miércoles, 1 de junio de 2011

TRES MIRADAS SOBRE ZAMORA , TRES CALAS EN LA LÍRICA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA.




Me propongo en estas breves notas considerar la aparición de la ciudad de Zamora, como motivo literario, en tres composiciones, una muy corta y las otras relativamente largas, de otros tantos poetas contemporáneos, muy distintos entre sí. La primera es una canción de Blas de Otero incluída en la sección cuarta, Geografía e Historia, del libro Que trata de España ( 1960), recopilación que viene a constituir una especie de homenaje y recapitulación de la riquísima tradición del Cancionero y el Romancero anónimos.








El poema, titulado Delante de los ojos, dice así

Puente de piedra en Zamora
sobre las aguas del Duero.

Puente para labriegos, carros,
mulas con campanillas, niños
brunos.

Vieja piedra cansada
de ver bajo tus arcos
pasar el tiempo.

Junto a la orilla, baten
las aceñas, españa
de rotos sueños.

Cuando el poniente pone
sutil el aire y rojo
el cielo,

el puente se dibuja
tersamente, y se oye
gemir el Duero.


Eso es lo que el poeta tiene "delante de los ojos", lo que se le ofrece a la limpidez de su mirada, esa secuencia de viñetas, de trozos de vida, de las que me atrevo a decir que, en su aparente sencillez, alcanzan a sugerir algo tan indefinible como una verdad.Obsérvese con qué economía de medios ( seis brevísimas estrofas en eneasílabos, octosílabos y el verso corto de cierre, asonantado, de cada una de ellas, que recuerdan el molde del romance y de la seguidilla) posa el poeta con admiración y amor su vista en los paisajes y paisanajes españoles, con una disposición de ánimo que viene evidentemente del legado noventayochista y de la intrahistoria unamuniana. Todo, por otra parte, en esta cancioncilla, (la tenue disposición circular, sin llegar al estribillo, la asonancia, los encabalgamientos, la sencilla y a la vez sutil asociación imaginativa) trae a la memoria de modo inevitable las maneras de la poesía anónima popular. El río y su rugir bajo los arcos puntea el paso del tiempo en el inacabable sucederse de los ocasos, indiferente a los sueños y a las vidas de las gentes en torno, en tanto el batir del agua en las aceñas remite de modo simbólico, ahí la pincelada sedicentemente social de buena parte de la poesía de Otero, a los "sueños rotos" de España.




El segundo poema que se va a considerar es Ciudad de meseta, del zamorano Claudio Rodríguez, y se incluyó en Alianza y condena (1958) . Reza así:





Como por estos sitio
tan sano aire no hay, pero no vengo
a curarme de nada.
Vengo a saber qué hazaña
vibra en la luz, qué rebelión oscura
nos arrasa hoy la vida.
Aquí ya no hay banderas,
ni murallas, ni torres, como si ahora
pudiera todo resistir el ímpetu
de la tierra, el saqueo
del cielo. Y se nos barre
la vista, es nuestro cuerpo
mercado franco, nuestra voz vivienda
y el amor y los años
puertas para uno y para mil que entrasen.
Sí, tan sin suelo siempre
cuando hoy andamos por las viejas calles
el talón se nos tiñe
de uva nueva, y oímos
desbordar bien sé qué aguas
el rumoroso cauce del oído.

Es la alianza: este aire
montaraz, con tensión de compañía.
y a saber qué distancia
hay de hombre a hombre, de una vida a otra,
qué planetaria dimensión separa
dos latidos, qué inmensa lejanía
hay entre dos miradas
o de la boca al beso.
¿Para qué tantos planos
sórdidos, de ciudades bien trazadas
junto a ríos, fundadas
en la separación, en el orgullo
roquero?
Jamás casas: barracas,
jamás calles: trincheras,
jamás jornal: soldada.
¿De qué ha servido tanta
plaza fuerte, hondo foso, recia almena,
amurallado cerco?
El temor, la defensa,
el interés y la venganza, el odio,
la soledad: he aquí lo que nos hizo
vivir en vecindad, no en compañía.
Tal es la cruel escena
que nos dejaron por herencia. Entonces,
¿cómo fortificar aquí la vida
si ella es solo alianza?

