viernes, 29 de abril de 2011

ACTO DE PRESENTACIÓN DEL NUEVO LIBRO





El pasado día 28 de abril se presentó al público el nuevo libro de versos Alrededor de tu clara sombra. El acto fue un pretexto para una reunión de amigos y también --quiero creerlo--una celebración de la poesía misma.



El autor estuvo acompañado por el escritor Gonzalo Torrente Malvido, que hizo la presentación del texto de modo harto heterodoxa y original. Empezó aludiendo a la a su juicio lamentable calidad de la mayor parte de la poesía que las nuevas generaciones de versificadores hace hoy en día y pasó luego a una evaluación del estatuto y sentido de la llamada "poesía de amor" y sus relaciones con los siempre espinosos e inasibles "sentimientos", o, en otras palabras, la consideración de lo que de verdad y mentira hay en la poesía. Denunció a continuación la falsedad radical de la separación entre amor y lujuria y, aunque alabó un tanto hiperbólicamente las cualidades técnicas del libro y la sabiduría versificatoria del autor, no dejó de denunciar con alguna retranca la excesiva fidelidad de este a la ideología y religión del amor.







El poeta estuvo de acuerdo con Gonzalo en lo atinente a la tendenciosa inanidad de la diferencia entre "lujuria" y "amor" y advirtió contra la demasiado fácil tentación de establecer correspondencias automáticas entre lo que se escribe y las circunstancias anímicas y sentimentales del escritor, algo que dio bastante juego para para las intervenciones de algunos asistentes en el coloquio que se estableció al final. Hizo acto seguido algunas breves consideraciones acerca de la poesía como caso especial de lenguaje, como artefacto en el sentido literal de la palabra, esto es, como algo hecho con arreglo a ciertas reglas o técnicas, algo que debe cristalizar en una atención al el silabeo y la distribución de las marcas o golpes rítmicos en el verso, el juego de coincidencia o discoincidencia entre fin de verso y sintaxis y la explotación de las posibilidades que ofrece el significado de palabra (la imagen o metáfora).




Tras la lectura de algunos poemas,se suscitó un muy vivo e interesante debate que apuntó sobre todo a la "sinceridad" o "veracidad" del poeta a la hora de escribir. Algunos intervinientes insistieron en el hecho de que el poeta necesariamente miente pues lo que escribe no puede menos que convertirse en una especie de fabulación que tiene como referente una personaje de ficción que a menudo nada tiene que ver con su personalidad "real", en tanto que otros hicieron hincapié en que la poesía tiene que decir la verdad puesto que a la fuerza debe expresar los sentimientos de quien la hace.












































jueves, 21 de abril de 2011

NOTAS DE LECTURA: LUIS ROSALES

Rosales, Luis. Porque la muerte no interrumpe nada.(Antología) Selección y prólogo de Félix Grande. Madrid. Sibilina y Fundación BBVA. 2009.





Pese a que la que sea seguramente su mejor obra, La casa encendida (1949),haya quedado excluída ---y por las buenas razones esgrimidas por el antólogo, ya que el poema tiene tal lógica unitaria que en una reproducción parcial no podría menos que resultar desnaturalizado--- de la presente antología, lo cierto es que Porque la muerte no interrumpe nada ofrece una muestra suficientemente representativa de la lírica de un autor esencial y muy a tener en cuenta en la poesía española de las últimas décadas, sobre todo por su inventiva verbal y, en sus mejores momentos, su asunción de lo mejor de los logros de las vanguardias de los años treinta . Digo "autor esencial" pero no hasta el extremo de lo que pretende el entusiasta prologuista, para quien Rosales constituye poco menos que una señera cumbre del siglo XX.




