viernes, 8 de abril de 2011

UN POEMA FERROVIARIO














Pese a bien fundadas prevenciones frente a los premios literarios, he decidido enviar esta composición al concurso convocado por la Fundación de Ferrocarriles Españoles, cuyas bases especifican que ha de tratarse de una composición de entre 100 y 320 versos y tener al tren como motivo principal.




DEL TREN




Te mueves tú, tren,


y tú te arrancas


desperezándote lento,


a tu ritmo tan solo


y tu medida,


dulce chirrïante


por tu ferrovía,


tú, justo invento, ingenio puro


y benévola máquina tranquila


cuajada en recias,


nobles tracerías,


tú, buen monstruo de metal


y ásperos plásticos


y émbolos y ferralla y cables


en feliz acometida,


y grapas a miles y clavos


que al sellar, herméticas,


tus múltiples galerías


les dan un poso de útero cálido,


cómo, --y cómo, tras tanto verlas,


nos rinden tus maravillas—


te alzas y creces y no te cansas


y en tu hercúleo esfuerzo


te embebes y porfías


fuerte y seguro


de, fiel a la pauta que tu balanceo


gobierna y guía,


seguir marcando el terso


diapasón exacto,


y vía adelante, vía


arriba te vas, que nunca acaba,


que nunca alcanza,


feliz, a desastrar la sutil


gracia de la partida


ni la ficción ideal


del movimiento:


es un blanco ensalmo, una finta


de ambiguos guiños,


que cines y trampantojos,


de tanto imitarte, cifran:


ir como un sueño y volar,


volar no más,


y ni solo ni


tampoco en compañía.





Pues por eso sigues tú, tren,


y más y más, vía arriba


y ves que a ti todo


se te remueve,


como cendal etéreo que te encandila


y al fin te deja quieto


---quieto moviéndose—


bajo del cielo


la claraboya altísima,


y ves que a envolverse en un negro


capullo se da la conciencia


y a su copo te hila



dorada jaula


--según ante el ojo pasan,


y al pasar se medioesquinan,


unas tras otras,


como al son de una esquila


prestidigitadora,


ellas, las cosas,


bajo de una luz amoratada,


alunada y esquiva:


allá unos maíces


se comban entre ocres y lilas,


allá una ladera boscosa


con su fuentecilla,


o por aquella campa de paseo


entre dengues y risas,


muchachitas quinceañeras


en risueña pandilla,



más allá tiernas vacas paciendo


meditativas,


o al fondo de aquel sendero


la aseada verja


de una casita---;



jaula dorada


de ásperas lanas


de palabrerías,


que, cuanto más a ti te apuntan,


más se hacen como cosas


en concierto infinitas


y más, al tiempo,


rehuyéndote y deshaciéndose


más se desflecan y más chirrían.





Pero tú, tren, sigues,


afable y benigno monstruo,


emboscándote en tus vías:


arrancas de los suburbios


de la urbe grande


---justo donde la urbe se perdía---


por pura tierra de nadie,


allá en donde los sitios


hasta de sus nombres se olvidan


y vas serpenteando


de morralla en vertedero,


ante tapias enladrilladas


de autovías,


entre las que han por doquier plantado


hoscos almacenes


y lo que llaman naves


de muros plastificados


y turbias cristalerías;



que dejas muy pronto no obstante,


pues que ¿ves? nunca


han de acabarse tus vías,


porque se está abriendo ya,


ya se te abría


el gran lienzo azul de la Mancha


de los aspados molinos


y la verdeante y ceñida,


desparramada cenefa


prieta y verdeamarilla


de pámpanos al tresbolillo,


mágico tapiz en donde


la gran llanada,


bajo del globo de oro


ardía y ardía;



y hasta el manso contrafuerte


de seguido te bajabas,


a los perfiles y a las líneas


de agreste Sierra Morena,


vasto vasar y cuenco


de adelfos y clavellinas,


oscura Sierra Morena,


tan pespunteada de olivas,


montaraces arroyuelos


y guirnaldas de amapolas


y buganvillas,


si así tú, vestida de fiesta,


vieja matrona pareces


y al tiempo niña;



crestas tras las que se esconde


---y al revelarse


ya se escondía---


el valle, el tuyo, gran río,


Betis inmemorïal,


que cruza las dos ciudades


mayores, venenosas perlas


de un mercado antiguo


--tabernas, patios y celosías---,


y ay de las dos, Córdoba de mil,


treinta mil flores,


pérfida Sevilla,


venenosas perlas


de la Andalucía,


tan lindas, sí,


para ante todo añoraros


en la lejanía,


ay, si al pasar


por ellas, apenas,


apenas se os veía;



mientras que tú seguías, tren,


abajo, al Sur,


al hondo y profundo Sur,


y ay de ti, extrema punta


del Sur extremo,


que agavillas


verdes veredas


y te orlas de salitrosos,


aguanosos esteros


y ácida luz ahíta


de las marismas,


tú, Sur cercano y tan remoto,


donde enloquecen los vientos


y no abrasan las gargantas, no,


que las arrastran


y las rehilan


flechas silbantes


de coplas asesinas,


llagas de pena negra


y del amor


desastre y ruina;



pero ya allí mismo, ante ti,


¿era el fin?; al fin la orilla


riba del mar,


costa de la luz ebria,


costa encendida


de amoríos fantasïosos,


nítido y exacto álabe


de la bahía.





Y entonces tú y el tren


---dínoslo ya,


tú, tren, que desde siempre


bien lo sabías---


veis que todo


era un ensueño,


tu ensueño, tren, que manso mece


sólo, ay, esas frías


y cálidas espumas,


con que, al reinventarla,


rememorándola,


a ella, a la vida


y sus emblemas, signos del mundo


y sus mercaderías,


así te la edulcoran


y te la agrían;


signos del mundo, sí,


velados por ese aura


pïadosa e indistinta


que a duras penas nos oculta


y nos revela


una doliente corona


de tan míseras como miríficas


pedrerías,


en las que, irremediablemente,


vas desnudándote


----pues tú, al cabo,


dime tú de dónde y a dónde,


dime tú, alma,


¿a dónde ibas?,


¿por qué derroteros


creías ir a perderte


y fabulabas que te perdías?---,


mas acaso siga el corazón,


acaso, quizá,


torcidas vías,


vías del amor, ay,


si tan frecuentadas de antaño,


nunca marcadas


y nunca extintas,


ibas solo desnudándote


de lo que vivías;


mientras sigue y sigue el tren


arriba, de arriba abajo


y más arriba


y la alta tarde se te arquea


y se repliega, dormida,


en túmulos de escarlata


---dulce ocaso de sangre,


cómo tus ascuas


enternecidas


asaetan el alma,


al bies la cruzan


de cárdenas melancolías---


que señorean


la augusta e ígnea perspectiva


verdeazulosa y radiante,


marina,


que se irisa de alfileres


de rocío y neblina,


mientras que tú ibas desnudándote,


ibas así deshaciéndote,


así como el tren,


sin querer casi,


sin trabajos ni cuitas,


desnudándote al fin


de ideas malas


y fantasías.

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