.
II
Y tantas utopías hechas sangre
por los delirios de una
mesiánica vesania,
y tantas nuevas eras
---años rojos o pardos---
abiertas en el sucio
barrizal de las nieves ucranianas, el cerco
de alambradas de espino,
el paño ennegrecido por el tifus,
los espasmos del vómito
y la asfixia en los trenes de derechos
raíles, que marchaban
camino al exterminio y al infierno.
Pasos broncos de botas de asesinos,
heraldos de un horror
ominoso y siniestro.
Permanece la mustia careta de la muerte
en la fosa común
del lindero del bosque,
anónimos osarios
que cuelgan en el aire, como aves asustadas,
su tétrico reflejo.
Oh puertas del Edén,
de siempre clausuradas
a candado y a rejo
acérrimo, brutal como el destino,
como el taimado rayo,
como el inesperado
estertor abortizo de los Tiempos.
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