Las dos primeras secciones de la compilación, Segundo abril y Retablo de navidad ofrecen relativamente poco interés. Aquella incluye algunas composiciones, silvas y sonetos la mayoría, llenos de resonancias garcilasistas y gongorinas("Venus del aire y mayoral del grano/luna cándida en vilo/tranquilo siempre y con razón tranquilo") que, si muy correctas técnicamente, resultan las más en exceso frías y académicas, amén de, como casi no podría ser de otra manera, demasiado pegadas a la retórica religiosa de la época (" y Dios que es una llaga en el costado/un dulce bien pequeño/un sueño donde al fin se acaba el sueño"). Hay, con todo, algún poema que me parece excelente por su fuerza elegíaca y su sentido del paisaje, como la Egloga de la soledad, que principia "Todo naciendo está, vuelan palomas,/viento largo, tirante, marinero". Esta de Retablo ..., muy breve, la integran textos que se adecuan a la forma de la cuarteta octosilábica aconsonantada o asonantada, el romance y el soneto, que tiene todos el aire de piezas de circunstancias, toda vez que el autor fue componiendo el poemario a lo largo de los años con un poema que hacía por Navidad y con una composición de ese motivo, que aun quizá con más razón, es también, leída hoy, excesivamente deudora de aquella retórica religiosa que mencionábamos antes: "La nieve borra los caminos, ella/ nos llevará hasta Ti que nunca duermes,/su luz alumbrará los pies inermes,/su resplandor nos servirá de estrella".




Otra cosa muy distinta puede decirse de Rimas, de lectura mucho más productiva y placentera. Aquí el autor,aunque no abandona la versificación tradicional-- todavía recurre a ella en las silvas asonantadas de las pág. 50, 55, 58 y 61, en los alejandrinos asonantados de la pág 52, en algún soneto como el de la pág. 53 o en el romancillo hexasilábico de la 59-- hace uso en bastantes piezas del versículo de estirpe vanguardista, que le permite, con su libertad sintáctica, abrirse a una imaginería más moderna y liberarse al menos hasta cierto punto de unas adherencias que le suponían una rémora. En algunos versículos, cuya andadura y sucesión tienden a coincidir con el segmento sintáctico ---operan básicamente por la acumulación de comparaciones en serie y de coordinadas con "y"-- no es difícil hallar ecos del Neruda de las Residencias, como el uso de la sarta de subordinadas sin principal explícita o las comparaciones de las que no se expresa el segundo término de la comparación, así en El secreto, que empieza "Como el niño que se ha quedado solo/desde aquel día en que, temblando entre lo oscuro". Por lo demás, el espléndido poema que inaugura la sección, Autobiografía ( "Como el náufrago metódico que contase las olas que le faltan para morir/ y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores...) ya prefigura en su color e imaginería el tono temático que predomina en estas composiciones y en realidad en todas las de las demás secciones salvo quizá en las de la titulada Canciones: algo como un resignado estoicismo, como una doliente conformidad que, sobre el cañamazo de la interiorización del dolor, va punteando la experiencia del vivir. A este respecto, resulta por ejemplo estremecedora la tierna humanidad con que acaba el poema La casa está más junta que una lágrima: hablando de la casa familiar de La Coruña, le pide a Dios que se la conserve en todas sus habitaciones, "hasta la pequeñita/ donde le dabas pan a aquellos gorriones/ que acompañaron a tu abuelo en su entierro".






El contenido del corazón adopta pura y simplemente la prosa, pero con las especialísimas modulaciones rítmicas que le dan su sintaxis de andadura amplia y llena de repeticiones y la precisión de las descripciones, que llega a recordar por su peculiar temblor lírico algunos fragmentos de las prosas de Juan Ramón Jiménez. La imagen recurrente es la de las lágrimas como símbolo y sedimento del dolor: " Aun el ver de mis ojos y el gustar de mis labios son una tradición ininterrumpida que yo rezo de nuevo, y el llanto es una acción de gracias de todos los que me antecedieron en el conocimiento del dolor"(p.72), " Vamos creciendo hacia los muertos. Ellos son la cadena de nieve, y la cadena de nieve que a ellos nos une es nuestro propia crecimiento" (p.102). El libro viene a constituir una especie de alegoría de la ubicuidad de la muerte y su esencial indistinción de la vida, una serie de divagaciones recordatorias, evaluadoras de la experiencia del vivir --a través de la evocación (de la vieja criada, del hijo Luis Cristóbal, del hermano Gerardo, de la madre, de los espacios y juegos de la infancia) o del diálogo (con la esposa sobre todo)--- y una declaración de amor, que se tematiza como entrega y vitalicia complicidad: "Y queda, en fin, tu imagen, como un hueco en los ojos, como un hueco que va agrandándose cada vez más. pero no importa. La muerte tiene un límite y algo deja tras ella. Ya nada puede separarnos. Ni siquiera nosotros mismos" (p. 110). Notoria resulta, por lo demás, la habilidad del poeta para la adjetivación insólita y el símil inesperado: "una luz lenta y colegiala"(p-87), "Amelia tenía las piernas súbitas como un pronunciamiento militar" (p. 89) "era delgada, cránea, definitiva", "era bendecidísima y candeal" (p.88).



