Lo más inmediato que puede decirse de este ensayo es que acaso el adjetivo del título no resulte del todo apropiado, toda vez que la interpretación de conjunto de la literatura española que propone se inscribe en una tradición hermenéutica ya bien conocida y estatuida ---y en este sentido en trance a su vez de convertirse en tan canónica y ortodoxa como otra cualquiera---, la inagurada por Américo Castro y prolongada después por numerosos hispanistas, de Marcel Bataillon a Márquez Villanueva o Juan Goytisolo, con sus nociones de la Edad conflictiva y de la convivencia intercastiza a partir de la expulsión de los judíos y de la cristalización de la realidad histórica de España, a cuya luz , y la de la huella determinante de la dramática vividura de los judeoconversos, se leyó a los grandes clásicos.
martes, 27 de diciembre de 2011
CANON HETERODOXO
Lo más inmediato que puede decirse de este ensayo es que acaso el adjetivo del título no resulte del todo apropiado, toda vez que la interpretación de conjunto de la literatura española que propone se inscribe en una tradición hermenéutica ya bien conocida y estatuida ---y en este sentido en trance a su vez de convertirse en tan canónica y ortodoxa como otra cualquiera---, la inagurada por Américo Castro y prolongada después por numerosos hispanistas, de Marcel Bataillon a Márquez Villanueva o Juan Goytisolo, con sus nociones de la Edad conflictiva y de la convivencia intercastiza a partir de la expulsión de los judíos y de la cristalización de la realidad histórica de España, a cuya luz , y la de la huella determinante de la dramática vividura de los judeoconversos, se leyó a los grandes clásicos.
sábado, 10 de diciembre de 2011
DOS NUEVAS ENTRADAS DE PALAZUELO
I
No deberían ya turbarte tanto
---menos a estas alturas---
el paso inmanejable de las horas,
su difícil sutura,
el arduo y trabajoso mecanismo
que remarca y puntúa
el mísero milagro de seguir
así día tras día,
la obvia insignificancia que se anuncia
de cualesquiera gestos cotidianos
---contra los que no hay triaca verdadera---
y la constatación, desconsolada y única,
en que ha venido a dar después de todo
el ha tiempo abatido torreón
desde el que te esperaba ve a saber qué mayúscula,
soberbia epifanía,
qué nunca oída, fantástica música.
II
Arenas injuriosas del pasado, Arenas injuriosas del pasado, No deberían ya turbarte tanto
cómo volvéis a mí,
como vuelve, incansable,
esa herrumbre tenaz y cochambrosa
que marca los equívocos perdederos y atajos de la vida.
Mísero sinsabor de la rutina,
del tedio persistente como una despiadada
devastación acerba,
y la conciencia cierta
de no poder ya desandar ni un ápice
del fogonazo rápido del tiempo,
tener que conformarse a esta maldita condena,
a la imposible pretensión
de vivir de otro modo lo vivido.
cómo volvéis a mí,
como vuelve, incansable,
esa herrumbre tenaz y cochambrosa
que marca los equívocos
perdederos y atajos de la vida.
Mísero sinsabor de la rutina,
del tedio persistente como una despiadada
devastación acerba,
y la conciencia cierta
de no poder ya desandar ni un ápice
del fogonazo rápido del tiempo,
tener que conformarse a esta maldita
condena, a la imposible pretensión
de vivir de otro modo lo vivido.
---menos a estas alturas---
el paso inmanejable de las horas,
su difícil sutura,
el arduo y trabajoso mecanismo
que remarca y puntúa
el mísero milagro de seguir
así día tras día,
la obvia insignificancia que se anuncia
de cualesquiera gestos cotidianos
---contra los que no hay triaca verdadera---
y la constatación, desconsolada y única,
en que ha venido a dar después de todo
el ha tiempo abatido torreón
desde el que te esperaba ve a saber qué mayúscula,
soberbia epifanía,
qué nunca oída, fantástica música.
