jueves, 20 de octubre de 2011

UNA VIDA CENTENARIA


Broggi, Moisés. Memòries d'un cirurgià. (1908-1945). Barcelona. Edicions 62. 2002.



Pese a que de mi ya vieja frecuentación del género tengo la muy arraigada sospecha de que, de un modo u otro y en mayor o menor grado, todos los libros de recuerdos personales son, en rigor, falsos por las inevitables trampas, anfractuosidades y falsificaciones de la memoria y por los propios mecanismos psíquicos de la fabricación de la máscara-persona, hay algo que me ha hecho transitar con sumo placer por las más de cuatrocientas páginas de este texto.Y es ello que no obstante lo dicho me ha parecido que de esta prosa sencilla y eficaz, lejos de la excelencia literaria por ejemplo de la de las Memòries de Sagarra, pero mucho más legible que las de Fabián Estapé, pongo por caso, se traduce una especie de verdad , una modestia y naturalidad del personaje, un coraje moral y un agradecimiento al hecho mismo de la vida, que aquí se evoca sin atisbo de rencor ni amargura, que lo hace singularmente atractivo y lo aleja de la autocomplacencia y el narcisismo de otros.

Hay una versión castellana en Península del mismo año que la castellana y en 2008, con ocasión de los cien años del autor, Edicions 62 publicó en un solo volumen sus dos libros autobiográficos, éste que nos ocupa y su continuación, Anys de plenitud, que aún no he leído pero que algún día espero leer. Acabo de enterarme de que hace solo unos días Broggi ha aceptado --!a sus 103 años¡ ---encabezar las listas de ERC al Senado en las elecciones del 20 de noviembre.


La infancia de Broggi fue la quizá normal en un retoño de la burguesía media catalana de principios del siglo pasado. La emigración a Cataluña, esde el norte de Italia, de uno de los bisabuelos, a quien debe el apellido, inauguró unas generaciones de individuos emprendedores y de espíritu innovador, que hubieron de pasar por altibajos de fortuna pero que se mantuvieron siempre en el orbe social que va de una honrada menestralía al pequeño empresariado. En los primeros capítulos se rememoran, junto a los antecedentes familiares, los idílicos veraneos en L'Escala en casa de la tía Lola ---al descubrimiento del mar le acompañó una extraña pesadilla que habría de aparecer recurrentemente: unas mujeres vaciaban, garrafa a garrafa, el Mediterráneo hasta dejarlo convertido en un inmenso yermo,de modo que se comprende y es casi inevitable que Broggi escriba: "Que diferent és aquest mar que ara contemplem ¡. Aquells munts d'algues s`han acabat, convertits en fastigosos plastics i escombraries, i aquella vida tan exuberant que pertot bullia s'està apagant visiblement" (p.63) ---También los compañeros de juegos, las apasionadas lecturas infantiles de Verne y Stevenson, la admiración y la ternura que le provocaban las visitas del viejo y bondadoso médico de familia que le visitaba en sus entonces frecuentes problemas de salud, la escuela, los estudios de bachilletato, la impresión que le produjo, en los primeros años veinte, la aparición de la navegación a motor que desplazó enseguida a "l'entranyable vela latina" (p-69) o los vehículos con motor de explosión que sustituyeron a los carros y las tartanas.

Y aún más le sorprendería ---con esta anécdota entra Broggi en el capítulo que titula Conflictes socials i opinions polítiques--- a él, que habría de ver tantos ,la visión del primer cadáver, en 1918, un esquirol acribillado a balazos por los faístas en una calle de Barcelona: "No oblidaré mai aquell espectacle, la gent apinyada al voltant del cos inert d'aquell infeliç i l'oncle Juli, que ens va fer anar a casa a buscar un llençol per cobrir-lo mentre s'esperava l'arribada del jutge" (p. 84). Se extiende acto seguido en la orientación política y el ambiente cultural de su familia. El padre, conservador moderado, se movía en el posibilismo de la Lliga, aunque no estaba afiliado a ninguna organización, mientras que la familia materna tenía una orientación nacionalista más radical y algunos de sus parientes acabarían siendo miembros destacados de Esquerra Republicana o de Estat Català. Describe asimismo con viveza el ambiente político de aquellos años, los del llamado pistolerismo callejero, la huelga de la Canadiense y la epidemia de gripe de 1918. Los asesinatos de patronos y sindicalistas no podían menos que escandalizar en su medio, naturalmente de orden, aunque deploraran también la brutal represión desencadenada por Martínez Anido y su Ley de fugas. En su familia se alaba el hecho de que, con solo la muy reducida autonomía vigente con la Mancomunidad de Diputaciones, se consiguieran levantar, en poco tiempo, La Escuela del Trabajo, El Instituto de Estudios Catalanes o La Escuela de Bibliotecarios.