Las Canciones participan de ese inequívoco aire sentencioso y gnómico que inauguraron en la poesía castellana moderna los Proverbios de Machado y proviene en los más de los casos del enunciado de una imposibilidad lógica o de una contradicción insoluble: "Hay dos palabritas/ que me hacen sufrir/la palabra no, la palabra sí./ Al contestarlas/ o te mientes o te engañas" (p.117). No todas resultan igualmente logradas, como es natural, pero a veces se da de pleno con el feliz acierto satírico: "Se desmorona hablando/ se desmorona/ medrará porque tiene/ lengua de alfombra" (p. 126).






Diario de una resurrección está compuesto casi en su totalidad en el antecitado versículo de origen vanguardista y acentúa notoriamente la tendencia a la imagen hermética o ilógica ("Así he visto tu piel de azúcar distraída/ tu tic parpadeante/ tu delgadez aprendiendo a escribir",p.162), y a la adjetivación insólita: "un pequeño jadeo desvertebrado y horadante" (p.149), "esta emoción pávida y terminal"(p.163). Las palabras más repetidas en el libro son las del espejo ( pues la identidad solo la garantiza y otorga la mirada reflejada de y en otro ser) y la del luto ( pues la pena y el dolor parecen en esta poesía, lo mismo quizá que en la cultura popular de todos los tiempos y lugares y en el subconsciente colectivo, coextensivas de la existencia misma.)






La última sección de la antología, La carta entera, acentúa acaso el aparente prosaísmo y las expresiones feístas pero sabe arrancar a las palabras en no pocas ocasiones una resonancia novedosa o sugerir una connotación metafórica relativamente insospechada, y perfecciona la habilidad y la gracia para el hallazgo verbal ( "decía las palabras de costado/ simultáneas y acalambradas, p. 185, ) e incluso para el neologismo y la creación léxica desde las posibilidades morfológicas del español ( "sintigo", p.220, "despreguntación", p. 198, " inmémore", p.199 y muchos más ejemplos que se podrían aducir). Usa también Rosales con cierta profusión esos "Ahora bien", esos conectores concesivos --quizá otra resonancia nerudiana-- tan naturaalmente funcionales al ritmo del versículos y a a la andadura lógica del poema. Temáticamente, las composiciones insisten sobre todo en la pérdida de la infancia como antesala de la conciencia de la muerte, en la certidumbre de que vivir es esperar, en la cárcel de la soledad, la muerte prorrogada pero siempre ubicua. En este sentido me resultan memorables composiciones como Testamento de errores, exposición sobre la nadería, casi kafkiana, y la insignificancia del hombre moderno o Al parecer todos estamos predestinados a que nos hagan la puñeta, donde, partiendo de que la mentira es consustancial a este desdichado mundo de los hombres, se urde una andanada contra la hipocresía y la maldad de los humanos, o las imágenes de la desolación y de la ruina, del extrañamiento, que se incluyen en un poema como El mundo sideral es la esperanza (p 215) :" el exilio se convierte en diluvio/ las aguas se acecientan de hora en hora/y arrastran los ganados,/ las casas/ los enseres/ penetran por los ojos de los vivos y desentierran a los muertos/ y todo el mundo huye porque no sabe dónde ir/ mientras sigue lloviendo,/ mientras llueve continuamente porque el exilio se ha convertido en el nuevo diluvio universal".

jueves, 14 de abril de 2011



NOTAS DE LECTURA: CHAVES NOGALES




Chaves Nogales, Manuel. La agonía de Francia. Barcelona, Libros del asteroide, 2010.




Es difícil escribir acerca de un libro que ha concitado tan unánimes elogios y ditirambos, me temo que en parte porque se ha visto al autor como una especie de adelantado, en una época en que hay que reconocer que esto no dejaba de tener su valor, de la hoy casi universal religión de la Democracia.




Compuesto en 1940, en los difíciles momentos en que el autor se las apañaba para conseguir escapar de la Gestapo, cosa que conseguiría al instalarse en Inglaterra, en donde moriría poco después, se editó en Montevideo en 1941 y no se reeditó hasta el año pasado, aunque ya un poco antes tanto el autor como sus obras --perfectamente desconocidos durante todas esas décadas por bien sabidas razones -- habían sido reivindicados primero por Andrés Trapiello en Las armas y las letras y luego por otros.