sábado, 3 de diciembre de 2011
EL HOMBRE VACÍO
La prosa nerviosa, rápida, sincopada, de frase corta y como en rápido apunte impresionista (lo único reprochable es el uso sistemático que de los posesivos hace Masip en contextos, sobre todo cuando se refiere a partes del cuerpo, que rechaza el genio del castellano) recuerda las maneras vanguardistas del primer Ayala y de Max Aub ---con cuyo Luis Alvarez Petreña tiene esta novela más de un parentesco temático, sobre todo en lo que se refiere a la crónica de un fracaso y un desbordamiento---y alcanza sus momentos más felices en la fuerza metafórica de algunas descripciones, así en la pág. 93 (...): "el pueblo, una entidad multitudinaria y heterogénea, (...) monstruosa como un mar cuyas olas no fueran de agua sino de rocas y barro (...)" o en la 78, cuando, contemplando la noche madrileña desde el balcón, dice Hamlet "(...) se advierte que la llanura manchega está ahí, detrás de esas casas y que si un juego de tramoya pudiera levantarlas, aparecería a mis pies con su horizonte ilimitado y su nobleza seca y la alucinación de sus caminos lunares, polvorientos, cauces de fantasías dislocadas."
He aquí un personaje que es a la vez la concreción existencial de un dilema filosófico, el pretexto de una fábula política y la plasmación de una contradicción insoluble. Permanentemente desgarrado por sus contradicciones ( aunque se sabe del todo prescindible, se aferra a sus prejuicios y rutinas y lo que más teme es mezclarse o verse sobrepasado por algo que escape a la estrechez de su horizonte), Hamlet remite un tanto a los medio seres de algunos relatos de Gómez de la Serna y a los hollow men de los poemas de Eliot. Un personaje descompuesto, trazado podríamos decir al modo cubista, en el sentido de hecho de retazos inconexos. Un ser que está en el mundo tan solo porque, como con certera ironía reza el dicho popular, tiene que haber de todo. Es un apacible y rutinario pequeñoburgués, cuyo inverosímil nombre de pila, corregido en parte por la aplastante vulgaridad del apellido, parece ser lo más reseñable de su oscura y chata existencia. Casado --- para más inri, su mujer se llama Ofelia---y con dos hijos, ejerce el poco habitual oficio de profesor ambulante de metafísica, es decir, tiene unos cuantos alumnos a los que da clases particulares de filosofía. La vida de este peculiar Privatdozent se reduce a sus libros, sus lecciones y sus disquisiciones filosóficas, que por otra parte nunca se molesta en explicar con algún detalle. Teme e ignora todo lo que viene del exterior: el roce con los demás, las implicaciones y servidumbres de la vida práctica, los embates del deseo, las convenciones a que obliga la mera condición social de la existencia. Su mujer le reprocha la inanidad de su carácter, pero él, aunque tampoco podría decirse que se tome demasiado en serio su propia vida (a veces se odia cuando se mira al espejo) está en lo esencial satisfecho con lo que es y lo que tiene, pese a ser consciente de su insignificancia:"quizá sea yo un poco Vía Láctea desparramada sin objeto ni contorno en la noche de la vida contemporánea"(pág.18), conciencia que según dice le permite no tener miedo a la muerte: " desaparecer, deshacerse en polvo, disgregarse, volatilizarse, sumirse en la tierra, en el aire y en el agua, perder conciencia del existir y del haber existido se me antoja programa de voluptuosidades" (pp. 81-82).
La cosa se complica porque, sin abdicar en absoluto de sus convicciones, pero arrastrado por una serie de circunstancias que no ha previsto ni provocado ( el estallido de la guerra, la ausencia de su familia, de veraneo en Avila y de la que él no vuelve a saber nada, la huída con un miliciano, de la que está enamorada, de Cloti, la criada, la aparición de un pariente de su mujer, Sebastián, grotesco personaje que se cuenta entre los militares del bando rebelde y que le pide que lo esconda en su casa , el incómodo ejemplo de Daniel, el joven discípulo, convertido en esforzado combatiente republicano, el trato con el señor Salus el tabernero y con su familia), se ve arrojado al barro de la vida, él, al que siempre ha aterrorizado salir de su mísera torre de marfil. De ella se ve compelido a salir de continuo, ya desbordado por los acontecimientos, sobre todo en dos de los pasajes a mi juicio más logrados del libro, el de las pp. 117-136, el del encuentro casual, la misma noche del 18 de julio, con la prostituta Adela y la larga conversación con ella en el burdel, en la que la chica se desahoga hasta el llanto y él queda conmovido, que recuerda, por su tinte sainetesco y melodramático, tanto un episodio de La colmena como un capítulo de Luces de bohemia, y en el de la cohabitación con Eloísa (pp.209-216) , la joven discípula, especie de niña bien un tanto cursi y caprichosa, que representa no obstante para él la fresca tentación de la sensualidad y la carne, de la que, al no tener más remedio que acoger contra su voluntad, se da cuenta de que se está medio enamorando de manera tan tierna como infantil y ridícula y de la que por eso mismo trata de huir despavorido.
