lunes, 3 de noviembre de 2014

UNA DIGNA COHERENCIA



Hans Magnus Enzensberger. Hammerstein o el tesón. Barcelona. Anagrama. 2013.




      Como ya ocurriera en, por ejemplo, El corto verano de la anarquía, que leí con sumo interés hace años, nos entrega aquí Enzensberger un bien armado e imaginativo texto, que, como aquél, se sitúa entre el ensayo histórico-biográfico y el reportaje novelizado. Así como El corto verano... se centraba en la figura de Durruti, tan fascinante para algunos como odiosa para otros, el protagonista es ahora el general alemán barón Kurt von Hammerstein  (1878-1943). Figura excepcional de la resistencia antinazi, a este militar y a su familia le tocó vivir el periodo más dramático y turbulento de la historia contemporánea de su país, el que va de la República de Weimar a la ascensión de los nazis al poder, y lo hizo con admirable coraje y coherencia ética, bien anclado en los valores y exigencias de comportamiento que había heredado por educación y que tan bien casaban, por lo demás, con su carácter. Jamás llegó a ser tan fanático o estúpido como para no pensar que el nazismo iba a acarrear la ruina de su país-- y a ese principio se atuvo--- e intuyó enseguida, aunque no fuera hasta 1942 cuando se empezó a saber en los círculos de la oposición moderada de los asesinatos en masa de judíos y el genocidio de poblaciones enteras en el Este, que aquel sería un régimen perverso y criminal.


         Si bien el general no fue el único entre los de su casta que se opuso al nazismo, pues la nobleza militar, a la que pertenecía por nacimiento, estuvo muy lejos, al contrario de lo que podría creerse, de entregarse en bloque al régimen, el decurso vital del clan de los Hammerstein ofrece, de hecho, un ejemplo de cómo una familia puede romper las expectativas de comportamiento que se esperan a tenor de su origen, sin cortar del todo con él, y seguir caminos bien distintos, toda vez que aquí se informa con puntilloso detalle de la peripecia vital de los siete hijos de Kurt y de su esposa Maria. Por cierto, Kurt no se entrometió jamás, lo cual dice mucho de su comportamiento esencialmente liberal, en las vidas de sus hijos, que por consiguiente pudieron hacer siempre lo que les dio la gana.  Las tres hijas mayores, Maria Luise, Maria Therese y Helga, entraron ya antes de la guerra en los ambientes de izquierda revolucionaria, se relacionaron con judíos y militantes comunistas y militaron ellas mismas (Helga, que vivió hasta su muerte en Alemania Oriental, fue durante unos años amante de Leo Roth, judío y dirigente del Komintern que acabaría víctima de los purgas estalinianas en 1936),  dos de los hijos menores, Kunrat y Ludwig, militares ambos, desertaron mediada la guerra y vivieron escondidos y huyendo de la Gestapo hasta la liberación, y otro, Franz, acabaría de pastor protestante en Estados Unidos. El general, por su parte, se jubiló por edad poco después de la llegada de Hitler al poder y tras haber participado, aunque vigilado, en la mayoría de los conciliábulos conspiratorios antihitlerianos. Pero no en todos: no está claro si en 1938, cuando la Wehrmacht echó de nuevo mano de él, pese a estar jubilado, para mandar un cuerpo de ejército en Colonia, cargo en el que solo lo mantuvieron unas semanas, se pudiera de verdad de acuerdo con Witzleben y otros generales para intentar una arresto de Hitler, aunque en todo caso las concesiones que poco después, con el Tratado de Múnich, hicieron Chamberlain y Daladier al tirano  dejaba a los conspiradores sin justificación moral y política. Por fortuna para él, no vivió lo suficiente como para llegar al célebre complot fallido de julio del 44, que sí acarreó la detención y envío a un campo de concentración de su viuda y de una de las hijas menores, que fueron liberadas por los americanos. Solo en el otoño del 45 pudieron los miembros de la familia reunirse tras varios años de no saber nada unos de otros. 




       Valiéndose del estudio sistemático de una copiosa bibliografía, de  archivos y fuentes documentales (cartas, testimonios y entrevistas a personas  aún vivas que lo conocieron) a menudo contradictorias entre sí, y pese a saber con certeza que la memoria engaña, que cada testigo recuerda a su manera y que cada versión de los hechos y de la vida encierra posturas con frecuencia inconciliables y excluyentes, se las apaña  Enzensberger parra tejer con habilidad suma un intrincadísimo puzzle que viene a aunar  los encantos de la novela bien escrita y el rigor ético de la investigación histórica documentada y honesta. En el sucinto pero muy agudo posfacio (pp. 331-344) explica el autor por qué serie de casualidades y conocimientos, librescos y personales ,oyó por primera vez el nombre de Hammerstein y concibió , ya en su juventud, la idea de este libro. Enzensberger se vale además del recurso de la entrevista póstuma ,que le permite en cierto modo insuflar vida  al testigo ya desaparecido, dándole la palabra y la posibilidad de defenderse de las puntillosas y nada complacientes preguntas a que se le somete, pero liberándolo al tiempo de su condición de mero objeto mudo de las especulaciones de un narrador, pero se reserva las que llama glosas (siete fragmentos en total) para filtrar la la información recibida de los testigos y las fuentes e interpretarla según su personal criterio avanzando las hipótesis que juzga más verosímiles.


       De modo que lo que aquí se cuenta--- en este libro que en mi opinión vale la pena leerse--- en una prosa exacta y analítica, que sabe dejar de lado tanto el cargante espesor historicista como la digresión innecesaria, es un buen puñado de vidas ---alguna de ellas fascinante, como la de Ruth von Mayenburg, la aristócrata roja, que fue agente del Komintern utilizada por éste como contacto con la alta sociedad y que acabó, ya desencantada del comunismo, escapando por milagro de las purgas---con  frecuencia entrecruzadas, rotas o heridas las más por la vorágine de las circunstancias,  biografías a menudo de gentes valientes y de loable rigor ético, otras forzadas a una doble vida y otras, en fin, de espías, agentes dobles, conspiradores, delatores y  no pocos asesinos. Y todas ellas como decorado o contrapunto del clan de los Hammerstein, que si resultó atípico ---por ejemplo, al general jamás se le oyó, ni en privado, una palabra de desprecio hacia los judíos cuando lo normal en su clase era una antisemitismo natural y feroz---   lo fue porque hizo esfuerzos por salirse del cerrado círculo social al que pertenecía, aunque nunca lo consiguió del todo, pues ni siquiera las hijas del general, que manifestaron una curiosa preferencia por relacionarse con judíos y comunistas, lograron nunca liberarse por completo del estigma de su ascendencia. Las antiguas y pretendidas virtudes de casta, que según Enzensberger han sobrevivido largo tiempo en una sociedad democrática en la que la nobleza como clase ya no cuenta gran cosa, no pudieron inmunizar a sus miembros,  ya en los años 20 y 30,  contra los desastres y torbellinos que la historia les preparaba, pese a que, en una dictadura que instrumentalizó todas las tradiciones, tampoco se dejaran manipular con facilidad nociones como honor, patriotismo o fidelidad.