sábado, 7 de mayo de 2011

NOTAS DE LECTURA: CORMAC McCARTHY


McCarthy, Cormac. La oscuridad exterior. Barcelona, Mondadori, 2009.



En una América espectral y diríase que casi metafísicamente poseída por la desgracia,la infelicidad y el anonadante hálito de la muerte, los hermanos Culla y Rinthy Holme son dos pobres diablos que viven amancebados en una desastrada cabaña en algún remoto condado sureño. Cuando ella se queda embarazada él intenta deshacerse de la criatura y la abandona a su suerte en el bosque. Le dice a ella que el crío ha muerto por causas naturales, aunque ante la desconfianza y la desesperación de la muchacha acaba confesando la verdad. Lo que ninguno de los dos sospecha es que un viejo buhonero ha encontrado al niño y lo ha llevado consigo.

Así arranca esta turbia fábula, verdadero santuario del mal, este gélido y desolador relato de inequívoca estirpe faulkneriana --la trama recuerda insistentemente Luz de agosto--- atravesado todo él por el sentimiento de culpa y por una atroz violencia aparentemente gratuita, por una muy aguda interiorización de la idea de pecado, pese a la aparente amoralidad de algunos de los personajes, y sus brutales ritos de expiación: hay, por ejemplo un siniestro y fanático predicador que perora sobre los casos en que la ejecución en la horca está justificada a los ojos de Dios. El resto consiste básicamente en el deambular de los dos protagonistas, por separado, él en busca de ella y la chica en busca del buhonero y por tanto de su bebé y ambos teniéndose que emplear de vez en cuando en pequeños trabajos eventuales: sepulturero, pintor de tejados de establos, jardinera, fregona, que les permiten ir sobreviviendo malamente. A la vez, tres torvos, innominados y misteriosos asesinos se dedican a perseguir y acosar a los dos protagonistas y que no dudan en eliminar sin motivo alguno a buena parte de los personajes con los que los dos hermanos se han topado en su peregrinaje. Ellos son los que desencadenan la violentísima tragedia final, de una brutalidad casi insoportable.

La novela se presenta estructurada en 18 fragmentos sin titular ni numerar, algunos de los cuales precedidos por breves textos en bastardilla que dan cuenta, a modo de siniestro coro y contrapunto dramático, de los movimientos de los asesinos. McCarthy demuestra ser excepcional maestro en el arte de relatar , toda vez que, dueño y señor de sus personajes, se las ingenia sin embargo para resultar felizmente casi invisible, hasta tal punto aquellos parecen creíbles y autónomos, por más que en algunos casos apenas esbozados.

La naturaleza, descrita con chispeante poder de resonancias metafóricas, es una fuerza ajena e inmanejable---toda la novela transcurre en espacios abiertos---,portadora de terribles amenazas y del todo indiferente a los pobres esfuerzos humanos : "Ante él se extendía un yermo fantasmagórico del cual emergían solamente los árboles desnudos en posturas de agonía y vagamente homínidos como siluetas en un paisaje de condenados. Un jardín de los muertos ligeramente humoso que se curvaba como la propia tierra" (pág 215) ; "Y pudo oírla más lejos en los fríos campos humeantes del otoño, sus cacerolas tañendo ominosas en la noche como boyas en una costa árida y sombría, y oyó menguar los sollozos y desvanecerse en la lejanía como los gritos de las aves acuáticas en las vastas y saladas soledades negras donde moran" (pág. 174).

Los personajes, quizá en justa correspondencia, aparecen a menudo al borde mismo de la instintiva animalidad o de la deformación grotesca: mientras comía su cuenco de alubias, el hojalatero "masticó, los ojos entornados, y su rostro a la luz de la lumbre era una máscara de sórdido sosiego como las caras de los que se ahogan" (pág.171); en el pasaje de la desbandada de la enorme piara, de la que los porqueros hacen indirectamente responsable a Culla y por eso quieren lincharlo, estos" (...) se alzaban entre la confusión de carne que tenían a su cuidado y cubiertos de polvo habían empezado a adoptar expresiones satánicas con sus bastones y ojos desorbitados como si en realidad no fueran pastores de cerdos sino discípulos de las tinieblas venidos para conducir a aquellos pupilos a su destino fatal" (pág. 194).

La novela,cuya lectura provoca una sensación desasogante pero aleccionadora, es la segunda cronológicamente --la edición original es de 1968-- de las de McCarthy, y prefigura de alguna manera todas las posteriores, desde Meridiano de sangre hasta La carretera, aunque esta que comentamos resulte un poco más abarrocada de lenguaje y quizá aún más presidida por un ambiente moral de entre plaga bíblica y apocalipsis, cosa al fin y al cabo lógica en un autor al que se ha considerado el más cabal cronista de una civilización enferma de muerte y que bien merecería volver al Neolítico.

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