Heme ante tus murallas,
fronteriza ciudad a la que siempre
el cielo sin cesar desasosiega.
Vieja ambición que ahora
solo admira el turista o el arqueólogo
o quien gusta de timbre y blasones.
Esto no es un monumento
nacional, sino luz de alta planicie,
aire fresco que riega el pulmón árido
y lo ensancha, y lo hace
total entrega renovada, patria
a campo abierto. Aquí o hay costas, mares,
norte ni sur: aquí todo es materia
de cosecha. Y si dentro
de poco llega la hora de la ida
adiós al fuerte anillo
de aire y oro de alianza, adiós al cerro
que no es baluarte, sino compañía,
adiós a tantos hombres
hasta hoy sin rescate. Porque todo
se rinde en derredor y no hay fronteras,
ni distancia, ni historia.
Solo el voraz espacio y el relente de octubre
sobre estos altos campos
de nuestra tierra.




Lo que primero llama la atención en la poesía de Claudio Rodríguez es esa tersa naturalidad con que la palabra se adecua a la música y a la cadencia del castellano vivo y a la vez esa capacidad para la sugerencia y evocación que desde luego trasciende la apariencia en ocasiones demasiado inmediata o sencilla de su poetizar,y que algun crítico llamó, con no sé si demasiada fortuna, realismo trascendentalizado, aludiendo sin duda a la insólita y personalísima factura de su juego metafórico, a ese, en suma, "estar hablando de otra cosa".

El poema constituye en sus tres partes o movimientos una visión, una teoría ---en el más ajustado y preciso sentido de la palabra, esto es, un conocimiento especulativo con independencia de su aplicación a la sedicente realidad práctica---acerca de una innominada "ciudad de meseta" que bien verosímilmente pudiera ser Zamora, la suya natal. Se trata de una larga serie de endecasílabos y heptasílabos y solo un par de versos más cortos y algún alejandrino, blancos en su mayoría pero con una tenue asonancia distribuida de modo aparentemente casual o saltuario (é-o y á-e en el primer tramo y á-a en el segundo) Con profusión además de bien meditados encabalgamientos: "(...) Y se nos barre/ la vista(...)"; el talón se nos tiñe/ de uva nueva"(...); "(este aire/ montaraz(...)" y muchos más, que dan no poca gracia a lo que es propio de este expediente, marcar el artificio del verso en relación con el fin de frase, como también la dan el gusto del poeta por palabras castizas y entrañadas en la vieja lengua de Castilla, como "relente", "curar", "uva nueva" o el coloquialismo " a saber qué".



En tal ciudad la voz que habla en el poema va a intentar consignar o levantar acta de presencia de la alianza. Sabido es lo que significa esta palabra--opuesta y complementaria de condena--- en la poesía de Claudio: una especie de ligazón, propiamente sagrada, con la tierra, un vínculo con lo telúrico que está más allá de la mera condición de habitantes del planeta, y un ansia de armonía y hermandad con los hombres, una aguda interiorización de pertenecer a la especie que también va más allá del comercio intersubjetivo ---y perdón por el uso de esta fea expresión de filósofo---, una compañía (tomada en su sentido etimológico de com-partir el pan, voz que aparece tres veces en el texto) que para él simboliza sin duda la vida.

El primer movimiento del texto (vv. 1-21) se monta sobre la oposición que podríamos nombrar como cerrazón/apertura o separación/mezcla. Estamos ante la presencia de esa alianza, que se manifiesta del modo imperioso y arraigado que ilustra bien el cariz de las imágenes con las que se la describe: esa "rebelión oscura" que "nos arrasa hoy la vida"---hay que entender aquí por "vida" lo que se nos vende como tal o la convencional y vacua existencia---,ese "ímpetu de la tierra" que "barre" la vista, ese "saqueo" del cielo ---y nótese cómo la impagable ambigüedad de esa formulación difumina o asordina las resonancias bélicas o guerreras del sustantivo, de tal modo que habría que leerlo no en el sentido de que el cielo saquee nada, sino al revés, de que con la alianza se nos traiga el cielo a nosotros aquí abajo--- todo eso por lo que nuestro cuerpo se nos hace "mercado franco" y ya no reparamos en banderas, murallas o torres, pues que ya reinan los olores del vino de cada otoñada y las desbordadas aguas de la cosecha nueva suben ---en estupenda metáfora---al "rumoroso cauce del oído".



