domingo, 28 de diciembre de 2014

GRAN ESTILO



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W.G. Sebald. Vértigo. Barcelona. Anagrama. 2010

               Este libro,  que al igual que los otros textos mayores de Sebald, como Austerlitz o Los anillos de Saturno, me atrevo a recomendar a los amantes de la verdad  de la literatura, viene a ser una mezcla de dietario, relato de viajes, ensayo humanístico erudito, reflexiones autobiográficas e historia novelada, constituye ante todo un ejercicio de gran estilo literario, una especie de fascinante viaje interior por las galerías de la memoria y de la cultura, que opera por la acción de capas sucesivas de asociaciones de ideas, resonancias, analogías y correspondencias secretas entre hechos históricos, paisajes, personas y objetos, y todo en una prosa morosa, digresiva, laberíntica (que recuerda un poco el peculiar fraseo de Bernhard, aunque sin sus incantatorias repeticiones y circularidades) ,meditabunda, pletórica de espesor cultural y erudición libresca que, por mostrarse como semioculta o en sordina, jamás llega a cansar al lector. Fiel a su máxima de que ---como declaró en una entrevista a la Vanguardia  en 2001---escribir es como pasear por la historia y la biblioteca de la vida, este tipo de escritura parece remitir inevitablemente al implemento proustiano de la reminiscencia y de la capacidad generativa de la memoria,  y me ha  llevado a pensar en textos como El Danubio de Magris, con el que tiene más de un parentesco, el más obvio el que también se centre en la exploración del espacio cultural de la Mitteleuropa  germanohablante---pero incluyendo en él el norte de Italia---  y su asunción por un narrador culto e hipersensible que explora al mismo tiempo su propia vida. Narrador para el que todo, lo mismo un sueño o una pesadilla que un pasaje libresco o un personaje histórico (de hecho ve a Dante por las calles de Viena, a Luis II de Baviera en una góndola veneciana y encuentra en un tren a Isabel, la princesa inglesa del XVII hija del rey Jacobo I) tiene el mismo estatuto de realidad.

            El libro cuenta además con el impagable complemento de una extraordinaria colección iconográfica ---edificios, billetes de tranvía, exlibris,  facturas de hoteles y restaurantes, mapas, dibujos, anotaciones manuscritas, entradas a museos, recortes de prensa, planos de ciudades y todavía algunas cosas más—que enriquecen el texto y lo dotan de una extraña fidelidad documental.

        De los cuatro fragmentos o movimientos de que consta, el primero, Beyle o el extraño caso del amor, rememora la primera juventud de Sthendal, sus tribulaciones ante la crueldad de la guerra siendo oficial de las tropas napoleónicas, su decisión de convertirse en escritor, su creciente hipocondría y sus atormentados y dolientes amoríos. Se centra ante todo en las circunstancias de la redacción de De l’Amour al hilo de su pasión por  Métilde, de 28 años, a la que ha conocido en su salón milanés, casada con un militar polaco casi 30 años mayor que ella, y de la ocurrencia de la célebre imagen de la cristalización al contemplar una rama muerta recubierta por cristales de sal en los que los reflejos  del sol formaban miles de formas e irisaciones y en las que Sthendal cree ver una
alegoría del crecimiento del amor en las minas de sal de nuestras almas.