No deja de ser lógico que al final, desquiciado, la guerra se le aparezca como el parto de un monstruo (pág. 267), como una gigantesca rotura de aguas, como una suerte de recreación del Diluvio Universal y que él, rotas las frágiles compuertas que habían garantizado su mundo y sus defensas, desemboque en la disolución y la locura: herido por un bombardeo en el parque del Oeste, deliraba mientras lo llevaban al hospital: " He parido una niña muerta... Se llamaba Eloísa".
lunes, 21 de noviembre de 2011
DEL EQUÍVOCO ENCANTO PROVINCIANO
En una pequeña e innominada ciudad de provincias, dos hermanas ancianas y rentistas, Clemencia y Constancia, ---repárese en lo catolicísimo y preñado de virtudes de ambos nombres--- respetadas y admiradas por todos, deciden participar en un concurso televisivo del estilo de aquel inefable Un, dos, tres de antaño, al objeto de, aprovechando la plataforma mediática, proclamar la estupidez de todo cuanto hay y de la televisión misma. El trazo de ambos personajes parece tener un lejano dibujo galdosiano por cuanto destacan con nitidez de un medio paralizado, inerte y moralmente inferior y al mismo tiempo una cierta ascendencia quijotesca, toda vez que son redichas y apodícticas en sus formulaciones, como poseídas por esa obsesión e intolerancia que, al igual que la del hidalgo manchego, consiste en, viviendo a través de lo que se ha leído, la quimera de implantar la justicia en el mundo. Su encanto, por lo demás , se acentúa cuando no parecen caer en la cuenta de su propia ridiculez: "Nosotras somos relativamente jóvenes, pero ya no estamos en edad de jugar a las canicas" (pág. 68).
Me da la impresión de que Las señoras pretendía en la intención del autor ser una especie de fábula política de altos vuelos, pero las obviedades de que el mundo es un desastre y de la mortífera influencia de la televisión requerían sin duda de otros mimbres narrativos y de otra trama distinta de esta y no confiada meramente a tan esquemática anécdota, cuya entraña policíaca además aparece desdibujada y difusa, lo mismo que el personaje de la señorita Simone, que podría haber dado más juego pero a la que el narrador, tras haberse medio olvidado de ella, hace aparecer al final de un modo un tanto forzado. Ha quedado sin embargo en una amable sátira de la vida provinciana, corroída por la mezquindaz y agusanamiento en la medida en que aparece entregada a los manejos de la mentalidad de orden y de la ubicuidad de la sospecha, que solo se asienta en las habladurías, los chismes y la circulación de los rumores. Sátira de la que podría decirse que su mayor defecto es precisamente el ser demasiado amable, toda vez que se asienta en unos personajes (los secundarios sobre todo, así el comisario y los doctores Bosch y Capdevila, el canónigo y el médico) como narcotizados por su ingenuidad y bonhomía y cuya única función consiste en servir de pimpampún o sparring para el terrorismo intelectual de Constancia y de Clemencia. En los personajes de las dos viejas, por contra, me parece que reside el mayor encanto de la novela, en su desmesura y su inverosimilitud: son cultísimas, hablan y leen varias lenguas --- latín entre ellas--- hacen de continuo alusiones y citas librescas de Descartes, Freud, Spinoza, San Agustín, Hegel o Kant entre otros y por si fuera poco se proclaman, no menos de continuo, ante los estupefactos oídos de quienes las oyen, nada menos que como " agustinianas, demócratas, republicanas, anarquistas y reaccionarias" (pág. 34) .
El resultado, en suma, es muy desigual, y me pregunto si en verdad la novelita, tal como está urdida, daba para mucho más. Pese a que los diálogos funcionen muy a menudo de modo ágil e ingenioso, a que el narrador demuestre un hábil uso del estilo indirecto libre y a que algún pasaje, por ejemplo el de tintes grotescos y suavemente esperpénticos del loro de madera que arenga a los jóvenes congregados en la calle mientras una de las ancianas falsea la voz (pp. 162 y ss.) se lea con fruición como no del todo increíble alegoría de la idiotez y manipulabilidad de las masas, la prosa deviene afeada sin remedio por el sistemático laísmo y --aún peor--- el loísmo en otras ocasiones: "Luego sacó los vasos del pequeño locero (...) y Constancia los daba vueltas e invitaba a la señorita Simone y al comisario a que los tocasen (pág. 71) y por la paupérrima y desmayada sintaxis de alguna que otra frase: "contestó que, naturalmente, no fumaba cuando recibía visitas, y que en cualquier caso tenía que haberlas pedido permiso, pero que las agradecía saber que no las molestaba" (pág. 79) o: " Y el comisario solía devolver todo solucionado, pero no se atrevía a más , incluso si un día se las encontró riendo porque no podían hacer frente a una cantidad" (pág. 125).
