jueves, 29 de enero de 2015

TRES POEMAS








           
























                  


              

            Copio aquí tres muestras de un libro de versos que doy casi ya por concluido, Ángulos muertos, y que supone según creo algún cambio, respecto tanto  a la carpintería del verso mismo como a la imaginería que lo sustenta. Ya me gustaría a mí que se acercaran, siquiera fuera un ápice, a ese ideal inalcanzable, o solo al alcance de unos pocos, de que en los versos hable la lengua misma y no las fantasías y los sentimientos del poeta, objetivo que, como digo, parece inasequible en esto tan gratificante, pero al tiempo desesperado e imposible, de la poesía. En fin, ahí van, valgan lo que valieren.

                      I

Mirasteis fascinados:
colgaban como harapos,
como murciélagos de capa blanca,
de moreras enanas.

Tristes, petrificadas y ateridas
en los finos barrotes de una cárcel de nácar,
sus hilos suspendidos en el aire,
como una red patética y vacía,
las telarañas muertas
por la negra rociada,
como malsano aborto de la noche,
más tenebrosa aún cuanto más clara.

Hermosas y siniestras
como la profecía apocalíptica,
como la alegoría
de la muerte por agua.

                 II
¿De dónde vino el barro
que de tan blanda y maleable cera
nos urdió?. ¿De qué umbría
crisálida nocturna, que jirones
desgarrados de un mundo primigenio
nos vino este amasijo
de humores y de nervios,
acuosa linfa y sangre?
¿Qué molde te forjó,
de qué aluvial acopio de melazas,
briznas de polvo astral?.

Hay un vibrar torcido,
hay un espeso resbalar de heridas
en ti, que inmóvil te retraes y te vuelves
hacia tu alba invertida,
divino por mortal,
cuerpo que gritas sordo, que en el fuego
amoroso te abismas y condenas,
cuerpo amigo, crisol, pálpito terco
que cruje encadenado en su angostura.

                      III
En medio de una umbría,
entre hermanos que se alzan
aún y te protegen
bajo el regazo fresco de su fronda,
ahí el despreocupado
caminante te topa,
como carcasa de bestia temible
---húmero de mamut, lomo de diplodocus---
de traza prehistórica,
tú,  muertaviva huella de la materia madre,
astilloso muñón
de torturadas formas,
víctima muda y cifra
fehaciente de cómo el tiempo astroso
sobre la faz de la tierra somete
y ciñe todo a su horma,
cada vez que invernizos
carámbanos y abriles venturosos
van cambiando sus tornas.

Y así, porque la masa
que roble altivo antaño se nombrara,
hoy tan solo cenizas, polvo y sombra,
metáfora de la vida y la muerte
al unísono, déjame
que te cante y acoja.




jueves, 15 de enero de 2015

LA "CRÈME "PARDA





Ferrán Gallego. Todos los hombres del Führer. La élite del nacionalsocialismo (1919-1945) DeBolsillo. Barcelona. 2008




                Tras haber consultado una profusa bibliografía, en inglés y alemán sobre todo, nos brinda el historiador de la Autónoma de Barcelona esta monografía acerca del significado, origen y plasmación del Estado nazi, que tiene el acierto metodológico de integrar en un todo coherente e interrelacionado las perspectivas sociológico-histórica, ideológica y también psicológica del fenómeno, con la gracia además de una prosa literariamente cuidada y nada farragosa ni recargada de citas. El libro, muy lejos de las simplificaciones al uso, bien planeado y documentado, escrito desde el sentido común y la capacidad racional de análisis, se hace en mi opinión de muy entretenida  lectura. Se  trata de un conjunto de doce  ensayos biográficos sobre otros tantos prohombres del régimen, y ni qué decir tiene que no hacía falta dedicar un apartado especial al jefe máximo de la banda, toda vez que aquí  éste se halla un peu partout,  a la manera ---y espero que se me perdone la metáfora--- de un astro central en torno al que brillan los doce satélites. Gallego ha tenido también la ocurrencia de colocar como título de cada uno de los ensayos el de una célebre película, con cuya trama habrá de tener  a su juicio  algo que ver algún rasgo de la psiquismo del personaje estudiado.     
 