       All’ estero relata el melancólico vagabundeo del narrador, que en 1980 viaja desde Inglaterra a Viena pasando por Venecia y otras ciudades del norte de Italia. Todo lo que se cuenta, los lugares, las situaciones y los personajes, se integra en un abigarrado sistema de resonancias, correspondencias y repeticiones. En Viena sufre de depresión y alucinaciones, no habla con nadie salvo con camareros y abandona su aspecto e higiene personal hasta el punto de parecer un pordiosero. Decide ir a Venecia porque ha soñado que baja de un transbordador, no sin antes visitar a su viejo amigo Ernst Herbeck, que vive en un asilo luego de haberse pasado muchos años interno en un psiquiátrico. Hay una maravillosa descripción de un atardecer sobre el Danubio y la contemplación de un siniestro edificio abandonado que provoca, tanto a él como  a Herbeck, una aprensión agónica. Se evoca también un viaje anterior con Olga , a la que el descubrimiento de su pasado origina un llanto convulso, y se incluye acto seguido la larga descripción de una pesadilla en que el narrador se ve apresado entre enormes masas de roca en medio de un terrible temporal de alta montaña. La llegada a Venecia se puntúa con referencias al Diario del viaje a Italia de Grillparzer y a los sufrimientos de Casanova en las prisiones venecianas, para que a continuación la tétrica visión del edificio de un crematorio le lleve a consideraciones de tipo antropológico acerca de la celebración del día de Todos los Santos en su pueblo natal de Wertach  y a la fabricación y simbolismo de los panecillos de ánimas que consumen ese día sus habitantes.  Siguen Verona y su  Giardino Giusti  y el fresco de Pisanello en la Chiesa Sant’ Anastasia, que reaparecerá más tarde. En un viaje posterior --verano de 1987—por los mismos lugares piensa en Kafka (lo que anticipa el tercer fragmento del libro), que en 1913, pasó por allí camino del lago de Garda: en los urinarios de la vieja estación de Desenzano tiene incluso la certeza de que el escritor se miró en el espejo donde él se está mirando. Más tarde se topará en un autobús con dos gemelos de unos 15 años, acompañados de sus padres. Los adolescentes---cuyas miradas y comentarios se le antojan extremadamente estúpidos--- le sugieren un extraordinario parecido con Kafka a la misma edad, y cuando se atreve a pedir a los padres, un matrimonio siciliano, en un balbuciente italiano y luego de una trabajosa explicación acerca de un scrittore ebreo, que le envíen alguna foto de sus hijos, aquéllos se quedan escandalizados y lo toman por un execrable pederasta.

      Viaje del Doctor K. al sanatorio de Riva sigue las andanzas de Kafka por Verona y Venecia para pasar tres semanas en un sanatorio hidroterápico, cita y comenta pasajes de las cartas del escritor a su entonces prometida Felice y  remite finalmente a las extrañas circunstancias del suicidio de uno de los pacientes del sanatorio, personaje solitario con el que Kafka había hecho cierta amistad, hasta el punto de que fue uno de los tres únicos asistentes a su entierro.

      Il  ritorno in patria atiende al relato de la visita del narrador ---después de una ausencia de treinta años--- al pequeño pueblo bávaro de Wertach, su lugar natal, no sin antes hacer una parada en Innsbruck, donde una lluvia constante le sugiere  una lobreguez, opresión y abandono absoluto y donde una camarera del bar de la estación  ---con un giro de lenguaje que recuerda una vez más a Bernhard--- lo insulta de la forma más malvada que uno pueda imaginar. Este capítulo de la estancia en  Wertach supone un buceo en los recuerdos de infancia y en la intrahistoria más íntima de su propio personaje y, al mismo tiempo, trasuda en cada frase una especie de  sombría poesía, toda vez que implica una alegoría implícita del poder totalitario y ubicuo de la muerte y del olvido. Hay una espléndida galería de tipos, casi todos ellos con alguna tara, manía enfermiza o desarreglo psíquico y casi todos muertos, como Rosina, la ex tabernera alcohólica,  la Romana, la posadera a la que el  narrador, entonces casi un niños, hacía objeto de sus primeras ensoñaciones eróticas, el doctor Rambousek. el viejo médico morfinómano, misántropo y sin clientela que acaba suicidándose, o el abuelo mismo del narrador, y objetos, como los cuadros del pintor costumbrista local  Hengge, que se  evocan  con comprensión y ternura, aunque éstos, cuadros de leñadores y segadoras, le aterrorizan y desasosiegan al igual que lo habían hecho en la infancia. Por su informante Lukas, el último sobreviviente de la familia Ambroser, se entera de cómo ha transcurrido la pequeña historia sentimental del pueblo y del decurso de un puñado de pobres vidas humildes en los años del nazismo y de la primera postguerra. Reaparecen aquí algunos motivos ya tratados en partes anteriores del texto, como la batalla de Marengo, traída a colación antes a propósito de Sthendal y retomada ahora por mor de una desastrada marioneta que se agolpa, con otros muchos cachivaches que dan lugar a otras tantas digresiones, en el desván que le muestra Lukas, y el asunto del hombre muerto transportado en un carruaje, que ya había impresionado al narrador en Venecia y que comparece de nuevo aquí a propósito del cazador Schlag, al que encontraron una madrugada sin vida en el bosque. El libro, en fin, concluye con la hermosísima y precisa descripción de una pesadilla (pp. 227-8) en la que el narrador  camina por una zona montañosa: Todo lo que se veía desde arriba era de una especie de color calcáreo , de un gris claro, resplandeciente, en el que centelleaban miríadas de esquirlas de cuarzo(…) No se movía nada. Reinaba la más absoluta calma , pues hacía ya tiempo que el viento había disipado también los últimos vestigios de vida vegetal, la última hoja susurrante o el último pequeño jirón de corteza (…) como un eco casi perdido regresaban entonces las palabras a este vacío desalentado(…)  Un libro, en suma, fascinante e inolvidable.


