lunes, 17 de noviembre de 2014

DE INTELECTUALES Y COMPROMISOS






Herbert Lottman. La Rive gauche. La élite intelectual y política en Francia entre 1935 y 1950. Barcelona. Tusquets. 2006.
Antony Beevor &Artemis Cooper. París después de la liberación. Barcelona. Crítica. 2006.


                Pese a ser más descriptivo y anecdótico ---hasta el punto de convertirse a veces en un centón de anécdotas, algunas hilarantes y otras vitriólicas: se abre con la sonora bofetada que Breton propinó a Ilya Ehrenburg en un estanco por haber éste escrito que los surrealistas solo se dedicaban "al onanismo, la pederastia, el fetichismo, el exhibicionismo e, incluso, la sodomía"(pág.19) y se cierra con el no menos sonoro portazo con que Camus se largó del apartamento de Sartre y que selló para siempre la enemistad entre ambos (pág. 416) --- que crítico-analítico y pese a no comprometerse casi nunca con hipótesis explicativas, a las muchas repeticiones y a las contradicciones más palmarias (empieza sentando la tesis de que casi todos los personajes aquí estudiados o citados se comportaron entre sí con lealtad, poniendo la amistad por encima de todo, para luego mencionar, en numerosos pasajes del libro, cómo buena parte de ellos se traicionaron, enemistaron e incluso delataron bajo la ocupación nazi), lo cierto es que no deja de leerse con interés este largo ensayo del periodista norteamericano residente desde hace años en París, al que se deben otros estudios de tipo biográfico o histórico, entre ellos  una biografía de Camus, otra de Flaubert, El París de Man Ray o Los Rothschild. Historia de una dinastía. El  libro, dividido en cuatro partes y 35 capítulos, no es --ni  creo que pretenda serlo-- un ensayo de crítica literaria, sino más bien un entretenido reportaje de Sociología de la Literatura.  Aquí se pretende historiar el milieu político-intelectual (o mejor al revés) parisino del periodo de entreguerras. En otros términos, partiendo de la tesis, a mi juicio bastante razonable aunque no podría aplicarse a todos los casos, de que la influencia política del intelectual no está en relación directa con el valor literario de la obra, intenta contar las evoluciones y metamorfosis del intelectual comprometido, esa figura tan enraizada en la cultura francesa contemporánea desde el caso Dreyfus como me temo que hoy no ya del todo periclitada y pasada de moda, sino incluso inconcebible (en efecto, ¿cómo podría ahora influir el intelectual, en este mundo globalizado, dominado por los grandes poderes, sobresaturado de información y de Internet y donde ya no hay propiamente ideologías?).

        Lottman cuenta con pormenor las vicisitudes y aventuras---casi siempre con el telón de fondo de las problemáticas relaciones con el PC, que fueron según los casos del servilismo a la consentida instrumentalización o a la rebeldía, con todos los posibles estadios intermedios--- de un puñado de selectos maîtres à penser y escritores más o menos reconocidos por el canon convencional (más una turbamulta de figurantes menores) como Sartre, la Beauvoir, Malraux, Aragon, Breton, Camus, Gide, Drieu, Céline y algún otro. Y lo hace, trazando una especie de topografía político- festiva del Quartier ---"La Revolución, solía decir Clara, la frívola y tornadiza primera mujer de Malraux, es verse mucho---  y a través de la glosa y descripción de los innumerables congresos, manifiestos, revistas, tomas de postura política, tertulias de café y conversaciones que inundaron la Rive gauche en aquellos años y que sin duda hubieron de convertir a la capital francesa en meca intelectual del mundo. La liberación y el surgimiento del populismo gaullista, por un lado, y la pronta instauración del guerra fría acabarían, por lo demás y poco a poco, con el reinado de Saint Germain des Prés.

        Mencionaré solo unos pocos casos de aquellos. Sartre, por ejemplo, combinó su  inicial adhesión a la URSS, pese a estar al corriente de los campos de concentración y el terror estalinista, con fases de independencia y relativa libertad de criterio hasta su final sumisión a las conveniencias de los comunistas y su orgullosa asunción de la categoría de compañero de viaje , como demostró poco después del estreno de Las manos sucias en 1948. Gide resultaba más difícil de manipular ---aunque no era insensible a los halagos--- desgarrado como estaba entre la imagen que quería transmitir de escritor puro y ´sus ansias de popularidad (quería estar en misa y repicando). Con todo, su ambigüedad política se vio finalmente redimida por la valentía y sinceridad de que hizo gala con su Regreso de la URSS. Aragon, en tanto que obispo y celoso guardián de la ortodoxia del PCF, se dedicó a anatemizar todo lo que le parecía que se apartaba de la ortodoxia al tiempo que oficiaba de introductor de ceremonias cuando se trataba de atraer a intelectuales todavía dubitativos y no se sentía demasiado molesto porque los alemanes autorizaran, durante toda la Ocupación, la publicación de algunas de sus obras.De Malraux se traza una semblanza poco complaciente: fue en realidad un escritor mediocre, fascinado por el Poder y mentiroso compulsivo; no creía en nada salvo en su propio narcisismo, lo cual explica los múltiples bandazos que pegó y que acabara como ideólogo y ministro de cultura de De Gaulle. Drieu la Rochelle, por contra, a pesar de su colaboracionismo, tuvo la elegancia de interceder ante los alemanes para que se dejara en paz a Aragon y Malraux, entre otros, le salvó la vida a J. Paulhan, primer director de la NRF,  y tuvo el coraje final de suicidarse.

