domingo, 22 de mayo de 2011





DE LA GUERRA: UN LIBRO DE ANTONY BEEVOR Y UN POEMA



La gran monografía ---556 páginas de texto más casi otro centenar de notas, índices y bibliografía, amén de una treintena de fotos y algunos mapas---de A. Beevor Stalingrado (Barcelona, Crítica, 1ª edición en español de 2004, que reproduce el original inglés de 1998), que estos días he releído, me ha vuelto a cautivar por lo menos tanto como cuando la leí por primera vez. No solo me parece excelente la exhaustiva documentación (por ejemplo, el autor ya ha podido tener acceso a los archivos soviéticos, inasequibles para los investigadores hasta 1991) y el rigor --por lo menos aparente-- con que la maneja, sino también y en primer lugar el admirable ritmo narrativo del que el relato hace gala, hasta el punto de que pueda decirse que el libro se lee apasionadamente, de un tirón, pese a-- y quizá también por-- contener toda una enciclopedia de los horrores, como si se tratase ---y soy consciente de lo tópico de la comparación, pero en este caso está justificada---de una buena novela.

En efecto, Beevor aúna la ecuanimidad y objetividad que se debe exigir a un historiador honrado con la capacidad para interesar al lector prácticamente desde el primer momento. No es solo que cumpla con creces los objetivos de un minucioso ensayo político, ideológico y militar --- el autor tiene muy en cuenta y estudia con detenimiento desde la estrategia y la táctica de ambos bandos y las conspiraciones de la alta política y la diplomacia hasta las técnicas de propaganda o las de los interrogatorios a prisioneros---, es que desborda este marco para articular una especie de gran drama épico en que lo que más conmueve es la percepción del atroz sufrimento de los soldados de ambas partes y sobre todo de la población civil rusa, que llegó a extremos inconcebibles. El autor ha podido consultar igualmente multitud de testimonios de los protagonistas, como entrevistas a los sobrevivientes y diarios o correspondencia, que enriquecen el relato al permitir entrar en la intimidad de los actores y ayudan a verlo como el enorme drama coral al que hacía referencia más arriba: escandalizado por el asesinato de 90 huérfanos judíos, un alto oficial alemán, Groscurth, escribió a su esposa "No podemos ni se nos debería ser permitido ganar esta guerra" (p. 81).



Es igualmente muy de agradecer el hecho de que Beevor soslaye el infantil maniqueísmo en que que han solido caer buena parte del cine y de la historiografía de la II Guerra Mundial. Además de la megalomanía criminal de Hitler y de Stalin, queda clara su animadversión por el estalinismo y por el nazismo como inhumanos y crueles aparatos de poder y de terror ideológico, que no repararon, el uno y el otro, en el más olimpico desprecio por la vida humana. Hay a este respecto abundantísimos testimonios en el libro, así, el vívido relato de la matanza de judíos en Kiev (pp. 81-84) o la bestial implacabilidad del mando soviético hasta para con sus propios combatientes: un mínimo de 13500 ejecuciones, sumarísimas o judiciales, por "deserción" o "cobardía", cínicamente despachadas por los comisarios políticos como "incidencias extraordinarias" (p. 220). Conmueve igualmente la capacidad de sacrificio, el heroísmo y la entrega del pueblo soviético, muy permeable a la machacona propaganda del régimen, que presentó la invasión nazi como una "defensa patriótica" --aunque hubo en las filas alemanas decenas de miles de los llamados hiwis o " auxiliares voluntarios", prisoneros o desertores, ucranianos en su mayoría, de los que no pocos estuvieron abocados a una terrible suerte---. El horrible desperdicio de vidas por parte de las autoridades militares soviéticas es secillamenrte difícil de concebir: más de cuatro millones de personas se presentaron voluntariamente a filas, gran parte de las cuales, sin formación, sin armas y muchos con traje todavía de civil, fueron enviadas a la muerte a sabiendas: " Cuatro divisiones de milicia fueron completamente aniquiladas antes de que el sitio de Leningrado hubiera siquiera comenzado. Las familias, ignorando la incompetencia y el caos en el frente, donde reinaban la ebriedad y los saqueos o las ejecuciones de la NKVD, lloraron estas muertes sin críticas al régimen" (p. 48).

Un par de peros: no me ha parecido demasiado convincente y sí un poco exagerada la descripción que Beevor hace de los movimientos conspirativos de algunos oficiales alemanes antinazis, que contravenían las órdenes adrede, dado lo respetuoso que es el autor ---por su formación castrense: fue oficial de carrera del ejército británico--- con la noción del honor militar y la admiración que deja traslucir, sobre todo en los primeros capítulos, por la eficacia de la maquinaria de guerra de los ejércitos alemanes, que no excluye, sin embargo, la consignación de su espeluznante barbarie.



