jueves, 31 de marzo de 2011

NOTAS DE LECTURA



Littell, Jonathan. Lo seco y lo húmedo. Barcelona. RBA. 2009.


Lo primero que hay que decir de este breve pero estupendo ensayo-- al que acompañan no menos impagables fotografías---del autor de la celebrada novela Las benévolas es que aparece lleno de incitaciones y sugerencias, de bien razonadas dudas sobre bastantes lugares comunes, de que hace pensar, en el mejor de los sentidos de la expresión, toda vez que viene a plantear una muy novedosa y original teoría acerca del fascismo, más en concreto acerca de la estructura y configuración psico-simbólica del hombre fascista.


Fruto de un cruce entre el estudio de los materiales publicados por el filósofo alemán Klaus Theweleit en su libro de 1977 Männerphantasien, cuyas tesis, aunque poniéndoles algunos peros, en gran parte Littell adopta, y el análisis de La campagne de Russie, el libro autojustificatorio que a mediados de los años cuarenta publicara el dirigente fascista belga Leon Degrelle -- que por cierto acabó, tras la derrota de su causa y como muchos de los de su cuerda, plácidamente sus días, ya en los ochenta, en España, después de haberse dedicado a los chanchullos inmobiliarios gracias a sus contactos con las autoridades franquistas--el texto rebosa, me parece, inteligencia y no poca finura interpretativa.


Theweleit estudió un corpus de más de doscientas novelas, escritos autobiográficos y diarios de los veteranos de los Freikorps alemanes entre 1918 y 1923 y llegó a la conclusión de que, aprovechando pero también superando las categorías clásicas del freudismo, las del psicoanálisis de la infancia y las de la psicosis, y usando para sus fines conceptos de Deleuze y Guattari (El Antiedipo), el fascista es el que-aún-no-ha-acabado-de-nacer, pues nunca ha acabado del todo de separarse de la madre ni se ha creado un yo en el sentido freudiano del término. Por el contrario, se ha fabricado un yo externo que adopta la forma de un caparazón, que para defenderse y sobrevivir, para evitar la "disolución de los límites personales" tiene que segregar el miedo y el odio a lo que lo amenaza, que adquiere sobre todo dos formas: lo femenino y lo líquido, lo húmedo, en definitiva "todo cuanto fluye". Como no obstante no puede anular del todo la figura de la mujer, la ha bifurcado en dos vertientes antitéticas: la enfermera blanca ( que naturalmente es también virgen, madre y mártir) y la enfermera roja (y, connotativamente, puta) a la que proyecta en el bolchevismo y en la imagen recurrente de la marea roja, pululante y ubicua, contra la que alza el valladar de sus armas y de su cuerpo, duro, seco y adiestrado.


Algo del mayor interés es que, según Littell y antes Theweleit, para el fascista la metáfora dista de ser solo una metáfora, de alguna manera la encarna y la vive, la siente como parte de lo real: cuando se refiere a la República de Weimar como ciénaga "lo que siente es en verdad algo viscoso y pastoso"; casi literalmente puede decirse que la incorpora: cuando Degrelle alude a que si los soviéticos llegaran a derrotar al Reich sería como si Stalin se arrojara sobre el cuerpo de una Europa sin fuerza para resistir y resignada a que la violen, no es solo que imagine el dolor de las mujeres alemanas, ocurre también que "el ano que nota que se contrae convulsivamente es el suyo" (Littell, p.32)


En la consideración exhaustiva del vocabulario usado por Degrelle halla Littell que el imaginario fascista se encuentra siempre obligado por lo que él llama "mecanismos de la conservación del yo", que operarían mediante una serie de categorías: seco/húmedo, rígido/informe, duro/blando, quieto/pululante, limpio/sucio etc. en las que sustenta sus valores y su identidad. Lo rígido, lo erecto, por ejemplo, lo simbolizan, en el imaginario de Degrelle, las torres de las iglesias y catedrales europeas, resistiendo frente al viscoso y hormigueante pulular de la "avalancha soviética", que , puesto que al enemigo se le supone un carácter polimorfo y polisémico, no es solo esto sino también asiático, mogol, rojo, cosaco , siberiano. Así, en las fantasías de Degrelle, que se correspondían aquí punto por punto con las tesis oficiales del mando nazi, sobre la colonización a que el Reich sometería a Rusia tras la victoria, todo el lodazal del Este se convertiría en un gigantesco campo de experimentación para los alemanes, en la tierra planificada, ordenada y limpia que iba ya prefigurando el radiante avance de las tropas nazis, y lo de menos es que esto estuviera solo en la imaginación de Degrelle y que para nada se compadecía con la verdad histórica, que por lo demás él conocía de primera mano.