Las páginas 101-165 se dedican a contar por lo menudo el inicio de sus estudios universitarios y sus primeras experiencias dramáticas "d'afrontament de la medician contra la mort prematura" (p.116) como aprendiz de cirujano al lado de los hermanos Trías i Pujol --- a los que siempre considerará , sobre todo a Antoni, como sus maestros--, al estado de la cirugía en aquel tiempo y a los avances que entonces estaban teniendo lugar, a su práctica de médico interno en la Clínica Fargas, al relato del movimiento de renovación universitaria que acabará culminando en la creación, ya con la República, de la efímera pero según todos los testimonios justamente añorada Universidad Autónoma de Barcelona en la que tuvo un empeño especial su maestro Antoni Trías en tanto que miembro del Patronato y a su propia labor médica en el nuevo Servicio de Urgencias del Hospital Clínico, modélico en punto a sus dotaciones técnicas y profesionales --alli se empezaron a implantar por primera vez en España las nuevas técnicas de tracción esquelética y de inmovilización precoz de Böhler--- Rememora Broggi también con entusiasmo la renovación pedagógica y organizativa del medio universitario de aquellos tiempos, la creación y rápido ascendiente que tuvo la Revista de cirugia de Barcelona y la ejemplar liberalidad y amplitud de miras con que entonces no pocos doctores practicaban la medicina, por ejemplo en el uso terapéutico de la heroína y otras drogas, del que él mismo fue pionero: "Malauradament, les legislacions actuals, amb l'intenció mal entesa d'evitar l'adicció, no fan més que posar obstacles a l'hora d'aplicar-les i amb aixó són molts el pacients que moren amb sofriments facilment evitables"(p.165)


En esa época de interno en el Clínico es cuando le coge el estallido de la guerra civil, eventualidad que no le sorprende demasiado toda vez que al recordar los acontecimientos de octubre del 34 ya dice ver en ellos un negro augurio de lo que vendrá después. La interpretación de lo ocurrido en las primeras semanas de guerra--- Broggi no es un político ni un historiador--- no difiere mucho de lo tantas veces expuesto por la historiografía hoy más comúnmente admitida y por multiples testimonios de todo tipo, aunque tiene sin duda la viveza y la frescura de lo visto de primera mano y sobre el terreno: de cómo la tarde misma del 18 de julio un médico, compañero del hospital al que solo conocía de vista, trató de convencerlo para que acudiera a prestar sus servicios al convento de las Carmelitas de la Diagonal, donde, le dijo,esa noche pasaría algo importante y se le podría necesitar, y de cómo el desconfiar y no aceptar el ofrecimiento le sirvió para no haber estado en grave peligro de muerte tres días después, cuando los milicianos consiguieron desalojar el Convento, que resultó ser uno de los sitios de concentración de los conspiradores y falangistas; de cómo se le llamó a practicar curas al cuartel de los Guardias de Asalto en la Barceloneta, donde se evacuó a muchos heridos de los combates de las Atarazanas; de cómo hubo de trabajar sin descanso, varios días seguidos, atendiendo a centenares de heridos en el Cínico (todos los hospitales de Barcelona quedaron desbordados), y al fin de cómo se le movilizó después para ayudar a crear pequeños hospitales de sangre en los frentes de Barbastro y Sariñena. En el Clínico él y algunos otros médicos se atrevieron a proteger a los heridos provenienbtes del bando rebelde, escondiéndolos en los sótanos o falsificando el nombre, para así librarlos de la furias de los milicianos. Inequívocamente republicano y opuesto a los golpistas, Broggi elogia la firmeza y el sentido común de Escofet, al frente de la Comisaría General de Orden Público de la Generalitat, esencial para contener a los sublevados, pero no puede menos que deplorar el daltabaix generalizado y sentir algo de antipatía por los dirigentes anarquistas y los milicianos, a los que se refiere como "grups de gent armada" (...) que "es dedicaren al saqueig i al assassinat"(p. 185) y es así como se refiere en las páginas siguientes al terror en la retaguardia llevado a cabo más que nada por los anarquistas, y a la desbandada de muchas gentes barcelonesas, tanto partidarias de Franco como familias de clase media, republicanas y catalanistas ---no pocas de ellas conocidas de él o de su familia---, pero temerosas de las arbitrariedades de algunos grupos de milicianos.