Si el primer tramo del poema supone la epifanía de la alianza, el segundo sin embargo (vv.22-48) poetiza, de modo más discursivo y con menos aparato metafórico, lo que la arruina y niega, toda vez que hay que hacerse cargo de la "planetaria dimensión" que aleja y separa un hombre de otro, una vida de la que transcurre al lado. Nuestro mundo está hecho en consecuencia de "planos sórdidos" de ciudades que abocan a la condena a la separación, y de ahí la triple contraposición de barracas, trincheras y soldada frente a casas, calles y jornal ---palabra esta que en Claudio viene a nombrar la ilusionante entrega a la obra bien hecha y aparece por tanto desprovista de sus connotaciones obreristas y sociales ---, consagradora del triunfo de esa moral maldita que ha erigido sus principales items en "El temor, la defensa, /el interés y la venganza, el odio/ la soledad" y la mísera resignación a la simple "vecindad", entendida como mera contigüidad o coexistencia, con el olvido de lo que podría haber sido vida como compañía.Mas pese a todo ello, se pregunta retóricamente al final, acaso resulte vana la pretensión de "fortificar" la vida, de matarla, por cuanto ella es, se nos dice, "solo", pero esencialmente, alianza, y como tal impermeable a todo deslinde o delimitación.



El tercer movimiento, (vv.4973), como en balanceo con los dos anteriores , corresponde a la pervivencia de la alianza, que se había insinuado en el primero y se problematizó en el segundo. Aquí es ya la ciudad la que con sus murallas comparece ante la mirada del poeta, murallas inútiles pues que fungen como simple testimonio de una "vieja ambición" que hoy tan solo dice algo a la sabiduría muerta del arqueólogo y a la banalidad papanatesca del turista. "Esto no es monumento/nacional, sino luz de alta planicie", se proclama taxativamente, aquí no hay límites ni geografía, todo constituye" materia/ de cosecha", esto es, filial comunión con la tierra, "patria/ a campo abierto" (negación de la idea misma, convencional y política, de patria), que solo se borrará del alma con el adiós de "la hora de la ida", se dice ambiguamente, pues que parece apelar al mismo tiempo a la circunstancia del viaje o la partida y a la muerte. En todo caso, los hombres pasan pero el mundo sigue, y es ese "fuerte anillo/de aire y oro de alianza" lo que al fin permanece y queda con rostro distinto en cada instante y en cada hoy: por ejemplo "el voraz espacio y el relente de octubre" en el momento de esta contemplación.




El tercer texto que se va a considerar es el poema CCIV de Más Canciones y Soliloquios (1988),de Agustín García Calvo, compilación que sigue a la primera serie publicada en libro aparte en 1976 en su primera edición.



El texto es este:



¿Qué nave es esa que a la deriva va?
¿Quizá Zamora?. El casco roído así
de algas, y nadando al flanco
ese delfín y del otro un ciervo:

Zamora. Hiende negra la proa por
un mar de dócil oro y olor de pan,
y al pie le siguen por las olas
malvas, telégrafos, abubillas.

Cabeceando lenta con un vaivén
pesado avanza, y a las amuras van
los seis grumetes asomados
tristes (¡adiós!), y las blancas gorras

gaviotas son que huyen grayando, seis;
no, no gaviotas; tórtolas mansas son,
que de la Torre del Obispo
a deshojar el clavel del viento

por las almenas parten, y flechas seis
de amor amargo, que el corazón panal
del mediodía hieren: hieren
mi corazón. ¡Infeliz Zamora!:

los senos mustios, velas caídas, no
te quiere el novio Noto, su velo azul
te niega. ¿Yace en la sentina
tu capitán de la barba de oro?

¿Quién ha colgado en mástil y entena aquel
descalzo, aquellos muertos verdosos? ¿Quién
llamó a esos cuervos que a centenas
posan en ti y con los ojos rojos

se hacinan, y en su miedo de tempestad
futura siempre graznan así: “La Ley,
la Ley del mar a los que intenten
alas abrir a los libres aires”?

Y vas, hedionda nave, de aquí a allá,
sin rumbo: al pairo vas, y detrás de ti
biliosa estrella se abre, y hierve
sordo rumor de los arrabales,

que puños alzan cárdenos hacia ti,
pero el vigía negro del torreón
los ve no más que espesa espuma
sucia de sed que a tu popa ruge

rabiosa. Y los marinos de la auroral
Juvencia hénos, hénos ahí también,
Sin más que hacer que la cubierta
ir a fregar y las gallinazas

De cuervo andar cogiendo con aserrín.
Pero tú avante, nave de mi dolor
más crudo: que a tu izquierda verde
brinca delfín y a tu diestra ciervo

de cuervos de violetas y moho en flor
tupidos.Ea, nave, que se te dé
mejor piloto y cien remeros
de alma leal y Levante recio

que allá te empuje al rico País del Sol
Muriente: allí la Virgen atlántide
se peina y duerme Dios; se abren
rosas allí los huidos días.

