lunes, 13 de junio de 2011

NOTAS DE LECTURA : VASSILI GROSSMAN


Acabada de escribir poco antes de su muerte, en 1964, y desde la tristeza que le producía su condena al ostracismo y la aguda conciencia de haber vivido en un mundo policíaco y opresivo, este texto, que responde al heraclitiano título de Todo fluye, vale la pena leerse, a pesar de lo que considero algunos defectos que expondré más abajo, y supone sin duda un valiente testimonio moral y un amargo y desengañado ajuste de cuentas, por lo menos en parte, con las creencias e ilusiones de Grossman mismo.

La desoladora trayectoria vital del protagonista, Iván Grigórievich, es la de tantísimos militantes revolucionarios que en su día creyeron no solo en el mito de la Revolución, sino en su encarnación histórica en el estado soviético. Condenado por una delación en los años 30, saldrá del penal siberiano gracias a la desestalinización o adecuación a las nuevas circunstancias propiciada por las esferas del Poder un año después de morir el Vozd en 1953. Tras vagar unos días por Moscú y Leningrado y compobar lo ilusorio de sus expectaticvas de encontrar ayuda o protección, Iván consigue sobrevivir gracias a un modestísimo trabajo en una pequeña ciudad en la que conoce a una pobre y melancólica viuda de guerra con la que acabará hallando algo de amor y ternura hasta que ella muera al poco tiempo y él se retire a la aldea de la que procedían sus padres Pero pese a su cautiverio Iván no es un hombre moralmente destruido, aunque dé esa impresión de indiferencia o impasibilidad en sus reacciones y, lo que es más importante, vaya poco a poco, una vez fuera de la prisión, tomando conciencia de que la cárcel está también fuera de los aniquiladores barracones siberianos que ha dejado atrás: "Le parecía que las alambradas ni siquiera eran necesarias y que, fuera o dentro de ellas, la vida era en esencia la misma" (pág. 79).


La novela muestra, por lo demás, toda una galería de tipos tocados de un modo u otro por alguna forma de cobardía o degradación moral, hasta tal punto se interiorizó por los que transigieron con el régimen los presupuestos que este impuso de doblez, cinismo y paranoia generalizada: a Nikolái, primo de Iván, que se ha plegado a la situación para proteger y medrar en su carrera científica, la visita del protagonista le incomoda por cuanto le provoca mala conciencia, lo cual no impide que le cuente como autojustificción los consabidos y cínicos eufemismos de que "eran tiempos difíciles" y de que "en realidad, todos lo hemos pasado muy mal"; Pineguin, antiguo compañero de estudios del protagonista que ha conseguido trapar hasta la nomenklatura y a quien el encuentro con el expresidiario provoca "latidos violentos de corazón", cree pensar, aunque solo por un instante, que le daría a Iván " las condecoraciones, la dacha, la autoridad, el poder, su hermosa mujer y sus prometedores hijos (...) se lo habría dado todo con tal de no sentir el peso de su mirada" (p. 82).



Escrita con continuos saltos atrás y desde diferentes voces narrativas (el cap. 13 cuenta en primera persona la triste existencia de Mascha, una mujer condenada a Siberia por haberse negado a delatar a su marido, y en las págs, 163-191 se da paso al espeluznante relato de la colectivización forzosa del campo y de la muerte por hambre de millones de campesinos ucranianos visto desde la perspectiva de Anna, madre de Iván), la novela abunda --y es una lástima--- también en digresiones relativamente extensas que en su última parte hacen que se resienta no poco su coherencia y estructura, toda vez que la progresión del texto hace al lector casi olvidarse de la trama principal. Aquí Grossman se pierde en una serie de divagaciones de tono ensayístico, que no me parecen demasiado originales ni que aporten nada fuera de lo ya sabido, acerca del pretendido carácter nacional ruso, basado según él --- y antes de él según Dostoievski y otros muchos después---en un cristianismo ascético y sacrificado y en una especie de apego fatalista a la condición de esclavo. Bastante interés más tienen, con todo y pese a lo dicho, los párrafos que se dedican a un análisis de la mitología psicopatológica de un Lenin o un Stalin, que supieron aprovechar en su favor aquel fatalismo, o el cap. 22, una apretada síntesis histórica de Rusia donde el autor supone que los tiempos modernos, ya desde Pedro el grande y Catalina, no hicieron sino aumentar el poder coercitivo estatal y ahondar el desfase entre modernización del Estado y esclavización de los campesinos, procesos que por lo demás discurrieron paralelos y que continuaron tras la Revolución de Octubre, lo cual vendría a constituir una de sus más insospechadas paradojas.

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