Se trata de un vibrante y apasionado reportaje, en una prosa ágil y precisa que no condesciende nunca al adorno preciosista y a eso que su paisano Cernuda llamaba con retranca bonitura en el decir, no tanto sobre la sorprendentemente rápida capitulación de Francia ante la Alemania hitleriana en los inicios de la Segunda Guerra Mundial, sino más bien sobre la crisis moral , el hundimiento de la nación y de la civilización francesas, para Chaves quintaesencia del liberalismo, el progreso cultural y los valores democráticos, ante los embates del totalitarismo fascista.




Dos son las ideas directrices, verdaderos leitmotiv que guían toda su exposición y que se repiten un tanto machaconamente a lo largo del libro: la de que la democracia y el liberalismo no fueron los causantes de la derrota y la decadencia de Francia sino más bien al revés, que fue precisamente el déficit de la una y el otro en los momentos decisivos lo que provocó la ruina, y la de la incuestionable superioridad moral y espiritual de la democracia frente a las dictaduras, ideas harto razonables cuya pertinencia Chaves se esfuerza en demostrar desde múltiples puntos de vista y todo indica que manejando información fiable y conocimiento de los hechos.




En la disección de esta derrota de Francia no deja Chaves prácticamente títere con cabeza, pues tan entregada --viene a concluir--estaba una gran parte de su sociedad, lo mismo sus capas dirigentes que los sectores populares, a la inercia y la decadencia morales, al derrotismo y a la secreta admiración por los nazis, que en verdad hacían aquella inevitable. Describe, así, la cobardía y la doblez de la mayor parte de la clase política, la trahison des clercs perpetrada por no pocos intelectuales, que los llevó a "negar su propia esencia y repetir con pavorosa inconsciencia los gritos de guerra del hitlerismo" (pág. 89), la corrupción del aparato militar, inoperante, caótico y sin moral de combate, el egoísmo y rapacidad del gran capital financiero, la inercia y frivolidad de la aristocracia y el entreguismo y la desidia de la mayoría de las masas populares, en las que hacía fácil mella la propaganda hitleriana. Sorprende, sin embargo, el elogio que hace de la grandeza y la honradez de algunos políticos, sobre todo Daladier y De Gaulle, y de la capacidad de sacrificio y la disciplina del proletariado, sobre todo de sus cuadros y militancia comunista, porque aceptó el aumento de jornada laboral decretado por el gobierno, aunque tampoco se priva, y con razón, de ponerlos de vuelta y media en otros pasajes (estaba muy fresco y presente el nefasto pacto Molotov-Ribbendropp) por su política catastrófica y sectaria.


Me parece que Chaves ve con excepcional lucidez, por ejemplo, el juego de las diplomacias y precarias alianzas que saltaría luego hecho pedazos por el pacto entre Hitler y Stalin y también la culpa que tuvo el proverbial nacionalismo francés, el fondo chovinista y patriotero tan enraizado en la patria de las libertades civiles, en la permeabilidad a la propaganda nazi y en el surgimiento en el imaginario popular de un inconfesable automatismo proalemán.


Hay varios puntos que me han llamado especialmente la atención, tras la lectura del libro, escrito sin duda con coraje y no poca honestidad intelectual. Uno es la inquebrantable fe del autor en la democracia parlamentaria, que llega a ser casi un poco conmovedora--- y no estoy muy seguro de si se puede medio comprender, habida cuenta de las excepcionales circunstancias que vivió tan de cerca, la Guerra Civil ante todo--- . Otro, el eco inequívocamente orteguiano de algunos de sus razonamientos---tampoco era tan ingenuo Chaves como para no desconfiar de las masas---- así en la pág. 62:" (...) la única verdad de la decadencia de las democracias radica en el hecho indudable de la rebelión de las masas, el gran fenómeno de nuestro tiempo, provocado no por un afán de superación multitudinario, sino por un desencadenamiento diabólico de los más bajos instintos". Y otro, en fin, el hecho de que Chaves parezca creer a veces en algo como las virtudes terapéuticas y purificadoras de la guerra (una idea particularmente siniestra); así, el la pág 120, criticando el a su juicio exceso de celo del mando militar francés por ahorrar vidas ( que es, reconoce inmediatamente antes, "una de las virtudes principales de los jefes") dice:" en las circunstancias en que la guerra se planteaba este sistema había de ser fatal porque solo el baño de sangre inevitable y terrible que la guerra exigía hubiera limpiado a Francia de la podredumbre ideológica que la consumía".




