lunes, 13 de febrero de 2012

HOULLEBECQ:UNA VUELTA DE TUERCA



Houllebecq, Michel. El mapa y el territorio. Barcelona. Anagrama. 2011.


Una diferencia esencial y a primera vista hay, según creo, entre las otras dos novelas que del celebrado autor francés he leído hasta el momento ( Ampliación del campo de batalla y Plataforma), y esta que nos ocupa, y es que aquí su característico sombrío escepticismo, su afán demoledor y su furor iconoclasta se me aparecen mucho más maduros , más matizados y menos gratuitos, menos poseídos por el deseo de épater a toda costa: su visión del mundo del arte, de los negocios o del sexo --- y valdría decir también del mundo tout court--- no es menos devastadora que en textos anteriores, pero en El mapa... hay mucho más, una mayor sabiduría de la vida, un mayor distanciamiento irónico respecto a lo narrado y, lo que es sin duda más importante a nuestros efectos, menos florituras y más autoconciencia artística y maestría narrativa, de modo que es en este sentido en el que cabría argüir una superación y madurez del novelista en el dominio del oficio.

Dicho esto, más que de una novela quizá fuera posible hablar más bien de dos, o por lo menos de una dentro de otra, en la medida en que la tercera parte ( las últimas 130 páginas, dejando al lado el breve epílogo final) viene a constituirse en un espléndido relato policíaco, más directo y menos digresivo y de ritmo más trepidante que el resto del libro, y se ha urdido e incrustado en él con suma habilidad, por cuanto parece al principio sugerir en el lector la falsa impresión de que solo tangencialmente está relacionado con el cuerpo central del texto.


El personaje principal del relato---aparentemente, porque el verdadero protagonista no es otro sino el mismo Houllebecq, y no solo por el hecho de que aparezca con su nombre e identidad en el libro--- es Jed Martin, un joven artista, fotógrafo primero y pintor después, egocéntrico y versátil, que sabe utilizar con notable astucia las posibilidades que las llamadas nuevas tecnologías brindan hoy a la actividad artística y que acaba siendo al final a la vez un triunfador (se hace millonario con su serie fotográfica sobre los mapas de la Guía Michelin y sus cuadros acerca de los oficios) y una víctima, hay que reconocer que un tanto peculiar, porque decide en determinado momento romper con toda la faramalla de la popularidad y el triunfo mundano, retirarse a la casa de sus abuelos y esperar la decadencia física y la muerte alimentando sus obsesiones y recuerdos...pero con unos buenos cientos de miles de euros en su cuenta corriente. Jed no es ningún ingenuo, sabe a la perfección dónde está y dónde le aprieta el zapato y además tiene, como todos, su corazoncito, de ahí que el fin de la historia amorosa con Olga, la ambiciosa ejecutiva de Michelin, le deje la perdurable llaga que explica en parte su trayectoria posterior, motivo que hay que suponer un amable guiño y concesión de Houllebecq a la tradición romántica y que contribuye sin duda a refrenar un poco el desbocado cinismo de que hacía gala en sus novelas anteriores. A mayor abundamiento, Jed se ha pasado la vida angustiado por la conflictiva relación con su padre (hacia el que sin embargo siente una ambigua admiración) y por la obsesión del temprano suicidio de su madre ( del que culpabiliza a su progenitor y del que él mismo se siente en parte culpable).


La novela viene a ser una continua parodia, aunque no solo ni en exclusiva del abuso --- mejor cabría decir, de su difusa y universal mitología ---de las nuevas tecnologías, aspecto este que he visto muy oportunamente puesto de manifiesto en alguna excelente reseña de la novela de marras, sino de casi todo: Houllebecq maneja con maestría y soberana ironía todos los clichés, sobreentendidos y loci vacui del consumidor occidental, de la civilización del ocio o de la también llamada sociedad postindustrial , desde la pedantería de la gastronomía y de los expertos catadores de vinos al turismo de élite de las escapadas de fin de semana a lugares románticos y exclusivos hasta la prosa almibarada que suele usar la propaganda de los hoteles con encanto, desde la mentalidad de depredador y el compulsivo culto al trabajo de los ejecutivos hasta la beatería interesada y el camelo para los incautos que rige el mundo de los marchantes y galeristas.


Parodia servida además por una prosa incisiva, rápida y analítica, con abundantes expresiones en bastardilla --- recurso tipográfico que permite al autor enfatizar aún más los subrayados irónicos y que recuerda un tanto la costumbre de Bernhard---, llena se descripciones precisas y puntillosas ( desde el horrible aspecto de un cadáver decuartizado hasta la idílica pintura de un pueblecito de la Francia profunda convertido por la industria del turismo rural en un parque temático) y de digresiones (así, entre otras, sobre la práctica budista del Asubhá o meditación del cadáver, la mansedumbre y fidelidad de distintas razas de perros o la presunta regresión en el nivel de civilización que supondría la generalización de la eutanasia), que se compadecen muy bien con la marcha de la narración y en absoluto mediatizan su ritmo.


Parodia, en fin, que alcanza su clímax y culminación en el autorretrato que el autor hace de sí mismo ---lo más divertido de una novela que abunda también en detalles tétricos y crueles, de un naturalismo descarnado--- que no es que resulte poco complaciente, sino que raya en lo concluyentemente patético ( misántropo, huraño, maniático, alcohólico y un montón de ítems más) y que parece, con creces, una restitución y apuntalamiento, llevados hasta el absurdo por la vía de la burla, de la imagen que se tiene de él en el mundillo literario francés.