      
       



 

lunes, 22 de diciembre de 2014

BUEN OFICIO






Juan García Hortelano. Apólogos y Milesios. Barcelona. Ediciones B. 1999.


                 Valiéndose de la dicotomía cervantina entre apólogos, historias que deleitan y enseñan juntamente, y milesios, que atienden solo a deleitar, publicó Hortelano --del que leí tiempo ha  Tormenta de verano y Nuevas amistades, además de su desopilante Gramática parda y de su peculiar poesía, reunida en el pequeño volumen La importancia del comercio, y del que conservo en un anaquel, a la espera, la edición en dos tomos que hiciera Barral de su extensísima  El gran momento de Mary Tribune---en el ya lejanísimo 1975 estos breves textos que, lejos de pasar por obra menor o circunstancial entre las suyas, me parece que podrían legítimamente condensar lo más requintado de su mucho oficio y de su maestría de narrador.


                  He de decir que he pasado un muy divertido y provechosos rato leyendo estos relatos, de modo que por lo menos en mi modesta condición de lector se ha venido a cumplir la funcionalidad cervantina más arriba consignada, porque los he hallado escritos con soberana libertad, fino oído para las modulaciones de la lengua viva, la de la calle, y gran sentido de la ironía, amén de con la puesta en escena de una variada panoplia de recursos técnicos, que van desde la impostación y constantes metamorfosis de la voz narrativa y los cambios continuos de punto de vista hasta la sutil recreación de los registros coloquiales, que no excluye, no obstante, la habilidad para el pastiche literario.


                   El asunto de los tres primeros, Una tarde rota, El último amor y La cosa más loca ---agrupados bajo el pórtico o entradilla de Hablan unas mujeres ---no es sino los desastres que en la sensibilidad y en el alma femenina, pero ay, también en las de los hombres, puede provocar la institución del matrimonio....cuando las cosas vienen mal dadas. Solo que en vez del drama más o menos psicológico, por mucho que haya en la anécdota y en las situaciones mucha soledad, incomprensión y odio, asistimos a una especie de esperpento sublimado por el humor. Se trata de mujeres dominadas, pero no resignadas del todo a esa dominación, por maridos pancistas, aplatanados, inútiles o paradójicamente pusilánimes, mujeres que a veces ---como le ocurre a la protagonista del segundo de los relatos citados-- consigue su propósito: cuando Stefania  logra al fin echar de casa al incómodo y misterioso huésped que ha introducido en ella su marido Benedetto, descansa, aunque no se da del todo por satisfecha. Pero el  mejor de los tres se me antoja el último, en que La Pinta, la narradora, además de la historia de sus amoríos, cuenta cómo ella y su íntima amiga, La Niña ---ambas son marujas relativamente acomodadas gracias a sendos matrimonios ventajosos---entretienen sus ocios cotorreando y robando-- no por necesidad, sino por placer---en los almacenes El Universo Mundo, hasta que es víctima del chantaje de uno de los vigilantes, que lleva mucho tiempo sabiendo sus fechorías y solo espera el momento propicio. Así razona La Pinta: " El abrigo, de cuatro temporadas. Pero me llevaba al cine y se llamaba José Luis o, después, cuando me estaba duchando tras haber despachado con la Niña , se llamaba Ricardo, que luego puso un taller de reparación y lavado de coches, o Faustino, el que más duramos, o Don Ramón, que me aguardaba unas cuantas calles más allá porque no era cuestión que me vieran subir a su auto, o Vitorino, que tenía moto, la primera moto en que yo me monté, gozándola, que se percatasen en el barrio qué muslos tenía la Pinta, percátense, percátense de que yo aquí no me hago vieja(veinte o veintiuno contaría yo por entonces) , o el mismo Fernando, juntos el día entero en la oficina de la fábrica desde la mañana hasta la tarde antes de carme, lloriqueándome, alguna vez a bailar, a dejarme un poco, por gusto y también para luego tener algo que contar a la Niña y que ella me contara, que, eso sí, graciosa y con más sal que ninguna, pero exagerada y un pedazo embustera, la Niña" .


