miércoles, 11 de mayo de 2011

RELECTURAS POETICAS

Martínez Sarrión, A. Cordura. Barcelona. Tusquets, 1999.
Gimferrer, P. Amor en vilo. Barcelona. Seix Barral, 2006.
Grande, F. Las Rubáyyatas de Horacio Martín. Barcelona. Lumen, 1979.














Sabido es lo que puede ocurrir cuando se relee un libro que en su día --en algunos casos bastantes años atrás-- a uno le gustó mucho o por lo menos no le disgustó en exceso. Variaciones en los criterios personales de valoración, el estado de ánimo del momento, la influencia y el poso de lecturas posteriores y mil factores más pueden influir en el hecho de que, para decirlo lapidariamente, ahora ya no nos haga tanta gracia lo que entonces antes nos resultó divertido y enriquecedor. En honor a la verdad, no podría afirmar --ni mucho menos a partes iguales, y más teniendo en cuenta la trayectoria de cada autor-- esto de ninguno de los tres poemarios que se citan al principio de esta entrada, por otra parte tan distintos entre sí por su tono, imaginería y efectos retóricos, aunque desde luego no han provocado en mí el efecto que sí generaron con la primera lectura. Escribo estas breves notas, también e interpretándolo un tanto retrospectivamente, en lo que en una recentísima entrevista decía Félix Grande a propósito de la labor poética: "Cuando las palabras no vienen es porque uno no se las merece".




Con todo, el que me parece más caedizo y prescindible, por la sobreabundancia de cultismos y de referencias mitológicas y culturalistas , es Amor en vilo, que supuso hace cinco años el regreso de Gimferrer a la poesía en castellano. Pese al acierto de algunas metáforas brillantes y arriesgadas, se trata de una retórica --que debe mucho al modernismo rubeniano y a algunas zonas poéticas del barroco-- que ahora me resulta cansina y pesada. Por otro lado, la opción sistemática por la rima consonante --casi todo el poemario lo constituyen sonetos, sea en alejandrinos o en octosílabos-- hace que no pocas composiciones aparezcan forzadas y como exigidas o arrastradas por la necesidad misma de hallar una consonante rara, que lleva a veces al poema al borde del absurdo, la boutade o la incoherencia, amén de chirriar: hay demasiado sonajero o sonsonete en estos versos, sobre todo cuando se acude a rimas internas de dudoso gusto ( "Fue un llamear tan suave como sañudo, agudo/estilete del aire cuando en tu pubis trepo"). Además, no veo cómo se puede tener estómago para escribir cosas como " tu ano es un jardín" cuando lo razonable hubiera sido decir "culo" en vez de esa fea palabra médico-anatómica.




Cordura se sitúa casi en los antípodas del universo poético de Gimferrer por su tono seco, apodíctico y sentencioso, su renuncia al adorno de la rima, su preferencia por el vocabulario abstracto y su casi ausencia de artificio metafórico, aunque no de refrencias culturales: se trata de una poesía quizá en exceso cerebralista e intelectualizada y atravesada por una especie de problemática resignación estoica, diríase que esgrimida y asumida para conjurar los fantasmas de la madurez y la conciencia de las devastaciones de la edad. Hay de todos modos algunas composiciones que juzgo espléndidas, así la titulada Dos tipos, entre otros, de elocución poética, relativamente memorable por lo convincente del mecanismo irónico que sustenta el autorretrato, o A ti, casi innombrable, que acierta a sugerir en el lector el aire de verdad de una refrenada ternura en un poema en el que hubiera sido demasiado fácil caer en la sobrecarga de patetismo o en la autocompasión.




Creo que las Rubbaiyátas que Félix Grande pone en boca de su heterónimo Horacio Martín siguen siendo hoy uno de los mejores libros de poesía erótica o amatoria publicado en español en las últimas décadas, por el tono apasionado y violento de su lenguaje(" Sé una perdida, mi amor, sé una perdida") y la insistente concepción del amor y el erotismo ---que sin duda procede de la mejor tradición romántica, de ciertos misticismos y heterodoxias de las religiones, notablemente del Islam, y del propio temperamento del autor--como fuerzas desbordadas y arrebatadoras que hacen saltar por los aires las leyes y las convenciones sociales. En líneas generales este libro sigue conservando para mí gran parte de la saludable frescura y el poder de seducción que sentí cuando lo leí por vez primera hace veintitantos años y solo le pondría algunos pequeños peros, como la un tanto extraña costumbre que tiene el poeta de anteponer --en contra de la norma gramatical y de los usos de la lengua viva-- la preposición a ante objeto directo de cosas, que suena mal al oído castellano habitual, o la supresión gratuita de los signos de puntuación en muchos poemas, concesión a la moda de las vanguardias y me parece que en ningún caso justificada por el fraseo ni la recitación de la composición misma.








1 comentario:

  1. Todos nos hemos quedado pasmados con las interpretaciones tan dispares de un mismo libro (por ejemplo, La montaña mágica) que hemos consumado a lo largo de los años. En el caso de la poesía, las sorpresas, sobresaltos y disonancias son todavía mayores.
    También le sucede al escritor, que al releer sus olvidadas páginas (a veces las de ayer por la tarde) se pregunta desconcertado: ¿A quién carajo se le habrán ocurrido este montón de sandeces?

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