Lo mejor que se puede decir de este libro, en fin, es que, pese a su fe y su insistencia un poco cansina en las grandes palabras (Democracia, Liberalismo, Civilización) nunca perdió de vista dónde estaban los dictadores. Y no es poco.










lunes, 11 de abril de 2011

NOTAS DE LECTURA:ANTONIO OREJUDO

Orejudo, Antonio. Un momento de descanso. Barcelona, Tusquets, 2011.

Aunque ya algunos lectores o críticos se han apresurado a señalar parentescos --y de verdad los hay, sobre todo temáticos: el narrador-protagonista es un español profesor en una universidad norteamericana en la que no se siente muy a gusto-- con Todas las almas, de Javier Marías (que es de mediados de los ochenta) y con La velocidad de la luz, de Javier Cercas( que es bastante posterior), la verdad es que las concomitancias no van mucho más allá y que la lectura deja, al menos a mí, un relativo buen sabor de boca y una impresión nada desagradable, pese a que están de más las fotos que se incluyen, que distraen innecesariamente al lector y pese a que Orejudo, al que sobran inventiva y capacidad narrativa, abusa un tanto de la acumulación de detalles de humor grueso. Se trata de la cuarta novela del autor (no conozco las tres anteriores) y hay que decir que aquí se mezclan con notable habilidad núcleos temáticos e ingredientes heterogéneos (la novela de campus, la formación del escritor, la condición de intelectual, la ruina probablemente ya irreversible de los estudios humanísticos, la institución familiar como generadora de todo tipo de neurosis y algunos más).


La novela, escrita en una prosa de sintaxis corta y nerviosa, que el autor acierta, a modo de balanceo o contrapunto, a alternar con algunos pasajes de fraseo más amplio y ritmo lento, quiere ser un discurso sobre la verdad y la mentitra, las falsas apariencias( cada personaje duda de lo que los otros le han contado), la impostación y la falsedad morales y la final e irónica claudicación ante la podredumbre del personaje que parecía más incorruptible.


El relato se presenta estructurado en tres partes o capítulos. En el primero se cuenta el reencuentro, buscado por el segundo, entre el narrador y su viejo amigo Arturo Cifuentes, que llevan 17 años sin verse, desde que ambos estuvieron juntos en USA, y casi sin saber nada el uno del otro. La intención de Cifuentes, que se irá conociendo a lo largo de la novela, no es sino pedir ayuda al narrador para escribir un libro que ayude a desmitificar la memoria de Augusto Desmoines, que había sido, ya de mayor, maestro de ambos en la Universidad y presunto prohombre del mundo académico republicano represaliado por el franquismo. Pero por lo pronto le pone al corriente de lo que ha sido la peripecia de su vida en ese tiempo: entre otras, cosas su mudanza de Nueva York a Missouri, la crisis y la separación matrimonial de su esposa Lib, de la que siente unos terribles celos, los problemas con su hijo adolescente, enfermo, el desentendimiento afectivo entre ambos y consiguientemente las dificultades para encauzar su educación, la galería de tipos excéntricos y ridículos que pueblan el Departamento de Español donde ha trabajado (una de las profesoras,especialista nada menos que en el feminismo aplicado a la épica medieval, tiene la afición de fotografiar penes de escritores célebres) y, acaso lo más importante y lo que ha motivado su regreso a España, el auto de fe que le montan en su trabajo por haber discriminado y humillado en público a una alumna negra cuando la sorprendió durmiendo en clase, aunque lo cierto es que se limitó a soltar una amable ironía.


En el segundo, de carácter extremadamente autoparódico (Cómo me hice escritor se titula) relata el narrador sus andanzas en el período inmediatamente anterior a su partida a América(con la inclusión, un tanto forzada y gratuita en aras de lo hilarante y esperpéntico, del pasaje de las manchas de semen en el códice del Mio Cid que se guarda en la Biblioteca Nacional) y las ulteriores vicisitudes de su estadía norteamericana (que incluye excelentes reproduccionnes burlescas del inglés americano hablado por hispanos y el pasaje, creo que más pertinente y funcional a la trama, de los experimentos farmacológicos a los que se somete por dinero y que le provocan extrañas alucinaciones que le posibilitan adivinar la vida pasada y futura de cuantas personas encuentra por la calle, capacidad adivinatoria que le permiten asimismo inventarse citas y bibliografía falsas, lo que exasperará a sus colegas, que se movilizan hasta lograr su expulsión.