                 La segunda sección del libro ---....y ahora, ocho flores del mal menor---incluye ocho textos más breves, de muy variada  técnica y factura. He aquí una breve noticia de algunos de ellos.  Necromanías es una burla de la incorregible doblez y el cinismo narcisista de la condición humana, apoyándose en la fábula de un escritor recién fallecido que desde el más allá oye los comentarios que de él hacen sus amigos y conocidos. Tu melena enciende la luna es una estupenda parodia del estilo procesal y jurídico-administrativo, que usa la tercera persona en un tono mayestático ---Esta Autoridad(...)---para pergeñar una especie de acta de acusación contra alguien que ha compuesto la letra de una canción amorosa de ese título. Una comedia de costumbres, la minuciosa descripción de una desvencijada sala de teatroconstituye un alarde en el que el autor---como en ciertos pasajes de Benet---juega a embutir el mayor número de subordinadas unas dentro de otras en un único párrafo de dos páginas y media, ya se comprende que de sintaxis harto enrevesada, donde se repiten como en un retornello las expresiones desde la perspectiva de la sala y desde la perspectiva de la escena. El siguiente texto, Jardines al mediodía, es un brillante pastiche de la prosa modernista, con su sintaxis arcaizante y profusión de epítetos, una pintura de una  señorial casa de campo, con la justa dosis de decadencia y sus correspondientes pérgolas, parterres y pistas de tenis. Concierto sobre la hierba, desbordante de imaginación y retranca, es una desternillante burla del mundo futbolístico-patriotero, con el relato de un encuentro entre las selecciones de la Tierra y Marte. Petición de mano, una especie de chiste sobre un chiste a propósito de las trampas de la memoria, parece una parodia a la vez de la novela detectivesca y del peculiar fraseo borgiano:" En cuarenta años de exploraciones, con un único y secreto objetivo, he aprendido los ilimitados contornos de la imprecisión humana. Todo desierto, cualquier extensión polar, la más gigantesca ciudad  o el más impenetrable bosque, acaba en algún punto del espacio". El último de la serie, en fin, de largo y torturado título ---Noticia acerca de los efectos trastocados del bien y del mal en personas aquejadas por estas pasiones---es el relato de la historia de Donato, el artista narciso y triunfador, pero ---en un motivo muy caro a  cierta tradición romántica---íntimamente corroído por el tedio, historia que se quiebra,en un inesperado bucle final, hacia el folletín.

                La última parte del libro se centra en Morfeo en el museo, un irónico elogio de las habitaciones de hotel, que se mete con el tópico tan manido de su tristeza e impersonalidad, y una denuncia de la agobiante presencia de la muerte que parece flotar en la atmósfera de los museos, ese territorio presidido por aquel remedo de eternidad, aquella nada de un sarcasmo mortífero, potenciado por el motivo, tan presente en el relato romántico de fantasmas, de la animación de lo inanimado, pues aquí  los personajes de los cuadros salen de ellos, se desprenden de las superficies coloreadas y cobran una vida siniestra. Y sobre todo en la pieza que cierra el conjunto y que viene a ser como  esa guinda o colofón que sin duda hará las delicias de los amantes de las trastiendas de la literatura, El día que Castellet descubrió a los novísimos o las postrimerías, una desopilante burla ---urdida además con una prosa latinizante, con verbos al final de la frase y oraciones de infinitivo ---de las poses y clichés del mundillo literario, con la fantasmagórica autoridad de la Real Academia incluida, y figurantes que vienen a ser transparentes trasuntos de algunos personajes de la autodenominada gauche divine barcelonesa de los sesenta.           