martes, 8 de noviembre de 2011
EL INÚTIL DE LA FAMILIA
Notables son el brío y la plasticidad de no pocas descripciones de ambientes o figurantes (" La baronesa de Clifford, fantasma reseco que bajaba por temporadas desde las islas británicas a las salas de juego del continente y que luego desaparecía, con sus nmanos huesudas, sus brazos descarnados cubiertos de brazaletes sonoros, su pecho flaco lleno de manchas negras y de joyasque resplandecían bajo las lámparas lujuriosas, podrida en plata, según se murmuraba", pág.137). Algunos pasajes ---los más--- están contados con mano maestra, por ejemplo los conciliábulos que en el medio familiar y social de Joaquín se llevan a cabo para preparar la conspiración antibalmacedista (cap IV), el fulminante enamoramiento que el protagonista siente por Lila Pires, la grotesca escena del primer encuentro erótico entre ambos y luego la teatral ruptura propiciada por él (pp- 84-91), o la muerte de Doña Paca ( p. 176) descrita con tintes esperpénticos y solanescos, pero otros ---los menos--- se me aparecen en exceso farragosos y repetitivos, así la larga digresión del cap. XXXIII acerca de las pautas de comportamiento y ritos de la tribu literario- chilena y la presunta imposición de la autocensura en el escritor para preservar la concordia familiar ( aunque supongo que de ser así eso solo afectará a los de buena familia), o francamente sobrantes, como las glosas y comentarios al Diccionario de chilenismos de Zorobabel Rodríguez, acotaciones lexicográficas que lo único que hacen es romper el ritmo del relato.
domingo, 30 de octubre de 2011
EL ABRECARTAS
Lo primero que llama la atención en esta extensa --más de 400 páginas--- y muy celebrada novela ---en 2007 se le concedió el Premio Nacional de Narrativa, aunque esto no tiene por qué constituir garantía de calidad alguna--- es lo original de su disposición estructural y la notable habilidad con que Molina ha sabido desarrollarla hasta hacerla literariamente creíble: formada a base del intercambio de docenas de cartas entre una serie de personajes ligados con maña y sutileza unos a otros en un cañamazo de voces narrativas, colocadas a modo de piezas de un mecanismo relojero cuya urdimbre ha de ir el lector descubriendo poco a poco, a medida que avanza la lectura, hasta que al final se ilumina todo el puzzle. Nada importa que algunos de esos personajes, como Lorca, Aleixandre, Miguel Hernández, Eugenio D'Ors y un extenso etcétera sean, tal como se dice, "históricos", y que otros vengan de la inventiva del autor: unos y otros funcionan aquí o intentan hacerlo como entes narrativos, soportes de voces que apuntan cada uno a su particular mundo evocado, a su estatuto subjetivo y a su trayectoria vital. En este sentido El abrecartas no es una novela histórica (y este me parece uno de los méritos, y no de los menores, del libro, el haber sabido evitar el peligro, siempre latente en una novela de este tipo, de convertirse en una galería de fantasmas), por mucho que todo un periodo de la historia de España, el que va de los años veinte del pasado siglo hasta ahora mismo, comparezca como fondo del tapiz, sino una novela sobre un puñado de vidas truncadas y abocadas a un destino trágico.