                 Ya explica el autor que ha debido hacer una selección, pues el haber incluido a otros personajes también relevantes y directamente responsables en la consolidación del Estado nacionalsocialista hubiese convertido el libro en inmanejable por su extensión. Por lo demás, es obvio que con el nazismo comulgaron millones de alemanes ----pero algunos menos no lo hicieron--- y que, con las convenientes matizaciones, no es menos cierto que en algunos casos solo la casualidad o las circunstancias llevó a más de uno de los personajes aquí analizados, habida cuenta de su mediocridad, a verse ejerciendo posiciones de poder. Gallego estudia con sutileza y detenimiento tanto la peculiaridad psíquica de cada personaje como sus orígenes familiares, su ascenso en el aparato de poder y sus relaciones con el líder máximo, las diferencias, envidias y odios con otros capitostes y en fin, su grado de implicación y responsabilidad ---en todos los casos muy alta--- en el funcionamiento totalitario y criminal del régimen.
           
              ¿Qué pasaba por la cabeza de estos hombres? Pues al margen de los diferentes grados de fanatismo, megalomanía o brutalidad, nada de especial. Quiero decir que es muy de agradecer que el estudio de Gallego no caiga en ese tono ditirámbico y sensacionalista  de emplear alegremente  el motete de monstruos para referirse a los dirigentes nazis--- como viene haciendo buena parte la literatura periodística y de divulgación y cierta historiografía---. Eran muy diferentes entre sí y en este sentido todos ellos representaban algún aspecto de ese espejo perverso y deformante con que la sociedad alemana reflejaba---y al revés---el nazismo. Movimiento poroso, con gran capacidad de adaptación y transversal a todas las capas y estratos sociales, el nazismo, paradójicamente plural, por lo menos hasta antes de la guerra, acertó a integrar y manipular para sus fines ( bajo denominador común de un nacionalismo de tintes fanáticos presente en un alto porcentaje de población que siempre vio en la República de Weimar una interrupción ilegítima, un estado de cosas laico, cosmopolita y modernizador que suponía una continuidad saqueada respecto al imperio guillermino , al segundo  Reich ) un magma  muy variado de sensibilidades, artefactos ideológicos y complejos irracionales.

              Drexler, por ejemplo, cerrajero de profesión y militante völksich de la primera hora, no pasó de ser un burócrata sin carisma y sin imaginación, que jamás osó hacerle la menor sombra a Hitler y que se automarginó de todo cargo ya en 1928, antes de la llegada al poder, amargado por lo que consideraba una falsificación de la pureza ideológica original del partido. Caso muy distinto del de Speer, que venía de un medio social antitético ---la gran burguesía--- y que era un intelectual brillante y ambicioso, un oportunista cínico cuyas artimañas le llevaron incluso a librarse de la horca en Núremberg. El ensayo más interesante y clarificador me ha parecido el dedicado a Goebbels, y el más rico también dada la contradictoria  complejidad  del personaje e incluso la fascinación que como objeto de estudio puede provocar . Acomplejado desde la infancia por su defecto físico, se forjó una voluntad de hierro para coronar sus sueños, que habría de conseguir, de brillar en sociedad y fascinar a las mujeres.Tras fracasar como erudito universitario y escritor propagandista católico en su primera juventud ( cuando, nombrado por Hitler Gauleiter de Berlín en 1926, hubo de trasladarse a esa ciudad, que entonces no conocía, anotó en su diario ---pág. 174---"Berlín de noche. Una charca de pecados. ¿Y aquí debo arrojarme?") dio en una especie de visionario místico y desencajado, pero diabólicamente eficaz en cuanto genial practicante de la propaganda y la manipulación de masas. Lo suficientemente lúcido como para saber que la verdadera guerra se libraba sobre todo contra el bolchevismo, al final, con un Hiller ya amortizado, no dudó en maniobrar desesperadamente en secreto para intentar una paz por separado con los americanos mientras seguía lanzando discursos incendiarios en favor de la continuación de una guerra total concebida casi como un martirio colectivo. Comparados con él, Strasser no pasó de ser un estratega pragmático pero sin capacidades de líder, Himmler un frío organizador, con criterios empresariales, del Estado racial, la esclavitud y el exterminio, Stricher  un vulgar matón de barrio, un antisemita soez y aplebeyado y Bormann un mediocre de medio pelo, cuya  fidelidad perruna al jefe, a pesar de o precisamente por el desprecio que éste siempre le mostró, no es inverosímil que ayude a explicarla algún tipo de oscura atracción erótica hacia el Führer.