         

martes, 9 de diciembre de 2014

DE LA TRISTEZA DEL GANADOR



Portada de Contra el olvido

Alberto Oliart. Contra el olvido. Barcelona. Tusquets.1998.



           Me da ahora por releer, después de haberlo hecho por primera vez cuando salió hace catorce años, aureolado además por haber acabado de recibir el Premio Comillas, el libro de memorias de Oliart. Lo recordaba mal, difusamente y solo en algunos detalles o retazos, pero me parece que la agradable impresión que entonces me causó ni desmerece mucho de la que en esta ocasión me ha provocado ni  se ha visto tampoco corregida por el entusiasmo.

         El libro se centra casi exclusivamente en los años que van desde el nacimiento del autor, 1928, hasta 1950, en que, concluida su etapa universitaria barcelonesa, se traslada a Madrid para opositar a abogado del Estado, con la vívida certeza  ---no exenta de melancolía--- de que se cerraba una etapa de su vida y comenzaba otra en buena parte distinta, puesto que rompía (pero solo en parte) con su medio familiar y dejaba el trato directo con  el que hasta entonces había sido su círculo habitual de amigos. Se convertiría con el tiempo en el alto funcionario, político y empresario (hecho que él solo apunta, sin hacer mayores comentarios y dejando entrever que esta segunda etapa de su vida será objeto de un nuevo volumen de prosa autobiográfica, libro que hasta donde alcanzo a saber aún no ha aparecido) que  ---y esto lo digo yo-- poco tenía que ver ya con el personaje de su primera juventud.

           No parece haber preocupado demasiado al autor la voluntad de estilo, toda vez que no hay huella alguna de apoyatura técnica en el arte de la narración. Porque no  hay verdaderos monólogos, ni fragmentos en estilo indirecto libre ni cambios de punto de vista en el narrador, porque  la adjetivación resulta  a menudo tópica y previsible y por la escasez escasez metafórica, casi nunca llega a revelar destellos de maestría ni verdadera fulguración de altura literaria. Pero se trata de una prosa límpida y correcta, en los antípodas de toda floritura barroquizante, que de algún modo alcanza a traslucir verdad, a dar la sensación de que miente lo menos posible, y uno encuentra así verosimilitud en la materia narrada y en su correspondencia con las incitaciones de la realidad y los sentimientos y anhelos del personaje, que por lo demás, casi nunca se aparece como demasiado autocomplaciente. El relato es por lo demás harto desigual, y no causa  extrañeza que muestre en general más seguridad y nervio narrativo en su segunda mitad que en la primera, por mucho que resulten más estimables, pongo por caso,  las descripciones de las tierras extremeñas, en  sus evocaciones y recuerdos de la infancia, con el olor a tierra mojada de las primeras lluvias otoñales, o el impacto que causaban en el niño las lentas, patéticas y solitarias campanadas a muerto en las iglesias de Mérida (que se focalizan mayormente en los dos primeros cap. del  libro, de los ocho de que consta), que algunas anécdotas que se cuentan en más adelante, sobre todo en el cap. 5,  correspondiente a los años universitarios del autor, que se me aparecen algo pálidas y desvaídas, aunque solo sea por el hecho de que su amigo Barral se refiriera a lo mismo, pero años antes ycon mucha más brillantez literaria, en  Los años sin excusa. Con al menos una excepción: el breve fragmento titulado El espejo (pág 322) viene a constituir una especie de poema en prosa que se me antoja de lo mejor del libro.