La tercera parte desvela, en fin, las claves de verdad y falsedad de los personajes y es una demoledora crítica de la postración moral y la indigencia intelectual de la actual Universidad española. Me parece, en conjunto, lo más logrado de la novela y gira, ya con el regreso del narrador a España, en torno al conocimiento que va teniendo este, ayudado por Cifuentes y por un nuevo personaje, Castillejo hijo, cuyo padre había sido traicionado en el pasado por Desmoines, de la leyenda que el prócer ha fabricado de su propia vida y de las corruptelas y rampante miseria del milieu universitario, cuyo capo máximo resulta ser el rector Virgilio, hijo de Desmoines. Hay un episodio, prolijo y un tanto rocambolesco pero desternillante, donde se narran las maniobras mafiosas del rector en un tribunal de oposiciones para colocar a su protegido, y otro, el final del relato,que funciona a modo de moraleja quizá un tanto obvia, cuando Cifuentes ha conseguido por fin, gracias a Virgilio Desmoines, lo que tanto ansiaba, donde aquel declara al narrador su determinación de no renunciar a la "felicidad de los simples" y de no volver a ser más "un islote de honradez" en el "mar de vileza" que se supone que es el mundo.


viernes, 8 de abril de 2011

UN POEMA FERROVIARIO














Pese a bien fundadas prevenciones frente a los premios literarios, he decidido enviar esta composición al concurso convocado por la Fundación de Ferrocarriles Españoles, cuyas bases especifican que ha de tratarse de una composición de entre 100 y 320 versos y tener al tren como motivo principal.




DEL TREN




Te mueves tú, tren,


y tú te arrancas


desperezándote lento,


a tu ritmo tan solo


y tu medida,


dulce chirrïante


por tu ferrovía,


tú, justo invento, ingenio puro


y benévola máquina tranquila


cuajada en recias,


nobles tracerías,


tú, buen monstruo de metal


y ásperos plásticos


y émbolos y ferralla y cables


en feliz acometida,


y grapas a miles y clavos


que al sellar, herméticas,


tus múltiples galerías


les dan un poso de útero cálido,


cómo, --y cómo, tras tanto verlas,


nos rinden tus maravillas—


te alzas y creces y no te cansas


y en tu hercúleo esfuerzo


te embebes y porfías


fuerte y seguro


de, fiel a la pauta que tu balanceo


gobierna y guía,


seguir marcando el terso


diapasón exacto,


y vía adelante, vía


arriba te vas, que nunca acaba,


que nunca alcanza,


feliz, a desastrar la sutil


gracia de la partida


ni la ficción ideal


del movimiento:


es un blanco ensalmo, una finta


de ambiguos guiños,


que cines y trampantojos,


de tanto imitarte, cifran:


ir como un sueño y volar,


volar no más,


y ni solo ni


tampoco en compañía.





Pues por eso sigues tú, tren,


y más y más, vía arriba


y ves que a ti todo


se te remueve,


como cendal etéreo que te encandila


y al fin te deja quieto


---quieto moviéndose—


bajo del cielo


la claraboya altísima,


y ves que a envolverse en un negro


capullo se da la conciencia


y a su copo te hila



dorada jaula


--según ante el ojo pasan,


y al pasar se medioesquinan,


unas tras otras,


como al son de una esquila


prestidigitadora,


ellas, las cosas,


bajo de una luz amoratada,


alunada y esquiva:


allá unos maíces


se comban entre ocres y lilas,


allá una ladera boscosa


con su fuentecilla,


o por aquella campa de paseo


entre dengues y risas,


muchachitas quinceañeras


en risueña pandilla,



más allá tiernas vacas paciendo


meditativas,


o al fondo de aquel sendero


la aseada verja


de una casita---;



jaula dorada


de ásperas lanas


de palabrerías,


que, cuanto más a ti te apuntan,


más se hacen como cosas


en concierto infinitas


y más, al tiempo,


rehuyéndote y deshaciéndose


más se desflecan y más chirrían.





