jueves, 15 de septiembre de 2011

LA CERA QUE ARDE





Martínez Sarrión, A. La cera que arde. Albacete. Ediciones de la Diputación.




Escritos con esa erudición que sabe situarse en los antípodas de lo plúmbeo y lo meramente libresco, con encomiable sentido del humor y en ocasiones con alguna mala leche, amén de con voluntad de estilo y acierto con la metáfora --- Balzac y Hugo fueron "dos galeotes atiborrados de tesoros" (p. 32), la vida de Musset se resumió "en dar tumbos de los amores contrariados a los mostradores de la absenta" (p- 53)---, no me parece que estos ensayos del poeta, memorialista y traductor Martínez Sarrión hayan perdido, pese al tiempo transcurrido desde su publicación, un ápice de su frecura y valía, más que nada porque se trata de un ejemplo de crítica subjetiva en el mejor sentido de la palabra, esto es, propia de un lector informado e inteligente que aplica sus propios criterios, sin rémora ni anteojeras de escuela alguna. No deja de ser una lástima que la edición, por lo demás muy hermosa en cuanto a diseño, venga afeada por algunas erratas y por la a veces caprichosa puntuación del autor.




Los textos, casi todos ellos ya publicados antes como prólogos o artículos de revista, aparecen fechados entre 1962 y 1990, se han agrupado en cinco apartados y son de muy variada extensión. La primera de las secciones, Letras extranjeras, se abre con el breve, lírico y celebratorio Réquiem para William Faulkner, una pequeña pieza maestra de concreción poética y capacidad de síntesis redactada con ocasión de la muerte del novelista norteamericano, uno de los maestros confesos de Sarrión, que condensa el mundo de Faulkner ( la conciencia de culpa como indeleble mancha en el alma y la desintegración y la ruina como único destino en los blancos del Sur) en una bella y sugerente imagen: acaba evocando, tras afirmar haber pasado la noche "oyendo alucinado, mágicámente lejano, el rumor del viento solano en las plantaciones de algodón, bajo una pantalla de luz fuerte y rodeado de insectos", los tristes y fatalistas cánticos de los braceros negros, agobiados por la tristeza y la conformidad, a las puertas de la cárcel del condado de Jefferson, donde un compañero de raza espera la hora de su ejecución.




Baudelaire: textos confesionales en prosa abunda, tras un rápido apunte biográfico centrado en el cerrado reaccionarismo político --- "Hermosa conspiración que podría organizarse para el exterminio de la raza judía", "Los japoneses son simios" etc. ---y los complejos edípicos del poeta, en lo fecundo y prefigurador de algunos de los fragmentos del francés, frente a otros intrascendentes y triviales. Ejemplo de aquellos serían la ecuación Belleza=Desgracia o "Todo lo que no es ligeramente disforme tiene un aire insensible", que para Sarrión anticipa la estética de las vanguardias expresionistas y deja muy atrás las proclamas del Romanticismo galo más ramplón, previsible y declamatorio del XIX. Aprovecha también Sarrión para ridiculizar la beatería de cierta crítica literaria empeñada en justificar lo injustificable en cuanto a las posiciones ideológicas del autor estudiado, y así cita los trabajos de A. Crespo sobre Pessoa o el de Vallejo-Nájera sobre Yukio Mishima.




La poesía de Jean Genet trasluce bien a las claras la poca simpatía que le merece el autor, por entonces muy popular en ciertos medios, al que adjetiva de " hospiciano, ladrón, homosexual y suntuoso histrión" (p. 23) y al que reprocha haber intentado, sin conseguirlo nunca, transformar lo más sórdido y obsceno en litúrgico y ceremonioso. Por lo demás su poesía, que bebe en Villon y en Rimbaud y que trata de imitar de éste el estilo alusivo y elíptico, adolece de demasiado desorden y descuido formales.




Si Sobre Michel Leiris ensalza la tetralogía Edad de Hombre y hace un recorrido por las estéticas y fidelidades políticas del poeta y novelista francés, del Surrealismo a las simpatías últimas por el Mayo del 68, para concluir que su prosa más tersa y perdurable es sin duda la contenida en aquella obra, el breve ensayo sobre Musset se centra más bien en reconstruir, con notable retranca, los amoríos de éste y de la novelista George Sand, enfatizando la inmadurez anímica del poeta. En las Confesiones de un hijo del siglo, libro que puede considerarse clásico por el vigor de su prosa y la maestría en el tempo narrativo, se notan con claridad sus desventuras amorosas, según Sarrión, pues no es difícil ver en el personaje de Brigitte la filigrana de George Sand y en el de Octave los rasgos del propio Musset. Al final de la lectura, como ocurre quizá con toda obra literaria que valga la pena, tras "prendernos en la historia como mariposas en la llama y concluir insinuando un inteligente guiño burlón (...) la fantasmagoría estalla como pompa de jabón depositándonos en las playas de esta ahora nuestra, como entonces suya, miseria cotidiana".