        Los primeros cap. se demoran en contar con detalle las sensaciones y ambiente de la  niñez y adolescencia, a caballo entre el campo extremeño y Barcelona, los antecedentes familiares (con la figura tutelar y un tanto mitificada del abuelo materno) y los relatos de familia ( uno que ilustra bien la crueldad de casta de los señoritos del campo español: la trágica historia de amor y temprana muerte de uno de sus tíos maternos, Pepe, cuya amante, una de las criadas de su abuela, concibió de él un hijo que nació muerto poco antes de que él mismo muriera de tuberculosis; mientras paría al niño, los amos la insultaban y posteriormente la acabarían echando de casa sin haberle permitido ver a su enamorado; no la dejaron entrar; sí entró la perra loba de Pepe, que el día antes de morir su dueño se fue del cortijo donde la tenían hasta Mérida y se metió debajo de la cama del moribundo, de donde fue imposible sacarla). Siguen acto seguido los días iniciales de la Guerra Civil, que vivió en Barcelona. En su recuerdo de niño de siete años hay una hilera de guardias civiles caminando, bien arrimados a la pared, por la Rambla de Cataluña, una caballería muerta en medio de la calzada, sus padres escuchando ansiosamente la radio, las prisas por huir a Francia, usando sus influencias, de la familia, la estancia de unos meses en París, el paso a zona nacional por San Sebastián y Valladolid hasta llegar a Mérida, los bombardeos republicanos sobre su pueblo natal, los problemas de su padre, que tuvo que escapara a Galicia porque un oficial de la Guardia Civil se empeñó paranoicamente en confundirlo con un peligroso separatista catalán y el regreso en los primeros días de la paz a Barcelona.

       En esta ciudad transcurre su adolescencia y primera juventud. Y también el lento aprendizaje moral que nace de su mala conciencia de señorito que se sabe privilegiado en medio de una sociedad mísera y sombría, de gentes amenazadas y acobardadas. O dicho de otro modo: la paulatina toma de conciencia del joven burgués, inteligente pero no cínico, de las circunstancias de la España franquista, que viene a ser el transparente leiv-motiv de casi todo el relato.  Allí verá un día a un anciano abofeteado en plena calle por unos militares por haberse dirigido a su mujer en catalán, oirá las incendiarias proclamas joseantonianas del futuro filósofo marxista Manuel Sacristán cuando era un cabecilla falangista en el Instituto Balmes, pero verá también el indescriptible entusiasmo de la multitud vitoreando a Serrano Suñer y al conde Ciano mientras discursean desde el balcón de la sede de Falange en el Paseo de Gracia. Allí conocerá a los que serán sus grandes amigos de instituto y luego de Universidad,  sobre todo Carlos Barral, Javier Folch y J.Gil de Biedma, cuyas semblanzas traza, y conocerá también el magisterio universitario de García de Valdeavellano. Sigue con aparente desgana los estudios de Derecho pero oficia, muy influido por sus amigos, de joven letraherido aficionado a la poesía, lo que no obsta para que sea un estudiante empollón. Seguirán los breves viajes de estudios a Francia y Alemania y las francachelas de camaradería y borracheras de su servicio militar como alférez en Ronda y luego en Gerona, al tiempo que las dificultades económicas ---solo relativas---de su familia le abocan a las urgencias de tener que labrarse eso que suele llamarse  un porvenir profesional, que resolverá como se ha dicho más arriba.

         El último pasaje del libro (inmediatamente antes del breve epílogo donde traza, como a vuelapluma, su asentamiento familiar y profesional y los inicios de las imposiciones de la edad adulta) el de la partida en tren a Madrid, es de una punzante melancolía, como corresponde al adiós definitivo a la juventud, pues ahí el autor se despide, como en efecto ocurre, para siempre de su pasado inmediato y de ese unamuniano yo ex-futuro que podía haber sido y no fue.

           

martes, 2 de diciembre de 2014

JUVENTUD, EGOLATRÍA




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Barbara Probst Solomon. Los felices cuarenta. Una educación sentimental.Barcelona. Seix Barral. 1978.