       Como, seguramente no por casualidad, leía yo casi al mismo tiempo que éste el libro de Beevor y Cooper, parecen casi inevitable las comparaciones. Más versados en las técnicas de investigación histórica, menos complacientes con el anecdotario y más sintéticos y precisos, teniendo en cuenta que remiten a un más variado abanico de cuestiones,  explican mejor y con mayor perspectiva crítica, en un par de apartados y en unas pocas páginas (382-427, las que van desde el cap. El apogeo de Saint Germain des Prés  hasta el titulado La traición de los intelectuales) las cuestiones que Lottman, puesto que se refieren a los mismos hechos, pretende explicar. En el antecitado capítulo se analizan con suma perspicacia los intríngulis de la táctica del PCF para atraerse a intelectuales y escritores, tácticas que hicieron declarar a Breton:" El innoble término engagement,  que se ha vuelto corriente desde la guerra, adolece de un servilismo que resulta terrible para la poesía y el arte", cit pág.410. El ensayo no se limita al medio intelectual, sino que se ensancha hacia una interpretación--con la claridad de criterio y el buen oficio a que Beevor nos tiene acostumbrados, como se prueba por, entre otros, su Stalingrado o su La Guerra civil española-- centrada en la situación francesa pero abierta, como no podía ser menos, a las circunstancias internacionales, de los años que van desde el final de la segunda guerra mundial hasta la política de bloques.

       

lunes, 3 de noviembre de 2014

UNA DIGNA COHERENCIA



Hans Magnus Enzensberger. Hammerstein o el tesón. Barcelona. Anagrama. 2013.




      Como ya ocurriera en, por ejemplo, El corto verano de la anarquía, que leí con sumo interés hace años, nos entrega aquí Enzensberger un bien armado e imaginativo texto, que, como aquél, se sitúa entre el ensayo histórico-biográfico y el reportaje novelizado. Así como El corto verano... se centraba en la figura de Durruti, tan fascinante para algunos como odiosa para otros, el protagonista es ahora el general alemán barón Kurt von Hammerstein  (1878-1943). Figura excepcional de la resistencia antinazi, a este militar y a su familia le tocó vivir el periodo más dramático y turbulento de la historia contemporánea de su país, el que va de la República de Weimar a la ascensión de los nazis al poder, y lo hizo con admirable coraje y coherencia ética, bien anclado en los valores y exigencias de comportamiento que había heredado por educación y que tan bien casaban, por lo demás, con su carácter. Jamás llegó a ser tan fanático o estúpido como para no pensar que el nazismo iba a acarrear la ruina de su país-- y a ese principio se atuvo--- e intuyó enseguida, aunque no fuera hasta 1942 cuando se empezó a saber en los círculos de la oposición moderada de los asesinatos en masa de judíos y el genocidio de poblaciones enteras en el Este, que aquel sería un régimen perverso y criminal.