                Todas estas formas de aproximación biográfico-psicológicas al fenómeno del nazismo traducen esa paradójica mezcla de arcaísmo y modernización, de ruralismo e industrialización acelerada, de obsesivo sentimiento de identidad y a la vez de brutal exclusión de lo otro, de obrerismo y de sindicalismo, de apariencia de Estado dictatorial de engranajes perfectos y sin fisuras en los primeros años y caos poliárquico, casi un Reino de Taifas, en que acabó degenerando a medida que  se acercaba su hundimiento.


                El texto se abre con la glosa y comentario a una conferencia que Thomas Mann leyera en Berlín en el otoño de 1930, cuando ya oteaba en el horizonte la catástrofe que se avecinaba. Sus recomendaciones, la necesidad de un pacto nacional entre lo menos reaccionario de las clases dominantes y el sector más civilizado,la Socialdemocracia,  del movimiento obrero para salvar al país---, por mucho que incluyeran también una crítica y desmontaje de algunos de los ítems de la nebulosa ideológica nazi, la Comunidad del Pueblo, la Ausmerzen o extirpación de lo estigmatizado como ajeno, la Unidad de Destino que es la  esencia de la patria, y otros, venían a ser ante todo una llamada de atención y una apelación al instinto de sobrevivencia de la burguesía que debería sentirse la clase rectora de la nación y abanderar el movimiento de renovación espiritual de Alemania. Y se cierra con un breve epílogo (pp. 527-536) en el que se examinan retrospectivamente en qué quedaron las buenas intenciones de Mann y las lagunas e imperfecciones, compromisos y pactos de silencio de que adoleció, ya en la postguerra, la Entnazifierung o proceso de desnazificación orquestado por los Aliados.

           
             








martes, 13 de enero de 2015

DESARBOLADO CARNAVAL







Juan Francisco Férré. Karnaval. Barcelona. Anagrama. 2012.



             Acabo de leer esta voluminosa novela (530 apretadas páginas) y he de confesar que si he llegado hasta el final es porque no está entre mis hábitos dejar los libros a medias, salvo si me asalta la tentación muy al principio. En este caso ocurrió ya muy avanzada la lectura. cuando de todos modos me picaba aún la curiosidad por comprobar si el autor era capaz de invertir siquiera un poco el tono de lo que me iba pareciendo demasiado saturador y repetitivo. Casi todo en esta novela es desmesurado ---ya se entiende que no en el mejor sentido de la palabra--- pero no todo resulta fallido o pedestre. La intención del autor está desde luego en los antípodas de lo que podría constituir una crónica o reportaje político, como queda claro desde las primeras páginas. Y así, aunque parta  del caso real --- que en su día llenó los titulares de los periódicos de todo el mundo y que dio lugar a una también desmesurada orgia político-mediática, sin duda por el gratificante morbo que a casi cualquier prójimo brinda el ver caer en desgracia a un poderoso al que en el fondo, y no demasiado en el fondo, casi todos envidian--- de Dominique Stauss-Kahn, director entonces del FMI y dirigente socialista francés que aspiraba a la Presidencia de su país, al que se pilló en un renuncio cuando intentó violar a una camarera negra del lujoso hotel neoyorquino donde se alojaba, se aplica  Ferré a urdir una tupida fábula alegórico-política que sin duda pretende ser metáfora e ilustración del mundo que vivimos, de los mecanismos del Poder, los embelecos del consumo y la publicidad, la crueldad y podredumbre de los poderosos y la docilidad y borreguería de las masas o, para decirlo más sintéticamente-- y así, con mayúscula inicial---el Orden del Capital.