      Pese a que la traducción deja bastante que desear (el traductor parece ignorar el régimen preposicional en español y además calca sistemáticamente galicismos sintácticos ---"fue por entonces (...) que Nicolás vino a verme en Nueva York", p. 286; (...) " comprometido hasta el fin a la idea de España", p.154, y son solo un par de muestras), he leído con curiosidad esta autobiografía de juventud y primera madurez ---en el momento de la publicación del libro la autora anda por los cuarenta años--- que es sin duda a la vez una verdadera novela de formación y que me parece escrita con humildad, lo cual quiere decir con la suficiente falta de petulancia, de pedantería y de autocomplacencia ---lastres de tantos libros de memorias---como para que me haya interesado  casi desde las primeras líneas. La publicista y escritora norteamericana, de la que tuve primera noticia en un ensayo, ahora no recuerdo cuál, de Benet, es autora además de un par de novelas y de algunos guiones cinematográficos. Sin duda porque a los editores les pareció más atractivo y connotado, se  ha traducido al español con el título y subtítulo, de resonancias flaubertianas, que figuran más arriba y que se ha preferido al original  Arriving where we started, un verso de Eliot que se reproduce, traducido junto con otros, como pórtico. El libro es en lo sustantivo el relato de la pérdida de la inocencia, de la dolorosa asunción de las exigencias de la edad adulta y del pálido mecanismo compensatorio de la nostalgia.


     El texto se divide en cuatro partes o secciones. En la primera cuenta la autora su infancia privilegiada en un medio familiar de la alta burguesía neoyorquina de ascendencia judía centroeuropea. No tanto por esta circunstancia, sino por la influencia de una institutriz, Marte, personaje muy importante en su vida a juzgar por las múltiples alusiones que a él se dedican, que le enseña alemán y que le está continuamente hablando de Alemania, desde muy niña Bárbara tiene la obsesión de vivir en Europa en cuanto pueda. A los padres, muy liberales en las costumbres y lo relativo a la educación de los hijos, los veía poco y no parecen haberle dejado demasiada huella, aunque les agradece que le permitiesen hacer siempre más o menos lo que le venía en gana. Ellos estaban muy atareados en sus ocupaciones y en sus relaciones sociales y de hecho hacían vida separada, por mucho que por comodidad o conveniencia siguieran viviendo bajo el mismo techo. Asiste a exclusivos colegios de niña pija y hace después irregulares y breves estudios en la Universidad pública de Washington, a la que decide ir en lugar de a una de las privadas y elitistas, aunque la abandona pronto porque la experiencia le parece frustrante. Los meses de universidad son también los de su toma de conciencia política, sobre todo a través de su relación sentimental con Moe, un joven matemático comunista que acabará suicidándose, y los de los primeros contactos con gentes de otro medio social, aunque hay que decir que Bárbara es  lo suficientemente honrada como para no perder de vista el hecho de que pertenece a una casta privilegiada y no tan cínica como para querer pasar por uno más entre los estudiantes sin recursos ( los veteranos de guerra ven su acceso a las universidades públicas favorecido oficialmente). Tras el desempeño ocasional de algunos oficios, como cajera en un supermercado y enfermera auxiliar militar en un hospital para veteranos de guerra, decide irse a Europa. Tiene vagos planes de convertirse en escritora o quizá en traductora de ruso (para ello ha estado estudiando esa lengua por libre en la temporada pasada en Washington).