         Si bien el general no fue el único entre los de su casta que se opuso al nazismo, pues la nobleza militar, a la que pertenecía por nacimiento, estuvo muy lejos, al contrario de lo que podría creerse, de entregarse en bloque al régimen, el decurso vital del clan de los Hammerstein ofrece, de hecho, un ejemplo de cómo una familia puede romper las expectativas de comportamiento que se esperan a tenor de su origen, sin cortar del todo con él, y seguir caminos bien distintos, toda vez que aquí se informa con puntilloso detalle de la peripecia vital de los siete hijos de Kurt y de su esposa Maria. Por cierto, Kurt no se entrometió jamás, lo cual dice mucho de su comportamiento esencialmente liberal, en las vidas de sus hijos, que por consiguiente pudieron hacer siempre lo que les dio la gana.  Las tres hijas mayores, Maria Luise, Maria Therese y Helga, entraron ya antes de la guerra en los ambientes de izquierda revolucionaria, se relacionaron con judíos y militantes comunistas y militaron ellas mismas (Helga, que vivió hasta su muerte en Alemania Oriental, fue durante unos años amante de Leo Roth, judío y dirigente del Komintern que acabaría víctima de los purgas estalinianas en 1936),  dos de los hijos menores, Kunrat y Ludwig, militares ambos, desertaron mediada la guerra y vivieron escondidos y huyendo de la Gestapo hasta la liberación, y otro, Franz, acabaría de pastor protestante en Estados Unidos. El general, por su parte, se jubiló por edad poco después de la llegada de Hitler al poder y tras haber participado, aunque vigilado, en la mayoría de los conciliábulos conspiratorios antihitlerianos. Pero no en todos: no está claro si en 1938, cuando la Wehrmacht echó de nuevo mano de él, pese a estar jubilado, para mandar un cuerpo de ejército en Colonia, cargo en el que solo lo mantuvieron unas semanas, se pudiera de verdad de acuerdo con Witzleben y otros generales para intentar una arresto de Hitler, aunque en todo caso las concesiones que poco después, con el Tratado de Múnich, hicieron Chamberlain y Daladier al tirano  dejaba a los conspiradores sin justificación moral y política. Por fortuna para él, no vivió lo suficiente como para llegar al célebre complot fallido de julio del 44, que sí acarreó la detención y envío a un campo de concentración de su viuda y de una de las hijas menores, que fueron liberadas por los americanos. Solo en el otoño del 45 pudieron los miembros de la familia reunirse tras varios años de no saber nada unos de otros. 




       Valiéndose del estudio sistemático de una copiosa bibliografía, de  archivos y fuentes documentales (cartas, testimonios y entrevistas a personas  aún vivas que lo conocieron) a menudo contradictorias entre sí, y pese a saber con certeza que la memoria engaña, que cada testigo recuerda a su manera y que cada versión de los hechos y de la vida encierra posturas con frecuencia inconciliables y excluyentes, se las apaña  Enzensberger parra tejer con habilidad suma un intrincadísimo puzzle que viene a aunar  los encantos de la novela bien escrita y el rigor ético de la investigación histórica documentada y honesta. En el sucinto pero muy agudo posfacio (pp. 331-344) explica el autor por qué serie de casualidades y conocimientos, librescos y personales ,oyó por primera vez el nombre de Hammerstein y concibió , ya en su juventud, la idea de este libro. Enzensberger se vale además del recurso de la entrevista póstuma ,que le permite en cierto modo insuflar vida  al testigo ya desaparecido, dándole la palabra y la posibilidad de defenderse de las puntillosas y nada complacientes preguntas a que se le somete, pero liberándolo al tiempo de su condición de mero objeto mudo de las especulaciones de un narrador, pero se reserva las que llama glosas (siete fragmentos en total) para filtrar la la información recibida de los testigos y las fuentes e interpretarla según su personal criterio avanzando las hipótesis que juzga más verosímiles.


       De modo que lo que aquí se cuenta--- en este libro que en mi opinión vale la pena leerse--- en una prosa exacta y analítica, que sabe dejar de lado tanto el cargante espesor historicista como la digresión innecesaria, es un buen puñado de vidas ---alguna de ellas fascinante, como la de Ruth von Mayenburg, la aristócrata roja, que fue agente del Komintern utilizada por éste como contacto con la alta sociedad y que acabó, ya desencantada del comunismo, escapando por milagro de las purgas---con  frecuencia entrecruzadas, rotas o heridas las más por la vorágine de las circunstancias,  biografías a menudo de gentes valientes y de loable rigor ético, otras forzadas a una doble vida y otras, en fin, de espías, agentes dobles, conspiradores, delatores y  no pocos asesinos. Y todas ellas como decorado o contrapunto del clan de los Hammerstein, que si resultó atípico ---por ejemplo, al general jamás se le oyó, ni en privado, una palabra de desprecio hacia los judíos cuando lo normal en su clase era una antisemitismo natural y feroz---   lo fue porque hizo esfuerzos por salirse del cerrado círculo social al que pertenecía, aunque nunca lo consiguió del todo, pues ni siquiera las hijas del general, que manifestaron una curiosa preferencia por relacionarse con judíos y comunistas, lograron nunca liberarse por completo del estigma de su ascendencia. Las antiguas y pretendidas virtudes de casta, que según Enzensberger han sobrevivido largo tiempo en una sociedad democrática en la que la nobleza como clase ya no cuenta gran cosa, no pudieron inmunizar a sus miembros,  ya en los años 20 y 30,  contra los desastres y torbellinos que la historia les preparaba, pese a que, en una dictadura que instrumentalizó todas las tradiciones, tampoco se dejaran manipular con facilidad nociones como honor, patriotismo o fidelidad.