A fines de 1936 recibe el aviso del Consejo de Guerra de la Generalitar de incorporarse a las Brigadas Internacionales, en cuyos servicios médicos permanecerá más de un año y recorrerá varios frentes, de Navacerrada a Guadalajara y de Brunete a Teruel, y que habrá de constituir su verdadera experiencia de guerra, apasionante para él ---tuvo la oportunidad de practicar la cirugía traumática y probar los avances e innovaciones en su profesión, que le fascinaba--- pese a los horrores que hubo de presenciar. Va ilusionado al frente, aun convencido en lo más íntimo de la inevitabilidad de la derrota de los suyos (es muy consciente del contexto internacional, de la falta de una dirección centralizada y de las inconciliables disensiones internas en el bando republicano), pero insiste en el ambiente de camaradería y libertad de movimientos que había entre los sanitarios --españoles y extranjeros-- de las Brigadas y en la carencia de cualquier adoctrinamiento y control políticos, a pesar de lo mucho que se ha escrito en sentido contrario. Por supuesto, no era tan ingenuo o tan ciego como para ignorar que allí los comunistas llevaban la voz cantante: había que tener cierta prudencia con lo que se hablaba ---en conversaciones privadas, algunos de los médicos españoles de su equipo no tenían inconveniente de confesarle su simpatía por el bando franquista y de hecho unos cuantos se pasarían al otro lado, aprovechando la confusión de una retirada desorganizada en el frente de Aragón---. Las innovaciones técnicas, el excelente material sanitario y quirúrgico ---fue la primera vez en una guerra en que se utilizaron quirófanos móviles o Auto-Chir-- y la competencia de los profesionales permitieron reducir la mortandad entre los combatientes y aumentar la calidad de las curas y de los postoperatorios. Evoca Broggi con emoción y nostalgia a muchos compañeros de aquellos días, sobre todo a las enfermeras americanas Esther y Thora, voluntarias cuáqueras, a Timoteo, campesino manchego que servía como excelente ayudante en el quirófano y en cualquier otra tarea y a Bob Webster, el chófer del camión-quirófano, norteamericano del American Medical Bureau, que acabaría muriendo decapitado por una bomba y en cuyo enterramiento siente el médico cómo las lágrimas le bajan por las mejillas: "En aquells moments se'm barrejava, juntament amb la mort del amic, el penós ambient de derrota que ens envoltava. Em va fer l'efecte que, amb el cos de Bob, estava enterrant tot aquell món al.lucinant que fins aleshores m'havia envoltat" (p. 31o).

Desmovilizado por enfermedad cuando su unidad se hallaba en el frente de Gandesa, a principios del 38, retorna a Barcelona y tras recuperarse sigue trabajando en el línico y en el entonces nuevo Hospital de Vallcarca. Sabe que la guerra está perdida y por doquier es bien perceptible el ambiente de derrotismo. Hace balance de lo que ha supuesto la Guerra Civil, en medio de tanta destrucción y horrores, para el progreso de la sanidad militar: los hospitales móviles, los bancos de sangre y la sistematización en el tratamiento de las heridas, que ha sido posible, dice, y de modo sorprendente , en el bando republicano, precisamente por la falta de disciplina y de organización, esto es, la relajación de las jerarquías castrenses : "Els assaigs, les innovacions i l'adquisició de material adequat hauria estat dificilment acceptat per part d'uns jerarques generalment lligats a mètods antics i poc inclinats a canvis" (p. 321).


Las últimas páginas del libro, fácilmente se entiende que las más amargas y melancólicas, se dedican a contar, hasta 1944-45, las circunstancias de l'ocupació, el destino de los sobrevivientes (los hermanos Trias y otros conocidos, amigos o colegas huyeron a Francia o a Latinoamérica), la paz de los vencedores, con la instauración del nuevo orden, los juicios sumarísimos y las depuraciones. Broggi pudo haber salido del país pero no lo hizo porque pensó que era su deber quedarse con sus padres. Por una pura casualidad no se le sometió a juicio --- un médico falangista, amigo desde los años de formación en el hospital, intercedió por él---pero, con todo, se le expulsó del Clínico y se le prohibió toda la labor en la salud pública. Tuvo que dedicarse desde el 39, con no pocos apuros y dificultades, y en un ambiente de ostracismo y casi semiclandestinidad, al ejercicio privado de la medicina, al principio con una modesta clientela de vecinos de su barrio, en un despacho que montó en casa de sus padres, hasta que fue mejorando poco a poco su posición apoyándose en médicos amigos. Lo que vino después lo cuenta Broggi en la segunda parte de sus recuerdos.

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