sábado, 10 de diciembre de 2011

DOS NUEVAS ENTRADAS DE PALAZUELO

He aquí dos nuevas muestras de los papeles que me dejó confiados a su muerte mi tan inolvidable como malogrado amigo José Palazuelo, del que he dado breve noticia en su día, cuando hice por primera vez mención de él en otra de las entradas de este blog. Ya se ve cómo su poesía insiste mayormente en sus obsesiones del desengaño y el paso del tiempo y cómo adolece quizá de una sobrecarga de patetismo que de todos modos no me parece que invalide del todo ni la relativa correccción de la factura del verso ni la transparencia de su imaginería. Y esto es lo que más me gusta de él: que nunca se abandone a oscuridades logomáquicas y mantenga siempre la plausabilidad lógica y el control conceptual del poema.


I
No deberían ya turbarte tanto
---menos a estas alturas---
el paso inmanejable de las horas,
su difícil sutura,
el arduo y trabajoso mecanismo
que remarca y puntúa
el mísero milagro de seguir
así día tras día,
la obvia insignificancia que se anuncia
de cualesquiera gestos cotidianos
---contra los que no hay triaca verdadera---
y la constatación, desconsolada y única,
en que ha venido a dar después de todo
el ha tiempo abatido torreón
desde el que te esperaba ve a saber qué mayúscula,
soberbia epifanía,
qué nunca oída, fantástica música.


II


Arenas injuriosas del pasado,
cómo volvéis a mí,
como vuelve, incansable,
esa herrumbre tenaz y cochambrosa
que marca los equívocos perdederos y atajos de la vida.
Mísero sinsabor de la rutina,
del tedio persistente como una despiadada
devastación acerba,
y la conciencia cierta
de no poder ya desandar ni un ápice
del fogonazo rápido del tiempo,
tener que conformarse a esta maldita condena,
a la imposible pretensión
de vivir de otro modo lo vivido.



















Arenas injuriosas del pasado,
cómo volvéis a mí,
como vuelve, incansable,
esa herrumbre tenaz y cochambrosa
que marca los equívocos
perdederos y atajos de la vida.
Mísero sinsabor de la rutina,
del tedio persistente como una despiadada
devastación acerba,
y la conciencia cierta
de no poder ya desandar ni un ápice
del fogonazo rápido del tiempo,
tener que conformarse a esta maldita
condena, a la imposible pretensión
de vivir de otro modo lo vivido.



II

No deberían ya turbarte tanto
---menos a estas alturas---
el paso inmanejable de las horas,
su difícil sutura,
el arduo y trabajoso mecanismo
que remarca y puntúa
el mísero milagro de seguir
así día tras día,
la obvia insignificancia que se anuncia
de cualesquiera gestos cotidianos
---contra los que no hay triaca verdadera---
y la constatación, desconsolada y única,
en que ha venido a dar después de todo
el ha tiempo abatido torreón
desde el que te esperaba ve a saber qué mayúscula,
soberbia epifanía,
qué nunca oída, fantástica música.



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