Pero tú, tren, sigues,


afable y benigno monstruo,


emboscándote en tus vías:


arrancas de los suburbios


de la urbe grande


---justo donde la urbe se perdía---


por pura tierra de nadie,


allá en donde los sitios


hasta de sus nombres se olvidan


y vas serpenteando


de morralla en vertedero,


ante tapias enladrilladas


de autovías,


entre las que han por doquier plantado


hoscos almacenes


y lo que llaman naves


de muros plastificados


y turbias cristalerías;



que dejas muy pronto no obstante,


pues que ¿ves? nunca


han de acabarse tus vías,


porque se está abriendo ya,


ya se te abría


el gran lienzo azul de la Mancha


de los aspados molinos


y la verdeante y ceñida,


desparramada cenefa


prieta y verdeamarilla


de pámpanos al tresbolillo,


mágico tapiz en donde


la gran llanada,


bajo del globo de oro


ardía y ardía;



y hasta el manso contrafuerte


de seguido te bajabas,


a los perfiles y a las líneas


de agreste Sierra Morena,


vasto vasar y cuenco


de adelfos y clavellinas,


oscura Sierra Morena,


tan pespunteada de olivas,


montaraces arroyuelos


y guirnaldas de amapolas


y buganvillas,


si así tú, vestida de fiesta,


vieja matrona pareces


y al tiempo niña;



crestas tras las que se esconde


---y al revelarse


ya se escondía---


el valle, el tuyo, gran río,


Betis inmemorïal,


que cruza las dos ciudades


mayores, venenosas perlas


de un mercado antiguo


--tabernas, patios y celosías---,


y ay de las dos, Córdoba de mil,


treinta mil flores,


pérfida Sevilla,


venenosas perlas


de la Andalucía,


tan lindas, sí,


para ante todo añoraros


en la lejanía,


ay, si al pasar


por ellas, apenas,


apenas se os veía;



mientras que tú seguías, tren,


abajo, al Sur,


al hondo y profundo Sur,


y ay de ti, extrema punta


del Sur extremo,


que agavillas


verdes veredas


y te orlas de salitrosos,


aguanosos esteros


y ácida luz ahíta


de las marismas,


tú, Sur cercano y tan remoto,


donde enloquecen los vientos


y no abrasan las gargantas, no,


que las arrastran


y las rehilan


flechas silbantes


de coplas asesinas,


llagas de pena negra


y del amor


desastre y ruina;



pero ya allí mismo, ante ti,


¿era el fin?; al fin la orilla


riba del mar,


costa de la luz ebria,


costa encendida


de amoríos fantasïosos,


nítido y exacto álabe


de la bahía.





Y entonces tú y el tren


---dínoslo ya,


tú, tren, que desde siempre


bien lo sabías---


veis que todo


era un ensueño,


tu ensueño, tren, que manso mece


sólo, ay, esas frías


y cálidas espumas,


con que, al reinventarla,


rememorándola,


a ella, a la vida


y sus emblemas, signos del mundo


y sus mercaderías,


así te la edulcoran


y te la agrían;


signos del mundo, sí,


velados por ese aura


pïadosa e indistinta


que a duras penas nos oculta


y nos revela


una doliente corona


de tan míseras como miríficas


pedrerías,


en las que, irremediablemente,


vas desnudándote


----pues tú, al cabo,


dime tú de dónde y a dónde,


dime tú, alma,


¿a dónde ibas?,


¿por qué derroteros


creías ir a perderte


y fabulabas que te perdías?---,


mas acaso siga el corazón,


acaso, quizá,


torcidas vías,


vías del amor, ay,


si tan frecuentadas de antaño,


nunca marcadas


y nunca extintas,


ibas solo desnudándote


de lo que vivías;


mientras sigue y sigue el tren


arriba, de arriba abajo


y más arriba


y la alta tarde se te arquea


y se repliega, dormida,


en túmulos de escarlata


---dulce ocaso de sangre,


cómo tus ascuas


enternecidas


asaetan el alma,


al bies la cruzan


de cárdenas melancolías---


que señorean


la augusta e ígnea perspectiva


verdeazulosa y radiante,


marina,


que se irisa de alfileres


de rocío y neblina,


mientras que tú ibas desnudándote,


ibas así deshaciéndote,


así como el tren,


sin querer casi,


sin trabajos ni cuitas,


desnudándote al fin


de ideas malas


y fantasías.