La oposición fundamental es la de seco/húmedo, que es la que vertebra toda la exposición de Littell. A ella se aplican, en el relato de Degrelle, los antecitados "mecanismos de conservación del yo": el enemigo por antonomasia, en la campaña de Rusia, es el barro, ese que todo lo invade y al que parecen acostumbrados e inmunes los soldados soviéticos.Centenares de veces utiliza Degrelle en su libro esa palabra u otras expresiones del campo semántico de lo húmedo y desde luego con un lujo metafórico que no podemos menos que agradecerle: más temible y espantoso que el enemigo en sí, era el "barro tremendo, el espantoso barro ruso, denso como caucho derretido", aunque no deja de incluir en esa condición de lo viscoso, de lo húmedo, también a los adversarios de carne y hueso: "unos rusos se escurrían entre nosotros, unos monstruos de los pantanos que chorreaban cieno, hirsutos, de pómulos chatos y rojos, riendo con dientes amarillos", y también: " ya se estaban colando en las isbas unos rusos, auténticos reptiles de barro y noche (...)". Frente a ellos, los fascistan oponían la verticalidad y lo seco : "Nuestros soldados estaban hincados como estacas en aquellos charcos (...) Mis soldados se habían apostado entre los taludes y el trigo, callados y tiesos como leña seca".


Pero el miedo a lo líquido es también miedo a la muerte, a la licuefacción corporal, puesto que nuestro cuerpo lo forman fundamentalmente líquidos (sangre, pus, excrementos) y de ahí que Degrelle proyecte ese miedo en los cadáveres de los enemigos bolcheviques, cuya putrefacción no vacila en describir, dada su debilidad por las metáforas, con todo lujo de detalles ( " Mogoles y tártaros yacían por los caminos, a montones, en plena putrefacción, y soltaban por todos los agujeros miles de larvas amarillentas"); aunque, coherentemente con su imaginario, se refiera a los propios muertos (el fascista, incluso muerto, permanece seco) con palabras pertenecientes a un campo semántico muy distinto: rojo-carne-cortado-quebrado-blanco-desgarrado frente a , para los enemigos, verde-amarillo-podrido-grasa-derretido-desintegrado. De todos modos, pese a todas las racionalizaciones, la imagen de lo húmedo vuelve, cada vez con más fuerza, que es como funciona, en la ortodoxia freudiana, el retorno de lo reprimido,y más en la amarga hora de la retirada, cuando Degrelle usa y abusa de la imagen de la rana y del sapo ("los rusos pululaban como sapos por esos lodos oscuros") o ve agua por todas partes: " No veíamos ya más allá de un metro. El aire no era ya sino una masa de agua. El suelo era un río en el que nos hundíamos hasta la rodilla". De hecho, opinaba, frente a otros ideólogos nazis, que el dominio soviético condenaría a Europa no a una "estepización", sino a una "pantanización". No deja de ser gracioso, por lo demás, que Degrelle llegara a España, tras una accidentada huída vía Noruega, pilotando un avión que hubo de hacer un aterrizaje forzoso en la playa de San Sebastián y adentrándose un poco en el agua.


El epílogo de Theweleit explica, en fin, los paralelismos de su libro de 1977 con el ensayo de Littell de 2007 y de qué modo llegó a su visión de la pulsión del hombre soldado como conformación inconsciente de la ideología del fascista político, del fascismo como estado corporal, como forma de vida que exige para su supervivencia el sacrificio y la desaparición de otras, para lo cual estudió también los mecanismos psíquicos que operan en los torturadores de las dictaduras latinoamericanas. Aquí , en la fascinación por el crimen y el dolor infligido es donde radica la convicción subconsciente en el torturador de que el cuerpo que maltratan y aniquilan les permite hacer más poderoso ese otro cuerpo, el del Poder, que crece mientras mata. Si la custión judía es algo que Degrelle no toca es porque cuando escribió su libro en 1944 consideraba ya que se había resuelto: Europa entera ya estaba, o eso creía él, judenrein. A este respecto no deja de resultar tan sugerente como funcional a la exposición de Littell la interpetación de Theweleit según la cual los nazis llevaron a cabo el genocidio judío se apropiaban de la energía del pueblo elegido para utilizarla en la fabricación del super ego ario alemán en su futuro dominio del mundo. Odiaban a los judíos por envidia, por su estatuto de especiales, que sin duda los nazis deseaban para sí.