Lo más reseñable en principio de esta composición ---aparte de que el poema tiene todo él un como aire de etérea y difusa ensoñación--- es sin duda el extremado cuidado y artificiosidad que se pone en la métrica y el ritmo, cosa habitual en este poeta, especialmente ducho en adaptar al castellano los elegantes metros antiguos, extremo en el que acaso resida uno de los mayores atractivos de estos versos, que sin embargo tienen otros, así en la exquisita selección de motivos y referencias( Noto, el viento cálido del Sur, nacido de la unión de Eos y Astreo, Juvencia o el país de la eterna juventud, la Atlántida etc), como en la riqueza y espesor de sus imágenes y metáforas (esos cuernos de ciervo envueltos en flores y moho) y, muy a menudo, el hondo conocimiento de la vida que llevan aparejadas.

Utiliza aquí Agustín catorce veces la llamada estrofa alcaica, consistente en dos pentámetros o versos de cinco golpes o marcas rítmicas, de andadura yámbica o trocaica según se empiece por sílaba marcada o no, los dos primeros de cada estrofa, y dos tetrámetros o versos de cuatro pies o golpes, los dos últimos. Los tetrámetros marcan el ritmo sistemáticamente en las sílabas 4,6,9 y11, en tanto que la primera marca recae indistintamente en la 1ª o 2ª. Los golpes acentuales de los dos versos finales de cada estrofa serían 2,4,6 y8, ritmo yámbico, y 1,4,7 y 9, trocaico., que vienen a "corresponder", respectivamente, a dos dodecasilabos castellanos o endecasílabos terminados en aguda (11+1) ,a un eneasílabo (vers. 3º de cada estrofa) y a un decasílabo, constituido también por cuatro pies o golpes en la medida en que empieza siempre por sílaba marcada. Ya se ve que no se hace uso alguno de la rima. Abundantísimos resultan los encabalgamientos, interversales e interestróficos, y los hipérbatos, sobre todo en frases con verbos al final. Mezcla también el poeta niveles y registros de vocabulario, y lo mismo echa mano de cultismos ("hedionda", "cárdenos", "hiende", "Noto", etc) que de vocablos y expresiones populares ("grayando", "gallinazas", "al pairo", "aserrín"). Ricas y palpables ---ya se ha hecho mención más arriba--- resultan las imágenes y metáforas ("deshojar el clavel del viento", "que el corazón panal /del mediodía hieren", "los senos mustios, velas caídas", "de cuernos de violetas y moho en flor" y otras.



Me voy a limitar casi a glosar el poema, dada su complejidad y extensión y la acumulación y densidad de sus intimaciones.

Se trata de una larga invocación a la ciudad de Zamora, contemplada aquí como un navío sin rumbo que se adentra en el mar, al que acompañan por los flancos un ciervo y un delfín, animales de tradición mitológica, y, en una especie de breve enumeración caótica, malvas, telégrafos, abubillas. Mientras penosamente avanza mar adentro, va metamorfoseándose sacudida por su azacaneada singladura: seis grumetes dicen adiós con sus blancas gorras, grumetes que son a la vez gaviotas que huyen por el aire, mansas tórtolas y flechas de amor amargo que asaetean el corazón. Después los cuervos, aves malagoreras y siniestros heraldos del futuro--siempre nefandos--- la amenazan con la desgracia y la muerte, ("la Ley del mar") y la maldicen el "sordo rumor de los arrabales" que levanta sus "puños cárdenos", que bien pudieran referirse a las fuerzas y elementos que van, como se solía decir antes, en el sentido de la historia, pero cuya protesta queda en "espesa espuma/ sucia de sed(...)". No obstante ello, la nave sigue adelante, escoltada solo ahora por el gentil adorno del ciervo y del delfín, hasta perderse en el sinfín de un Occidente y quizá por ello no del todo ignoto ("País del Sol/ Muriente", Atlántida o Islas Venturosas, donde no rige la ley de Dios y donde se pretende, en un bienhadado deseo, que no haya tampoco tiempo: "se abren/rosas alli los huidos días".
bienhadado deseo,