           El relato se estructura en 46 capítulos o movimientos, con mucha variedad de voces narrativas, pues unas veces habla el personaje central (al que se llama siempre el Dios K.),  otras algunas de sus amantes, su mujer Nicole,  el vagabundo negro Hogg,  el espiritista, el Emperador (y en el capítulo 24, pp. 215-276, una larga serie de personajes reales, desde Chomsky hasta Harold Bloom, puesto que esta parte se concibe como una especie de magazine de  plató televisivo donde aquellos  peroran sobre el asunto), y otras en fin, un narrador externo. En cada una de esas partes o fragmentos el Dios K. adopta una máscara o metamorfosis diferente, que va del cínico despiadado al arrepentido masoquista y convulso, del libertino obseso y cruel --con la gélida frialdad analítica de un héroe sadiano-- al intelectual crítico con el sistema, del anarquista místico a lo Tolstoi al consejero áulico de las grandes instancias de poder, o desde  brujo endemoniado a ejemplar marido y padre de familia, pasando por paria callejero que oficia de visionario revolucionario y aún otras muchas más. Delirante concierto polifónico de voces ordenadas de acuerdo a un plan en exceso repetitivo y mecánico, que quizá no saturaría si no aparecieran todas urdidas con los mismos mimbres y el mismo pie, la misma prosa correcta, sí, pero donde se ve demasiado el adjetivo previsible y el epíteto gastado y donde llega a cargar la sobreabundancia de descripciones, aparentemente eróticas pero en realidad parapornográficas, que hubieran quedado mejor (pues hay que reconocer que en este terreno el autor tiene cierta gracia) si se hubiera recurrido mucho menos a ellas. Es como si Ferré, descubierto el método (y el truco) se hubiera aferrado a él repitiéndolo alegremente y llenando  casi por inercia docenas de páginas, cuando a la novela le sobra bastantes .Por lo menos el último centenar y el cap. 14, un flash-back concebido al modo de relato interpolado que recuerda, en el fraseo, en la peculiar crueldad irónica  del tratamiento de los personajes y hasta en expresiones literales,  algunos pasajes de Houllebecq. El que K. acabe al final como acaba poco importa, pues podría haber acabado de otra manera y  el resultado ni había mejorado ni se hubiese mayormente resentido. En  otro tipo de consideraciones, la moraleja política que subyace resulta tan demasiado obvia, chata y consabida que  tampoco va a inquietar en demasía al Orden Establecido.

              Lo más reseñable del libro, y lo escrito con mejor pulso, me ha parecido el desopilante episodio del exorcismo (pp. 301-318), en que un experto jesuita, el Padre Padroni, cura  a K. de su priapismo y sus obsesiones sexuales haciéndole expulsar por el culo unos grandes huevos multicolores que luego el buen padre (que aprovecha,  dicho sea de paso, el alelamiento de la mujer de K, Nicole,  hechizada espectadora del espectáculo, para sobarla a placer, y he de decir que casi no hay pasaje en todo el texto que no concluya con el numerito seudoerótico) da a incubar a unos dragones que tiene encerrados en el sótano de su residencia. Y lo más lúcido  alguna de las cartas que K. escribe desde su prisión domiciliaria a grandes personajes , como la dirigida al papa Ratzinger, donde se argumenta con bastante sutileza acerca de cómo tanto la Religión (cristiana o cualquier otra) como el Orden político-económico se sustentan ambos por la Fe (suponiendo, lo que es mucho suponer, que la primera no sea ya descaradamente un simple envoltorio del segundo).

           Ignoro si al autor le ha costado mucho trabajo escribirla (ya he dicho que a mí un poquitín acabarla). Supongo que sí, pues llenar quinientas y pico páginas no es, en cualquier caso, moco de pavo, y hay que agradecerle el esfuerzo, en aras de la causa de la literatura. Tiene imaginación, solo que focalizada o excesivamente orientada hacia ciertos asuntos No había leído nada antes de él. Un amigo de cuyo criterio me fío bastante me dice que Providence, la anterior novela de Ferré, adolece de lo mismo de que adolece ésta. Esperemos que en el futuro el autor nos obsequie con algo más gozoso y digerible.