El ensayo sobre Chamfort (pp.37-51) remite al principio al trágico destino del moralista francés, devorado, como otros, por el monstruo de la Revolución, destaca su componente ético y su saludable escepticismo respecto a toda creencia en la perfectibilidad del hombre y se extiende un poco al final acerca de las virtudes de su estilo, seco, acerado, oblicuo, en la mejor tradición de los moralistas del paísvecino, y del influjo que sin duda ha tenido en escritores posteriores. Chamfortianos ilustres han sido Nietzsche y Camus, Beckett y Cioran y, entre nosotros, Baroja y Pla. Este solía citar una pretendida frase de Chamfort que, si no aparece en ninguna de sus obras desde luego merecería hacerlo: "Soy tan imbécil que ni siquiera he conseguido suicidarme". Victor Hugo y los veladores sugiere la necesidad de una poda y antologización profundas en la obra del francés, sobre todo en La leyenda de los siglos, esa " síntesis lírico- pedagógico-religiosa de espesa, indigesta y del todo prescindible elocuencia" (p. 54) para rescatar lo de verdad clásico y cercano a la sensibilidad actual, según Sarrión algunas composiciones de Las contemplaciones y Las orientales.




La segunda sección, Letras españolas, se inicia con Revisiones del 98 : Madrid y Azorín, donde se atiende a las razones, no solo acomodaticias porque afectaban a la fijación definitiva de su estilo y la peculiaridad de su escritura, del abandono del célebre radicalismo juvenil del alicantino. Continúa con La piedra en la charca, uno de los textos más literaturizados, personales e irónicos de la complilación, donde se reconstruye con no poco distanciamiento desmitificador y retranca el ambiente intelectual madrileño de la primera postguerra, la mala conciencia de muchos de los falangistas triunfadores en la contienda y el acomodatismo de otros como Eugenio D´Ors, las tribulaciones y ruptura de Ridruejo, la eclosión de los "celestiales" de García Nieto y compañía y --- lo mejor del texto--- las melancólicas ensoñaciones de Dámaso Alonso refugiado en su cátedra mientras añora en secreto a sus amigos exiliados. La poesía de Alejandro Carriedo reivindica con buenas razones la valía de este poeta, que supuso un cierto aire fresco en su tiempo y que hoy está bastante olvidado. La poesía, un género fantasmal es el más extenso (pp- 103-150) de los textos incluidos en el volumen y constituye una bien ponderada síntesis de las tendencias de la poesía hecha en España entre 1939 y 1990, pese a no apartarse apenas de los cánones y taxonomía habituales. Lo más reseñable aquí es la radicalidad con que se enfatiza lo que de epocal, fungible y caedizo ---sin obviar la dimensión de pura maniobra editorial--- tuvo la estética "novísima" y el prestar alguna atención a poetas como García Calvo o Gamoneda que a la altura de 1990 no solían aparecer ni siquiera citados en este tipo de textos.




De los tres fragmentos incluidos en la sección Lugares y músicas ( 165-185) el primero es una evocación de los pueblos, ciudades y parajes de su tierra natal que, como Atienza o Sigüenza, dejaron huella en su alma y su sensibilidad , a través de " recuerdos de lecturas, posos de niñez y adolescencia, puro y descolorido impresionismo." Destacan los párrafos que dedica a Toledo, pródigos en cascadas metafóricas, que no es propiamente una ciudad ( tiene detras de sí demasiado mito y literatura, como Sarrión reconoce) sino " un mito universal, un ensueño de estrelleros girovagantes, un emblema cabalístico, una carcasa ocre e insepulta, soldada más que empinada a ese cerro de igual tono, al que circunda hoy un río ominosamente podrido" (p. 172). A la Mancha hay que viajar en las estaciones intermedias, "cuando los ababoles de la primavera y en el fasto de los pámpanos ferruginosos de la otoñada". Los otros dos dan cuenta de su pasión por el jazz , que sigue en parte conservando de su juventud aunque mantiene sus reservas frente a su posible desnaturalización por la moda, ya visible en los años ochenta, de las experiencias de fusión.




Los tres textos agrupados bajo la rúbrica Poética en nueve novísimos revelan algunos secretos y modos de su taller de poeta, de las fuentes de su inspiración y ante todo de los límites que pone a la aplicación práctica de la llamada escritura automática y muestra a la vez cómo, en su caso, funcionan las adherencias culturalistas. Le gustaría evitar siempre tanto el rebuscamiento y hermetismo gratuitos ---de los que se le ha acusado--- como la sequedad y mineralización sentimentales, y lo que más le molesta en mucha de la poesía de los más jóvenes es el mimetismo torpe e infantiloide, ese "género de esmeril, tallado con los más infralorquianos espejitos y entredoses, cuya ridiculez y trivialidad no obsta para que una legión de jóvenes y delicuescentes poetitas" se apliquen a ello. Acaba concluyendo que ni siquiera " la peor poesía social llegó jamás a tales grados de inepcia y camelo" (p.202).




Los tres textos últimos, en fin, son la republicación de otras tantas entrevistas que en su día se le hicieron en algunas publicaciones. En ellas, sobre todo en la primera, la que concedió a Federico Campbell para su muy celebrado libro Infame turba, se explaya de manera muy lúcida Sarrión sobre sus lecturas y aficiones intelectuales, sus humores y pareceres políticos y sobre cómo se toma el oficio y la práctica de la poesía.


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