      En la segunda parte (pp. 87-163) se cuenta el primer viaje a Europa, inicio para Bárbara de una vida rica en peripecias y conocimientos de ambientes y personajes. En el barco conoce a la madre de Norman Mailer, que le da a leer un manuscrito de su hijo, ya en París y en los inicios de su carrera literaria. Muy viva es la impresión que le causa una Francia aún semidestruida y donde aparecen por doquier las recientes heridas de la guerra. A través de Mailer entra enseguida en contacto con los círculos de jóvenes exiliados españoles en los que se mueve Paco Benet, el hermano del escritor, personaje que resultará determinante en su vida. Benet planea ayudar a escapar a dos presos amigos suyos que cumplen condena a trabajos forzados en Cuelgamuros, Manolo Lamana y Nicolás Sánchez- Albornoz. Fascinada de inmediato con todo lo español, aunque aún no conoce una palabra del idioma, viaja a España y conoce en San Sebastián a Teresa, la madre de los Benet, que la impresiona por su independencia de criterio, libertad de espíritu y fuerza de carácter. En un segundo viaje, junto con Paco y la hermana de Norman Mailer, organizan la fuga de los presos, que se narra en unos pocos párrafos y que resultará sorprendentemente fácil. Se cuenta después el accidentado paso a Francia de todo el grupo, las dos chicas como turistas por la aduana (donde no dejan de tener problemas, aunque logran pasar no sin que los policías las tomen por traficantes de divisas), los dos fugitivos a pie por los Pirineos y Benet, días después, camuflado en una barca de pescadores vascos que lo llevan desde Irún a Hendaya. Reunida con Paco en París y ya convertidos ambos en amantes, se hace comparecer a otros muchos personajes, el más notorio el futuro editor de Ruedo Ibérico Pepe Martínez, que sobrevive malamente como descargador de camiones en Les Halles y que se ve obligado a llevar una existencia semiclandestina al carecer de papeles en regla. Hace constantes viajes a  Madrid como correo de propaganda ilegal, donde conocerá a Juan, el otro de los Benet, que ya anda metido en su papel de terrorista intelectual y del que se traza un retrato tan cariñoso como irónico. Son los tiempos en que en París edita, aunque en condiciones precarias, junto con Benet y Martínez, la revista cultural antifranquista Península.

          La estancia en Alemania, adonde ha seguido a Paco, que ha ido allí a dar clases en la Universidad de Maguncia, ocupa la tercera parte del libro. El país le causa una impresión ambivalente, pues si por un lado se siente conmovida por las penalidades de la gente y por el reencuentro con un idioma para ella muy querido por sus recuerdos de infancia y sus ascendencia familiar, por otro le molestan los esfuerzos que hace todo el mundo por disimular el pasado nazi. En otro orden de cosas, enferma gravemente de asma y se inicia su ruptura con Paco. Regresa a París, donde se cura y acto seguido vuelve a América. Vive una temporada en la finca de sus padres en Conneticut y está de nuevo en Paris en las Navidades del 49, en un intento de reconciliarse con Paco y para ver también a Juan, que ha conseguido al fin un visado para salir de España.

         En la cuarta parte del libro --La vuelta, pp.281-337 --se cuenta  el definitivo regreso a América. Se siente transtornada por la nostalgia y por la conciencia de la derrota tras lo que juzga definitiva ruptura con Paco. Allí, al tiempo que inicia una irregular e intermitente carrera de escritora y publicista, se casa con Harold, un profesor de Derecho con el que lleva una pálida vida matrimonial, del que tiene dos hijas y del que acabará  enviudando pocos años después. Luego hay un largo lapso temporal hasta mediados de los sesenta, en que, enterada por Juan Benet de la muerte en accidente de Paco en Irán, vuelve a Madrid. La ciudad ya no se parece nada a la que había conocido años atrás. Se reencuentra con Benet, con el que no ha perdido el contacto epistolar en todo ese tiempo, y con Teresa, la madre de éste. A través de Benet entra en contacto con muchos y variopintos personajes, desde Ridruejo, Pepín Bello, Caneja y Calvo Serer, el cínico y escurridizo opusdeísta entonces director del periódico Madrid,  hasta Tierno Galván, de todos los cuales hace intuitivos y certeros retratos (de éste último no se le escapa su carácter megalómano y maniobrero). Este tramo final constituye una vívida y muy aguda descripción de los ambientes político-intelectuales antifranquistas madrileños de los sesenta, con la vacuidad y el señoritismo de muchos personajones de la oposición, el conservadurismo tacticista del PCE y la indiferencia de la mayor parte del pueblo, que piensa mayormente en tener un televisor y un frigorífico, todo en un Madrid desarrollista ---como se diría después--- y americanizado que, como la autora repite con insistencia, ya ha perdido el encanto folclórico de la primera postguerra.