miércoles, 19 de octubre de 2016

LENINGRADO: LA SINFONÍA Y EL CERCO

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Brian Moynahan, Leningrado.Traducción de Alejandro Pradera. Barcelona. Galaxia              Gutenberg. 2015. 540 págs.











              Enriquecida con un copioso aparato de notas, fotografías, índices y bibliografía, amén de tres o cuatro páginas al principio que incluyen una relación de Dramatis Personae--- como escribe con acierto el autor, imitando el encabezamiento de las piezas de teatro clásicas o canónicas y reconociendo así que su relato podría  leerse casi al modo de una tragedia al modo griego---, desde Isaak Glikman , el erudito y catedrático del Conservatorio de Leningrado, uno de los  amigos íntimos y confidentes de Shostakóvich,  hasta Meyerhold, el actor y director teatral peterburgués torturado y asesinado por la NKVD,  el joven historiador británico ha urdido esta espléndida monografía a caballo entre el ensayo histórico- bélico, la biografía y la especulación musicológica.









             Se trata aquí de contar las circunstancias en que el gran Dmitri Shostakóvich alcanzó a idear y componer su Séptima Sinfonía, en el terrible contexto de los fuegos cruzados del terror staliniano y del espantoso asedio nazi de 1941-43. El libro, admirable por su rigor y riqueza interpretativa, me ha parecido de fascinante lectura, no solo porque ahonda el gigantesco drama colectivo de la carnicería de 1939-45 (sobre la que, pese a las miles de páginas que se han escrito, no dejan de aparecer de continuo nuevos datos, exégesis y testimonios), sino porque ayuda a entender la espinosa cuestión ( ya tratada con admirable inteligencia en más de un libro memorable, y me viene a la cabeza ahora, por ejemplo, La muerte de Virgilio, de Broch) de la relación ---casi siempre problemática, a menudo sangrienta y devastadora---entre el Artista y el Poder, o quizá mejor entre las artes y la política, que, como ya supo Clausewitz hace en lo atinente  mucho tiempo, no es sino la prolongación de la Guerra por otras vías (y también al revés, claro).











             Dividido en 15 capítulos, cada uno de los cuales con un título ruso y su traducción ( Repressii/ El Terror), el texto se configura él mismo como una especie de partitura o escritura musical donde al relato de las peripecias bélicas, con las horribles penalidades de la población civil, aún mayores si cabe que las de los soldados, viene a contraponerse, en una suerte de contrapunto, el drama personal del músico, sus miedos y sus fantasías, su ansia de sobrevivir y su fidelidad y entrega a su genio y a su arte. Y de este modo, por ejemplo, ya en las pp. 56-63 el alucinante relato, muy pormenorizado, del terror contra la élite del Ejercito Rojo (y el autor no se ahorra algunos detalles de las tremebundas torturas a las que Nikolái Yezhov, apodado por la gente el enano diabólico, entonces jefe de la NKVD, y cuatro ayudantes sometieron al mariscal Tujachevski, los días anteriores a que lo asesinaran y arrojaran su cadáver a las zanjas de un edificio en construcción).






              Pese a que el libro no implica demasiadas novedades en lo que respecta a los episodios bélicos en sí, muy estudiados por la historiografía, tanto rusa como occidental, en las últimas décadas ---la salvaje brutalidad del cerco durante los novecientos y pico días de asedio nazi, las catastróficas consecuencias de las decisiones militares tomadas por el gran estratega del Kremlin, la llegada de Zhikov para encargarse de la defensa, que en algo mejoró las penalidades de los sitiados, la casi inconcebible perversidad de la represión del Régimen contra su propio pueblo (estaban aún muy recientes las purgas de 1936-37, que muy probablemente dejaron, solo en el oblast de Leningrado y en el segundo de los años antecitados no menos de 100.000 víctimas, entre asesinados y enviados al Gulag, sí se hace útil y provechosos, como ya sugerí al principio, en lo atinente a cómo el genio creador del gran Arte, del de verdad, parece levantarse y resplandecer aún más cuanto mayores y más terribles son las dificultades en las que se tiene que desarrollar. Aquí no se sabe si fue peor la guerra en sentido estricto o la omnipotencia de una dictadura particularmente asesina y demoníaca.






               Y así, conmueve leer cómo, y es un ejemplo entre cientos, la poetisa Olga Bergholz (pp. 109 y ss.), ella misma víctima de la represión ---en 1938 su marido había sido fusilado y ella, embarazada, había perdido a su bebé a consecuencia de los golpes recibidos de la policía---aún tenía el coraje de mecanografiar, semimuerta de hambre y frío y con los dedos paralizados, las alocuciones radiofónicas que luego leía por radio para tratar de levantar un poco la moral de la atormentada población, en una especie de arrebato de lo que Moynahan  se aventura a llamar patriotismo no forzado, que no niego, pero que me parece que puede recubrir otros sentimientos y afectos, aunque es lo cierto que cundió entonces entre millones de rusos que habían sufrido las atrocidades bolcheviques.








              El admirable genio creador del gran músico pareció agudizarse aún más en aquella situación. Siempre consciente de que en cualquier momento lo podían asesinar o, como poco, mandarlo a un campo, acabó sin embargo siendo evacuado con su familia a Asia Central por orden de Stalin, donde se le proporcionó un pequeño apartamento en el que podía seguir trabajando (en el momento de salir de la martirizada ciudad tenía ya muy avanzada la composición de la séptima) pese a que se le siguió vigilando con cierta discreción, pues ni el tirano ni los agentes de la NKVD se fiaron jamás del grado hasta donde podía llegar su fidelidad al Régimen.  Con todo, a mi juicio, lo más interesante del libro viene a resultar los pasajes (sobre todo en pp. 460-491) en que se narra el reforzamiento del cerco y asedio de la ciudad  en los mismos días en que se aceleran los preparativos para la ejecución de la Sinfonía en el mismo Leningrado, por unos músicos famélicos y semidesmayados que, en una sobrehumana grandeza, acertaron a tocarla  ---aunque pueda parecer increíble--- con maravillosa perfección y virtuosismo. Dice Moynahan, y esto también se puede creer que aquel concierto en la ciudad mártir puede considerarse (pág. 487) "el momento más grandioso y sin duda el más emocionante, de la historia de la música. Gracias a él, la gran ciudad a orillas del Nevá pudo conservar su alma artística frente a los intentos de aniquilación a manos de Stalin y de Hitler". Pues eso, sin duda una hermosa verdad.

          

             

    

1 comentario:

  1. Música frente a la indignidad vil y carnicera de los “artistas de la guerra”

    Inquietante recensión. Es todo un placer volver a leerte.

    Un abrazo afectuoso.

    Manuel V.

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