Las primeras cartas son las que Rafael González Sanahuja, niño pobre compañero de escuela de primeras letras de Lorca, envía a éste desde la admiración distante y un tanto conmovedoramente ingenua que le generan sus propios y semisecretos anhelos de convertirse en escritor. Este Rafael viene a ser el primer eslabón de la cadena que abrirá paso, como digo, a una larga sucesión de corresponsales, en primer lugar dos que resultan ser de los más proteicos y de más enjundia, espesor y firme trazado del libro, hasta el punto de que bien puede decirse que viven en él varias vidas diferentes: la prima de aquel, Sefetilla, humilde maestra en los años republicanos, después locutora radiofónica de novelones sentimentales y al final insospechada escritora de éxito, y Alfonso Enríquez, profesor universitario de izquierdas desde su primera juventud, luego represaliado por el franquismo, liberado gracias a una casualidad, exiliado de lujo en una universidad suiza---lo que da pie a la entrada en liza de otro personaje conmovedor, Angelico--- hasta concluir, desengañado y desligado de cualquier vínculo con la cultura, dando tumbos por el norte de Africa y por Latinoamérica. Ambos personajes acabarán además resolviendo algunas de las claves cifradas o detalles semiocultos de la novela, así el destino de una pieza teatral, presuntamente desaparecida, de Cernuda, o el papel escrito que cierta esposa deja a su marido cuando decide abandonarlo, y forman, junto a la actriz Manuela Riera ---personaje sin embargo mucho más desdibujado---un extraño triángulo amoroso que es uno de los ejes vertebradores del relato.
jueves, 20 de octubre de 2011
UNA VIDA CENTENARIA
Broggi, Moisés. Memòries d'un cirurgià. (1908-1945). Barcelona. Edicions 62. 2002.
Hay una versión castellana en Península del mismo año que la castellana y en 2008, con ocasión de los cien años del autor, Edicions 62 publicó en un solo volumen sus dos libros autobiográficos, éste que nos ocupa y su continuación, Anys de plenitud, que aún no he leído pero que algún día espero leer. Acabo de enterarme de que hace solo unos días Broggi ha aceptado --!a sus 103 años¡ ---encabezar las listas de ERC al Senado en las elecciones del 20 de noviembre.
Y aún más le sorprendería ---con esta anécdota entra Broggi en el capítulo que titula Conflictes socials i opinions polítiques--- a él, que habría de ver tantos ,la visión del primer cadáver, en 1918, un esquirol acribillado a balazos por los faístas en una calle de Barcelona: "No oblidaré mai aquell espectacle, la gent apinyada al voltant del cos inert d'aquell infeliç i l'oncle Juli, que ens va fer anar a casa a buscar un llençol per cobrir-lo mentre s'esperava l'arribada del jutge" (p. 84). Se extiende acto seguido en la orientación política y el ambiente cultural de su familia. El padre, conservador moderado, se movía en el posibilismo de la Lliga, aunque no estaba afiliado a ninguna organización, mientras que la familia materna tenía una orientación nacionalista más radical y algunos de sus parientes acabarían siendo miembros destacados de Esquerra Republicana o de Estat Català. Describe asimismo con viveza el ambiente político de aquellos años, los del llamado pistolerismo callejero, la huelga de la Canadiense y la epidemia de gripe de 1918. Los asesinatos de patronos y sindicalistas no podían menos que escandalizar en su medio, naturalmente de orden, aunque deploraran también la brutal represión desencadenada por Martínez Anido y su Ley de fugas. En su familia se alaba el hecho de que, con solo la muy reducida autonomía vigente con la Mancomunidad de Diputaciones, se consiguieran levantar, en poco tiempo, La Escuela del Trabajo, El Instituto de Estudios Catalanes o La Escuela de Bibliotecarios.
