jueves, 4 de septiembre de 2014

A VUELTAS CON EL 11-M






 Martin Amis. El segundo avión. Barcelona. Anagrama. Barcelona 2007.

          Esta compilación de artículos del novelista británico, que vieran la luz primero en publicaciones como The Guardian o The New Yorker y alguna otra y que se reúnen aquí en libro, me ha parecido  una contribución lúcida, aguda y sin demasiados prejuicios ni anteojeras ideológicas, al entendimiento de algunos de los problemas y desafíos políticos con los que eso que se llama Occidente --de hecho ya, como quien dice, el mundo entero--ha de enfrentarse en nuestra época. Tengo no obstante que hacer una matización a lo anterior: en los primeros párrafos de De viaje con Tony Blair me pareció que  Amis estaba tan impresionado e incluso atemorizado por la observación in situ del boato y los ritos de los poderosos que parecía haber perdido la claridad  de juicio de que hace gala en otras partes del libro, pero tal impresión se diluyó cuando Amos empieza a utilizar una sibilina ironía en la descripción del personaje ---al que llama familiarmente Tony,-- cuya aplastante vulgaridad  no se le escapa : tras una alusión a la probable conversión de Blair al catolicismo, pese a tener un temperamento más bien calvinista y por tanto creyente en la predestinación, añade Amis "En Irak Tony cruzó la pista de aterrizaje como un ser verdaderamente único: un salvado, un redimido, un elegido" (p.200), lo mismo que en el carácter irascible e infantiloide de Bush.

          Se trata de textos bastante heterogéneos: a la mayoría de ellos los  podríamos llamar teóricos (ensayos y reseñas),  dos son propiamente relatos fabulados o novelados de algunos aspectos colaterales del 11-S y algún otro cae más bien dentro del reportaje periodístico. El hilo central de la argumentación de los del primer tipo ( que trataré de resumir aquí y que ya he dicho que me parece bastante plausible) es la consideración de que los aviones que se estrellaron en las torres vienen a constituir la consecuencia, hasta cierto punto lógica, de dos medidas imperialistas tomadas por Occidente en los últimos decenios---por las potencias occidentales--- respecto al mundo islámico, que no hicieron sino aumentar la hostilidad entre musulmanes y no musulmanes: la partición de la India en 1947 tomando como base las fronteras religiosas y la creación del estado de Israel. Ambas decisiones iban a traer otras consecuencias posteriores, todas ellas graves errores geopolíticos, como la hostilidad entre musulmanes, sobre todo en Bangla Desh y en Gaza, el hecho de que en los 70 los regímenes árabes, con el apoyo de USA, atajaran toda disidencia política y lideraran la lucha contra el fundamentalismo islámico, y por último, ya en la década de los 80, el apoyo del gobierno americano a los guerrilleros afganos contra la Unión Soviética. A partir de entonces, hartos de lo que consideraban desprecio y explotación por parte de los estados occidentales, los movimientos radicales árabes se fijaron como objetivo los ataques directos, militares y terroristas, a Occidente. Amis ve con claridad que con semejantes premisas todo el asunto adquiere ya el aire de la pescadilla que se muerde la cola y vuelve las cosas punto me insolubles, toda vez que ese escenario beneficia a los neocon y a los sionistas cristianos, que hacen que en los USA impere el militarismo de los halcones mientras ellos preparan la ofensiva para hacerse con el petróleo islámico y la hegemonía asegurada de Israel en Oriente Próximo.