Me permito ahora reproducir un poema mío incluido en el libro Embajadas del ocaso, de 2004, que se escribió con ocasión de la Guerra de Irak de 2001 y del asco que me produjo. Tiene la particularidad de que trata de usar en castellano, espero que con no demasiada torpeza, el viejo hexámetro homérico, de seis marcas rítmicas, aunque cuidando de que ellas no caigan mecánicamente coincidiendo con el acento de palabra y en este caso, puesto que el griego no conocía la rima, con asonancia sistemática en todos los fines de verso.




Primero es de todos la guerra en los varios vicios humanos,


sí, pues volviendo y mirando arredor a tiempos pasados


y hacia atrás, si a la noche de siglos sigues el rastro


verás por el ancho mundo alzarse la peste y estrago


que ofrecen cortadas cabezas y tripas al aire, escarnio


de sangre y de pus, podredumbre de tiernos cuellos de un tajo


sajados y vientres que bola de bofes y humo a lo largo


hediondos de campos y estepas sueltan y en desparramo,


tras si la tierra entera brindara a los perros el pasto


y fiesta sin fin a sus dientes y carne fresca a su hartazgo,


rica ruina de humores y zumos de hígado y bazo:


en suma, el circo tremendo que monta, el foro y teatro


de muerte la mil hacedera el batir de casco y cascajos;


fue esto la guerra por siempre jamás, pavor y reinado


de las hambrunas y llanto terribles, de pena adobados,


y orgía de mozos floridos que rinden vidas y ramos


a nada, tan solo a la idea, fantasía y colgajo


torvos, lo mismo la tilden de patria o viejo historiado


linaje o de tierras, fronteras o hembras o el dios que las trajo,


tesoros y mares, metales, riberas, pasto y ganado,


que todo lo mismo, pues tiene el mismo motivo y marchamo,


y es el sabido poder y dinero, con miedo amasado


horno en que cuaja la pasta de odios y el pálido vaho


de algún estigma odïoso al fondo del alma morando.


Caras mil y mil formas ha dado la guerra a lo largo


de edades y eras, pero igual y la misma en su trazo


y esencia, así que de napoleónicos cañonazos


nos digan que aldeas lombardas borraban a un gesto del brazo,


nos cuenten de indios o flechas, bombas de gases malsanos,


bosques hundiendo del Marne y del Rhin arriba y abajo,


matanzas de rojos o siervos, herejes y cátaros,


pobre costilla de paria puesta a asar en un palo,


de olor de cadáver judío en masa en el patio apilado,


en campos de muerte polacos, o evoquen los días aciagos,


cuando abría la veda de caza a primeros cristianos


allá en el imperio de Roma el césar aquel Diocleciano,


masacres en nombre de Alá o en la Divinidad del Papado,


o en el día de hoy--- en la era del Bienestar Progresado,


en mundo que el orden reinante del todo ha ocupado


hasta la última esquina y rincón del globo terráqueo,


y mundos que antaño llamaban, solo uno y único y bajo


la férula misma y la misma obediencia y mandado


que almas ha hecho a millones pacer al mismo cercado---


vemos cómo se incendian de curvos y súbitos pájaros


de acero y metralla cielos y nubes de Oriente cercano


---pues dice el Señor de los Justos que hay que abrasar a los malos,


lo mismo que antes siempre dijeron tirios y troyanos,


tanto da que de antaño aquellos carlistas curánganos


llamaran a son de trabuco a salvar a la patria en sobrado


peligro inminente, o la orden la dé por el pantallazo


de redes mundiales de ondas el jefe americano


de guardia, uno y el mismo los dos constituyen el mismo tinglado---,


o veas de sangre renegra, junto al turbio Escamandro,


brillar en la trama que Homero cantara en hábiles cantos


peto y coraza de aqueos y troes furiosos y raudos


--- ¿y qué? ,¿es que tanto valía el coño de Helena y el alto


culo, que el pago pedía de testas y brazos quebrados?---,


el caso es que la guerra muestra siempre la fe, y por tanto,


guerra por siempre la misma, eterna, sin velo o recato,


sin buenos ni malos ni héroes tuertos de patas de barro,


pura y desnuda revela sus causas y crudos harapos:


ceguera y memez del pequeño dios de sí soberano


que el hombre ha venido a creerse: a él y a su invento les lanzo


un lapo y el gesto de la higa feliz, y me cisco y me cago


en guerras y en patrias y en honras y en quienes se las inventaron.