Las páginas 101-165 se dedican a contar por lo menudo el inicio de sus estudios universitarios y sus primeras experiencias dramáticas "d'afrontament de la medician contra la mort prematura" (p.116) como aprendiz de cirujano al lado de los hermanos Trías i Pujol --- a los que siempre considerará , sobre todo a Antoni, como sus maestros--, al estado de la cirugía en aquel tiempo y a los avances que entonces estaban teniendo lugar, a su práctica de médico interno en la Clínica Fargas, al relato del movimiento de renovación universitaria que acabará culminando en la creación, ya con la República, de la efímera pero según todos los testimonios justamente añorada Universidad Autónoma de Barcelona en la que tuvo un empeño especial su maestro Antoni Trías en tanto que miembro del Patronato y a su propia labor médica en el nuevo Servicio de Urgencias del Hospital Clínico, modélico en punto a sus dotaciones técnicas y profesionales --alli se empezaron a implantar por primera vez en España las nuevas técnicas de tracción esquelética y de inmovilización precoz de Böhler--- Rememora Broggi también con entusiasmo la renovación pedagógica y organizativa del medio universitario de aquellos tiempos, la creación y rápido ascendiente que tuvo la Revista de cirugia de Barcelona y la ejemplar liberalidad y amplitud de miras con que entonces no pocos doctores practicaban la medicina, por ejemplo en el uso terapéutico de la heroína y otras drogas, del que él mismo fue pionero: "Malauradament, les legislacions actuals, amb l'intenció mal entesa d'evitar l'adicció, no fan més que posar obstacles a l'hora d'aplicar-les i amb aixó són molts el pacients que moren amb sofriments facilment evitables"(p.165)
Desmovilizado por enfermedad cuando su unidad se hallaba en el frente de Gandesa, a principios del 38, retorna a Barcelona y tras recuperarse sigue trabajando en el línico y en el entonces nuevo Hospital de Vallcarca. Sabe que la guerra está perdida y por doquier es bien perceptible el ambiente de derrotismo. Hace balance de lo que ha supuesto la Guerra Civil, en medio de tanta destrucción y horrores, para el progreso de la sanidad militar: los hospitales móviles, los bancos de sangre y la sistematización en el tratamiento de las heridas, que ha sido posible, dice, y de modo sorprendente , en el bando republicano, precisamente por la falta de disciplina y de organización, esto es, la relajación de las jerarquías castrenses : "Els assaigs, les innovacions i l'adquisició de material adequat hauria estat dificilment acceptat per part d'uns jerarques generalment lligats a mètods antics i poc inclinats a canvis" (p. 321).
miércoles, 5 de octubre de 2011
DE LA LIMPIEZA DEL TESTIMONIO
Hay en el libro una larga serie de admirables retratos de tipos inolvidables, captados con tanta comprensión y verismo como con mano maestra: Thylle, el viejo militante comunista alemán convertido de buen grado en uno de los kappos del campo hasta que, en el momento de la liberación, estalla en un llanto compulsivo e inconsolable tras una breve conversación con el narrador; Hurbinek, el hijo de la muerte, un niño de tres años, paralítico y mudo, con una mirada "salvaje y humana a la vez, una mirada madura que nos juzgaba y que ninguno de nosotros se atrevía a afrontar, de tan cargada como estaba de fuerza y dolor" (pág. 31); Henek, el muchacho húngaro, apenas un adolescente, que se encargaba de cuidarlo con piedad y entrega; Frau Vita, una joven viuda que se esforzaba hasta la extenuación atendiendo a los demás presos, sobre to do a los enfermos y a los niños, y que se pasaba la noche, incapaz de soportar la soledad, canturreando y bailando en el pasillo del barracón mientras apretaba contra su pecho a un hombre imaginario; el coronel Rovi, un atrabiliario e histriónico bufón que se autoatribuye el mando de los expedicionarios; Ferrari, que "leía" todo periódico o libro, en cualquier lengua, que cayera en sus manos, aun cuando no entendía nada y se limitaba a deletrear y reconstruir trabajosamente cada palabra, cuyo significado por lo demás no le interesaba; el fiel compañero y amigo Cesare; Galina, la esforzada enfermera rusa agregada a la Komandantur del Ejército Rojo a la que el narrador admira e idealiza en secreto, y sobre todo Mordo Nahun, el griego, personaje que se diría sacado de la novela picaresca, especie de hábil buscavidas que se les ingenia para progresar con trueques y trapicheos, y muchos más.
Pero la huella del Lager es indeleble, invade los sueños , fija los gestos y los reflejos, marca el alma para siempre. Ya casi al final del viaje, tras haber superado la estación postrera de su viacrucis y como accediendo a una especie de purificación o exorcismo, la contemplación de una Viena destruida le provoca "no compasión, sino una pena más profunda que se confundía con nuestra propia miseria, con la sensación pesada, inmimente, de un mal irreparable y definitivo, omnipresente, anidado como una gangrena en las vísceras de Europa" (p. 337). La breve parada del convoy en Múnich, mientras sentía el número tatuado en el brazo "gritar como una herida", le permite comprobar hasta qué punto los alemanes derrotados no les miraban a los ojos a los ex deportados, sus recientes víctimas: "eran sordos, ciegos y mudos, pertrechados en sus ruinas como en un reducto de voluntaria ignorancia"(p. 342). Al llegar a Turín, una terrible pesadilla puebla sus noches, un sueño lleno de espanto anida dentro de aquel otro de paz y felicidad acariciado tanto tiempo: "estoy otra vez en el Lager y nada de lo que había fuera del Lager era verdad. El resto era una vacación breve, un engaño de los sentidos " (p.347)