          Hay que tener mucho cuidado, piensa Amis, con elevar a lo absoluto la llamada tesis de la equivalencia moral ( "son todos iguales"), pero hay que reconocer que los terroristas islámicos se limitan a pagar con la misma moneda el trato que reciben del terrorismo de Estado de Estados Unidos y sus países aliados. Estamos cansados de verlo desde hace años, hoy mismo, en 2014: al bestial salvajismo de los guerrilleros del autodenominado Estado Islámico, que decapitan con un cuchillo a un periodista occidental prisionero y cuelgan el vídeo en internet suceden (o al revés, pues da lo mismo quién empezó primero) los brutales y masivos bombardeos de Israel sobre la población civil de Gaza. Pero esta aparente equivalencia no puede hacer olvidar que el contraargumento que se le suele oponer, a saber, que los islamistas radicales son fanáticos nihilistas que en su alocada búsqueda de la dominación del mundo han forjado un culto a la muerte, es cada vez más verdadero y ya no cabe censurarlo ---como hace la opinión progre y de izquierda---como calumnia antiorientalista o desprecio a los oprimidos: una cosa son las masas árabes, oprimidas, sí, por Occidente y a menudo por los regímenes que tienen que soportar en sus países, y otra los islamistas.  Para Amis, con todo, el origen del fanatismo radical islámico hay que buscarlo en algo difícilmente comprensible para un no creyente, y es el desprecio a la razón y a la lógica, que emparenta paradójicamente a estos movimientos con el culto a la muerte que caracterizó también al Bolchevismo y el Nazismo, pese a que estos se decían laicos o no religiosos: la exaltación de un líder divino o divinizado, la exigencia de sumisión total a la causa y entrega personal a ella, una especie de romanticismo autocompasivo ( bucle o figura psíquica que Amis  analiza  muy bien ---pp109-140-- en Los últimos días de Mohamed  Atta) , el odio a todo liberalismo o tolerancia, la obsesión por el sacrificio y el martirio y un paranoico antisemitismo, además de (esto ya me parece más vago y accidental) una inclinación pueril por la destrucción mezclada con una malsana rebeldía adolescente.
.
      Pero en el fondo es casi imposible, como se he sugerido más arriba, comprender el fanatismo islamista desde los presupuestos de una mente laica y liberal. No se puede interpretar de verdad con los instrumentos de la razón un fenómeno que tan radicalmente está al margen de la razón y del lado de las emociones, de la religiosa en primer lugar, pero también de la vergüenza, la humillación, el odio, el dolor etc, todas las cuales se potenciaron al máximo con el establecimiento del Estado judío en 1948, al que los árabes se siguen refiriendo como Al Nakba, la catástrofe.

            Demografía (pp.171-177) es una reseña del libro de un tal Mark Steyn  America alone: the end of the world as we know it donde desmonta el nebuloso y catastrofista reaccionarismo de este autor, que se empeña en sostener maltusianamente que a Europa Occidental --y poco después a USA--- se la comerán los árabes por razones de demografía, aunque por debajo esté en realidad un programa político bien conocido que propugna una sociedad patriarcal, creyente y filoprocreadora.

      En el ya citado Los últimos días de Mohamed Atta reconstruye novelescamente las últimas horas del jefe del comando del 11-S antes de la hora fatídica y lo que pudo pasar por su mente en esos momentos: su infancia miserable, su temprano fanatismo islámico, demoledor odio hacia sí mismo y el mundo y su masoquista puritanismo patológico. El relato es magistral por su finura analítica y su perspicacia psicológica: siente el ardor, la fuerza del fanatismo, la determinación mental, que se acrece con la desconfianza que siente hacia sus compañeros de aventura, pero le falla el cuerpo: vomita antes de salir del hotel para el aeropuerto, le duelen la cabeza y las tripas, y al final sobreviene ya el tormento físico : además de sentir un cerval odio contra sí mismo y contra "eso que llaman el mundo" padece "un ataque de pánico en cada nervio, una rebelión de los átomos que acabaría cediendo ante una especie de frenesí, de ardor irreprimible", puesto que "matar era un deleite divino" (p.137 ), el suicidio una contribución voluntaria al orden de la muerte y, en fin, el gozo de matar, directamente proporcional a la magnitud de lo destruido.

       El texto más divertido del libro (porque incluye observaciones curiosas acerca de la parafernalia y aparato escenográfico desplegados por el Poder)  y también el menos grave o doctrinal es el reportaje que Amis escribió con ocasión de haber sido invitado a acompañar en algunos viajes al entonces primer ministro británico Blair. En la conversación que, un tanto forzosamente, intenta iniciar Amis, responde con vaguedades y lugares comunes y su comentarios son de una aplastante superficialidad: en un programa de TV en que coincide con unas modelos, solo se le ocurre decir que tienen unas "piernas larguísimas" y cuando habla de otros políticos adopta un tono como de compadreo. Preguntado por lo que iba a hacer cuando dejara de ser político responde, probablemente sin ironía alguna: "¿ Un ex político? No, Seré un ex famoso". Apenas dice nada sustantivo, y en ocasiones no dice literalmente nada: se calla. Cuando los periodistas insisten en qué dé detalles sobre la intervención militar en Irán se limita a repetir varias veces "Hicimos lo que teníamos que hacer". Respecto a Bush, se encoleriza cuando, en el despacho oval de la Casa Blanca, Amis y unos reporteros oyen un comentario que pretenden incluir en sus reportajes ("No he oído tantas gilipolleces en toda mi vida") y exige de malos modos, saltando del sofá que le den la cinta el comentario que el mandatario americano hace a su colega inglés". Un ejemplo final sobre el aparatoso montaje que pone en funcionamiento del Poder (p. 193): Cuando Blair hace algún viaje despliega un equipo de treinta asesores y cinco guardaespaldas, pero cuando el que viaja al extranjero es Bush, deja el asunto en manos de 800 personas (de ellos 100 guardaespaldas); si viaja a dos países, son ya 1600 personas y si lo hace a tres, 2400. Sin comentarios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario